Capítulo 55

2.2K 222 12
                                    

Estoy danzando en el limbo de la inconsciencia.

No me siento como yo misma; soy ajena a todo lo que me rodea, y me siento más liviana de lo normal. Casi como una pluma. Pero, al mismo tiempo, me siento como si estuviese debajo del agua.

Sonidos lejanos se cuelan entre mis oídos, pero no logro reconocer ninguno de ellos.

Mi cuerpo se siente entumecido y pesado. Mis ojos aún permanecen cerrados, pero estoy despierta. Me siento despierta. Pero, al mismo tiempo, no me siento en este mundo. Es como si estuviese flotando en algún plano que no es el terrenal, casi como si estuviese despertando de un profundo sueño.

De pronto, no sé dónde me encuentro.

Me siento aturdida, perdida y desenfocada.

Es como si mi alma hubiese sido separada de mi cuerpo, y yo hubiese quedado flotando en la nada.

El pánico me atenaza las entrañas cuando me doy cuenta que no puedo moverme, y que tampoco puedo hablar. Esas acciones tan simples, se me hacen tan imposibles justo ahora.

De pronto, el olor a medicamentos y alcohol para desinfectar heridas me golpe las fosa nasales.

El aire frío está impregnado en el ambiente, y me siento envuelta en un manto extraño de calma y olores de medicamentos de uso común. Me siento en un ambiente en el que ya he estado antes, pero mi cabeza está tan aturdida que no logra conectar los puntos para tratar de descifrar donde me encuentro.

No sé cuánto tiempo pasa hasta que puedo mover mi dedo meñique. Y es ahí cuando comienzo a sentirme más consciente de mi entorno.

Mis párpados revolotean tratando de abrirse, pero se siente como una eternidad cuando, con mucho esfuerzo, logran su cometido.

Oscuridad.

Lo primero que me recibe, al abrir los ojos, es una oscuridad tenebrosa.

Quiero decir algo. Quiero gritar. Pero no puedo hacerlo porque hay algo en mi tráquea, muy incómodo, que me lo impide.

Los sonidos a mi alrededor se vuelven más claros a medida que comienzo a despertar y prestarles atención; hay algo emitiendo un pitido constante a mi lado, hay personas hablando a la lejanía, y puedo escuchar pasos ir y venir. También, soy capaz de escuchar la respiración acompasada a mi lado.

Es hasta ese momento, que me doy cuenta que hay alguien más aquí conmigo, que noto la calidez de una mano sobre la mía.

Mi ceño se frunce, por qué no tengo ni la más remota idea de dónde me encuentro, por qué mi cuerpo se siente así de adolorido, o qué es esto en mi garganta que no me permite emitir ningún sonido.

«¿Dónde estoy? ¿Qué sucedió?».

Trato de unir los puntos en mi cabeza, pero no hay nada allí que pueda recordar. No hay nada que me dé una pista de qué está sucediendo.

A medida que pasan los minutos soy consciente del pinchazo que hay sobre el dorso de mi mano izquierda, justo en mi vena; el material blando y cálido debajo de mí, y también de la prenda ligera que me viste y la sábana que me cubre.

Todo es tan familiar, pero aún no logro descifrar dónde me encuentro...

Hay un grueso vendaje sobre mi estómago, y eso sólo hace que un pinchazo de dolor me invada la cabeza.

Mi mano, que está debajo del de la otra persona, se remueve para tratar de atraer su atención.

Me toma unos minutos hacerlo, hasta que escucho un quejido quejumbroso colarse en mis oídos y, acto seguido, susurra:

Aunque no te pueda ver ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora