Capitulo 3 - El grito en la cocina

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Capitulo 3 – El grito en la cocina

Pasaron horas después del espantoso accidente hasta que llegó la noticia que tanto esperaban todos los chicos, Alice había despertado.

-¡Ay, que alivio! –Exclamó alegremente Flavia.

-¿Puedo pasar a verla? –preguntó tímidamente Alma.

-Si, claro. Pero si no recuerda el suceso o acciones anteriores no la presionen. Puede sufrir un shock emocional, dejen que los recuerdos vuelvan naturalmente a su mente, ¿si? –Alma afirmó con la cabeza-. La guiaré hasta la habitación donde se encuentra la paciente.

Alma siguió al doctor por un pasillo hasta llegar a una entrada que decía “habitación 43”. El doctor le abrió la puerta e hizo un gesto de caballerosidad para que la muchacha entrara a la habitación. Ella lentamente se adentró a ésta, temerosa con lo que podía encontrarse. Una vez en la habitación el doctor cerró la puerta. Ya estaba a solas con su mejor amiga. La miró a lo lejos, estaba dormida, con un respirador. Vendada gran parte de la cabeza. Alma sintió un dolor angustioso en su corazón. La escena que presenciaba era triste. Pero le daba alivio de que ya haya reaccionado. Se acercó con pasos lentos y cortos hacía el borde de la cama. Se sentó. La miró detenidamente cuando lentamente Alice abría los ojos.

-¿Po… por qué? –pronunció las primeras palabras Alice con la voz entrecortada y un poco ronca.

-¿Por qué que? –Alma no entendía la pregunta de su amiga.

-Me empujaste –prosiguió respirando agitadamente.

-¿Qué? Aly… ¿Cómo puedes pensar que yo te empujé? –Alma se sentía muy dolida ante las palabras de su amiga.

-Tú me empujaste, yo sentí tus manos en mi espalda… -dijo rápidamente y luego tomó aire para continuar antes que Alma pronuncie ninguna palabra-. Me empujaste… yo aguanto todas tus bromas pero esta ya no… ya no… -en ese momento se derramó una lágrima de los ojos de Alice.

-Pe… pero Aly. Yo no te empuje. Tú te tiraste, ¿Por qué lo hiciste?

-Deja de mentir, estoy harta de tus mentiras…

-¿Cómo? Si yo… -Alice no la dejó continuar.

-Siempre tratas de lavarte las manos en todo y me dejas a mí como la culpable…

-Aly…

-No, déjame terminar. Esta broma no fue graciosa, casi muero y tú tratas de culparme a mí.

-Es que…

-Nunca piensas… ¡¿Por qué no piensas, Alma?! –Alice se quiso incorporar pero en pleno acto se desvaneció.

Alma llevó sus manos a su boca, no podía creer lo que le había dicho su mejor amiga. Comenzó a llorar y salió de la habitación rápidamente.

-¿Qué pasó, Almita? ¿Por qué lloras? –preguntó preocupado Tomás.

-Ella… ella piensa que… que yo la empujé –Alma rompió en llanto y Tomás la contuvo abrazándola.

-No había nada que obstaculizara el camino… -insinuó el profesor con una mirada sospechosa. Alma se apartó de Tomás y miro fijamente al profesor Carlos.

-Ni se atreva a insinuar semejante barbaridad. Usted no estuvo allí, yo fui la única y estoy segura de que yo no la empujé –dijo señalando y mirando desafiantemente al profesor que dio unos pasos atrás.

-Tranquila Almita… Vamos a la cabaña, necesitas descansar… -se interpuso Tomás.

Ambos se fueron a la cabaña entre otro grupo que también se marchaba. Llegaron a la cabaña y Tomás acompañó a Alma a su habitación. Al llegar a las escaleras Alma se detuvo bruscamente y las miró con temor. Pero luego continuaron hasta su cuarto. Entraron y Alma se recostó. Tomás se sentó en el borde de la cama.

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