Capítulo 3

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–¡Qué aburrido! -dijo uno de los infantes –solo se miraron y ya está

En esa época eso era uno de los pasatiempos favoritos, en realidad, creo que deberíais salir más al parque, que os de el sol –respondió la mujer adulta.

Pero, ¿ya son novios?  –dijo otro niño

Sí, ahora yo continuaré con esta parte de la historia, que es la más bonita –dijo la mujer adulta

Sí, el drama te encanta –respondió el hombre rodando los ojos.

–Sí, el drama te encanta –respondió el hombre rodando los ojos

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Agosto de 1939

Lo primero en lo que me fijo nada más llegar a casa es en la expresión de tristeza en la cara de mi padre.

–Padre, ¿ha ocurrido algo? ¿está bien? ¿le ha pasado algo a Steve? –hace varios días que los únicos momentos que podemos compartir es cuando puede acompañarme al trabajo y cuando me espera a la salida.

–Perdí a mi mujer demasiado temprano, y ahora voy a perder también a mi hija. –fue lo único que dijo.

–Padre, ¿de qué está hablando? –entonces es cuando me fijo en que tiene una carta con el sello del ejército estadounidense.

–Padre, no quería contártelo porque se habría negado, pero me apunté como enfermera voluntaria al ejército, fue hace bastante tiempo, y gracias a Dios no me han necesitado. –mi padre ríe con tristeza.

–Hasta ahora Eliza –me tiende la carta y comienzo a leerla.

Estimada srta E. A. Carson:

Como enfermera voluntaria en el programa del ejército se le notifica que es probable que en los próximos meses se requiera de su presencia.

Cuando el momento llegue ha de estar debidamente preparada para un traslado a cualquier lugar. Inclusive el extranjero.

Espere instrucciones.

Coordinadora de las enfermeras voluntarias del ejército

M. Walker

–No debes de preocuparte padre, no hay ninguna guerra, seguro que es para alguna formación especial o una manera de ponerme a prueba.

–Eres igual de inocente que tu madre, sabes perfectamente lo que esa carta significa, será mejor que te hagas la idea, deberías hablar con Steven.

–Padre, voy a ir a hablar con Stevie, llegaré tarde, o temprano, no lo se –vuelvo a ponerme el abrigo.

–¿Qué? ¿ahora? –yo asentí y el suspiró –ten cuidado Eliza –se levanta y me da un abrazo.

–Lo tendré, adiós padre –digo y antes de salir por la puerta puedo ver como vuelve a sentarse en su sillón favorito y se tapa la cara con las manos.

El primer amor del Capitán América (Steve Rogers) [Libro I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora