El camino a casa se me hizo más largo de lo común, porque creí que desviándome un poco de la ruta me haría bien para pensar. Sin embargo, había demasiado movimiento en las calles como para detenerme en mí misma y evitar distraerme en medio de una importante discusión a muerte dentro de mis pensamientos. Ahora mismo yo me sentía muy egoísta.
El día estaba nublado, lo cual era demasiado raro en Arizona, donde no llovía ni por milagro, casi nunca. Las calles denotaban que el mundo no se detenía alrededor de mí, y que no todo era tan idílico como lo parecía, o al menos no bajo esa precisa definición absurda.
Pensaba en Justin, y en Matt, y en parte en Tyler… Diablos, ahora no sabía exactamente en quién demonios pensaba. Sólo sabía que los tres rebasaban mi barrera de cordura, pero en una manera distinta cada uno. Matt era mi mejor amigo desde la primaria; desde la infancia más vergonzosa hasta ahora, la juventud más tormentosa y problemática que jamás imaginé que pudiese experimentar algún día; y, sin embargo, a pesar de mis estúpidos desplantes –no los recordaba ahora, pero ahí estaban–, él todavía seguía preguntando por mí.
Tyler… Agh, bueno, él ya era un caso perdido. Yo no lo querría nunca de la manera en que yo solía –y ahora deseaba– hacerlo, y temí que tanto tiempo de obsesión y enamoramiento hubiesen sido solamente eso: enamoramiento. Obsesión. Una… ruin pérdida de tiempo. Pero, ¿lo mejor no había sido, acaso, haberme dado cuenta ahora que después, cuando ya no tuviese otra opción que aceptarlo? Aunque, sin embargo, el lado cuerdo de mi subconsciente pugnaba porque yo era estúpida en sus mil formas diferentes. Ahora no sabía exactamente lo que quería, o lo que yo necesitaba.
El aguacero no tardó en llegar, y las primeras gotas espesas acompañadas de truenos leves y ecoicos cayeron sobre mi cabeza antes de que pudiese llegar a pensar en el único individuo faltante.
Dejé que la llovizna me cubriera desde la cabeza a los pies, rechazando con silencio la ayuda de varias personas que me ofrecieron un paraguas o, incluso, llevarme a casa. Tenía la mirada perdida y fija en un punto sin salida, con un agujero negro al final donde yo casi tocaba el fondo, y no me interesaba regresar ahora. Recosté mi cabeza sobre el poste inmediato a mis hombros, y cerré los ojos, sintiendo que las gotas de lluvia se desbordaban también por mi cara. Sentía que me duchaba en plena acera, cubierta con mis ropas empapadas y con las piernas cruzadas sobre el asiento metálico.
Y, entonces, en unos minutos, la aglomerada calle de repente quedó vacía, tras no saber resguardar a sus habitantes de esta repentina llovizna, en Phoenix – Arizona.
Apoyé mis manos en mi rostro, esperando a alguien, sin saber a quién, y no estando segura de si vendría. Tal y como había pensado en el momento cuando Matt me entregó la flor; sólo quería sentarme por ahí a perder la mirada en algún punto y luego deslizarme por los oscuros torrentes de mi mente debatiente. Estaba haciendo lo que yo quería, tal y como sarcásticamente me había gritado “él”, y eso contaba algo para mí. Muchísimo.
Un auto se aparcó al borde de la acera empapada, lanzando agua ennegrecida por debajo de la banca. Seguí con la mirada la leve corriente y subí mi vista hacia el auto negro, el cual de repente tenía una de sus ventanas abajo.
-Ven, sube –ronroneó una voz dulce y conocida. Con el corazón latiendo de adrenalina, ignoré mi empapamiento y, sin vacilar, me adentré en el auto calentito, quedándome a oscuras una vez hube cerrado la puerta detrás de mí.
Él se mantenía en silencio, con el rostro sereno iluminado con las luces del tablero, e incluso pude vislumbrar una leve sonrisa curvando sus labios carnosos y rosados. Esta vez no llevaba licor en el auto. Había menos probabilidades de matarnos. Me reí bajito ante mis propias alucinaciones.
Habíamos entrado a un túnel cuando habló.
-¿Cómo estás? –inquirió, con voz aterradoramente angelical.
-Mal.
Meditó, apretando los labios.
-¿Problemas en la escuela? –prosiguió, manteniendo su vista fija en el camino.
-No –mentí. Aunque si lo mirabas de este modo, no era una gran mentira: Mi único problema aquí era él. Así de simple. Segundos de silencio pasaron cuando suspiré profundamente, frotando mis manos en mi pantalón empapado y gélido.
-¿Sabías que yo estaba por ahí? –inquirí, con los labios casi apretados. Vaciló.
-Uno recorre lugares con su auto tranquilamente –respondió -, y es una sorpresa que te encuentres a alguien conocido.
-Aunque esa persona sea yo –proseguí por él.
-En eso radica mi sorpresa –masculló en tono neutro.
-No te ves del todo sorprendido –acoté, arqueando las cejas.
-Y tú no te ves del todo seca –bromeó, curvando sus labios visiblemente. Quiso acotar algo, pero se calló, dándome lugar para una respuesta. Me humedecí los labios y me tiré de vuelta en el asiento, con los brazos cruzados sobre el pecho y la mandíbula tensa.
-No es tu problema –me defendí tajante, temblando de ganas de besar esa joya hermosa incrustada en su rostro.
-Sigues siendo igual de terca –rió en voz baja, sentía las gotas desprenderse de mi pelo y bajar por lo largo y ancho de mi rostro, bordeando mis cejas, también.
-Tú no me conoces –repliqué, con los ojos húmedos, a punto de dejar salir toda la rabia acumulada en mi interior.
-¿Quién dijo que no? –rió.
-Yo –sonreí con sorna hacia él -. Y, ¿sabes? No sé nada de esto, pero estoy bastante segura de que la Tierra gira alrededor del Sol, y no de ti.
Gruñó, y se detuvo de un lado de la calle, permitiendo que la lluvia azotara el techo del auto, manifestándose en un violento y molesto chipi-chipi. Apagó el motor, y se quedó mirándome con expresión molesta.
-Mira, yo no vine a pelear contigo –me avisó -. Ya he tenido de sobra con todas las veces que lo hemos hecho, y creo que a ti, señorita, te fascina hervirme la sangre cuando se te apetece.
-¡Pero si me has sacado las palabras de la boca! –dije con falsa emoción -. ¿Y sabe otra cosa, “señor”? “Usted” es el que me provoca arrancarle las pestañas una a una con su muy pasada de tono manera de…
-¿Besar? –arqueó una ceja, acercándose a mí y acorralándome contra la puerta del auto. Mi respiración se agitó, mientras me perdía en sus intensos y fervientes ojos mieles. Me aparté violentamente y abrí la puerta del auto, saliendo con disposición e inmediatamente empapándome otra vez. No podía creer que estábamos haciendo esto de nuevo…
Mientras caminaba con dificultad por entre los charcos profundos, escuché un portazo detrás.
-Justin-:
Joder, no, no. ¿Otra vez? ¡Esto no me puede estar pasando!
Salí del auto, golpeando la puerta del mismo con toda la fuerza con la que conté, y eché un grito al aire, sintiendo que me empapaba.
-¿A dónde se supone que vas? –le grité. Ella volteó danzante, con las manos sobre su pecho y expresión aterrada, aunque ahora parecía una fierecilla.
-¿Yo?
-¡Sí, tú! –gruñí.
-A cualquier lugar en donde no estés tú –rodó los ojos y, sonriendo con sorna, se giró de nuevo, y emprendió su marcha hacia cualquier lugar en la Tierra que, de seguro sería malo. De todos los lugares existentes, ella siempre escogía ir al más perjudicial, y si yo no la conociese, pensaría que es una muchacha chiflada dispuesta a que la maten o, debido a su actitud, a suicidarse. Suicidarse de una manera tonta y, además, haciendo el ridículo.
La perseguí hasta estar a un metro de ella.
-Por tu propio bien, intenta aceptar que yo te proteja, al menos cuando estés conmigo –espeté -. ¿Quieres matarte?
-¡No me va a pasar nada! –se giró, abriendo sus brazos -. Deja de cuidar al premio, que no se rompe con facilidad.
-Vale, ¿me lo tienes que echar en cara, joder? –gruñí hacia ella, mientras la sangre me hervía al verla caminar de nuevo -. ¡Tú pediste la verdad, y yo te la di! ¡No me culpes por ello, joder!
-¡Te culpo por lo que mereces ser culpado, Bieber! –gritó, ladeando la cabeza para mirarme de reojo.
-¿Me culpas por quererte? ¿Eh? ¿Me odias por eso? –solté de repente, haciendo que ella se detuviera, y que inmediatamente yo me arrepintiera. Odiaba con todas mis fuerzas esto, yo me volvía tan jodidamente cursi, que estando a solas yo mismo me daba asco. Se quedó de espaldas a mí, inmóvil y cabizbaja.
-¿Ese es tu odio hacia mí? –achiqué los ojos -. ¿Por qué me odias tanto? ¿Qué he hecho además de salvarte el pellejo y darte todo el puto amor que me queda? –gruñí, dejándolo salir todo. Ella volteó sollozando, con las lágrimas visiblemente cayendo por sus mejillas, mientras su rostro se sonrojaba cada vez más. Algunos mechones de cabello le cubrían la cara, haciéndola parecer una niña. Los ojos se me humedecieron de rabia e impotencia.
-¡Te culpo de todo! –sollozó -. ¡Eres un imbécil, no te imaginas cuánto estoy odiándote ahora! ¡No eres un ser humano, eres un m-o-u-n-s-t-r-u-o! –chilló, haciendo que yo apretara mi mandíbula. Ella estaba fuera de control. Se acercó a mí y se apartó los cabellos de la cara, para mirarme de cerca. Sentía su aliento rozar mis labios y vi que sus puños se apretaban a sus costados -. ¡Quiero mi vida de vuelta! –gritó guturalmente, como si creyera que todo esto dependía de mí.
Entonces, rápidamente se desplomó y hundió su rostro en mi pecho, apretando sus puños contra mi abdomen, y luego rodó sus manos por mi espalda. Yo sentía las vibraciones de su cuerpo, ella estaba destrozada.
Deslicé mis manos por sus hombros, y la apegué a mí, apoyando mi barbilla en su cabeza empapada, sintiendo algo más fuerte que los simples latidos rugir dentro de mi pecho mojado.

Lost | Adaptada | Justin Bieber y TúNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ