CAPITULO 25

725 88 84
                                    

Las puertas del ascensor se abren dándome acceso a ese lugar en el que tantos buenos momentos pasé. Me descalzo, costumbre ya adquirida, y me coloco las pantuflas blancas que, aunque no llevan mi nombre bordado, sé que me pertenecen. 

Cruzo el umbral con la ilusión de verlo, el pulso acelerado, las manos húmedas, inquieta por lo que puede llegar a suceder. El silencio es absoluto, sólo escucho el aire que escapa por mi boca entreabierta.

Avanzo hasta la sala de estar. Un hombre me espera de espaldas con las manos ocultas en los bolsillos del pantalón, su concentración fija en lo que observa a través de la ventana. Es alto como Jeremías, con la misma postura imponente, pero no es él. Lo delata el cabello blanquecino, el torso más grueso y la vestimenta, por supuesto. Sus pantalones son formales, lleva una camisa blanca, parece que la obsesión por las camisas blancas viene de familia, y un sweater azul oscuro de hilo fino.

-Te has tardado – ese sujeto misterioso se gira, casi en cámara lenta, enfocando sus ojos negros, oscuros como los del hombre que amo, en mí. 

El parecido es indiscutible, la misma fuerza en la mirada, la misma determinación, sólo que a este hombre le falta brillo, todo en su cuerpo parece gritar de tristeza, es un alma atormentada. Un escalofrío recorre mis brazos, mi espina dorsal. Quería conocerlo en otras circunstancias, sólo espero que no escuche la discusión que seguramente tendré con Jeremías.

Mi plan es enfrentarlo, exigirle una explicación sobre el hecho de que ahora soy un objetivo. Informarle que lo voy a ayudar y que no tiene ninguna injerencia en eso, ya que es una decisión tomada. Si es necesario le suplicaré que me permita estar cerca, porque vivo para estar a su lado.

Carraspeo para alertar al señor avejentado que tengo ante mis ojos que no soy la persona que está esperando. Su postura es amenazante y al mismo tiempo tranquilizadora, la contradicción se plasma en lo gestos de su rostro afilado, tenso, y en los movimientos armoniosos de su cuerpo. Entiendo de dónde heredó Jeremías esa actitud dual tan difícil de interpretar, esa expresión gélida que paraliza a cualquiera que quiera adentrarse en su mundo íntimo, privado.

-Jacobo Zret, un placer conocerte finalmente – Con tres pasos, se acerca a mí. Extiende su mano derecha e imito el gesto sellando el saludo con un firme apretón.

-Emma Pier... Pierceston – sin querer la voz me sale entrecortada, respiro profundamente en un intento por calmarme. 

Conocer al padre de Jeremías es sumamente importante, le reclamé sobre ello, y finalmente aquí estoy, frente a él. Había fantaseado con que me presentaba como su novia, mujer, pareja, como eligiera llamarme, y que juntos disfrutaríamos de una cálida cena. Sin embargo, el destino me coloca en una situación en la cual debo auto-presentarme sin siquiera tener una razón válida para estar en esta casa. ¿Sabrá sobre mí? Muerdo mi labio inferior. Tal vez se está preguntando en este momento que diablos hace una muchacha tan simple y notablemente inferior en su casa.

-Lo sé, sé todo sobre ti – ladeo mi rostro para contemplarlo perpleja. Me siento un poco incómoda bajo su escrutinio constante, dice conocerme cuando yo no sé nada sobre él; estoy en desventaja.

-Estoy buscando a su hijo ¿está aquí? – Revelo la intención de mi visita.

-No, me estás buscando a mí – zanja con seguridad acercándose un paso más.

-No entiendo... - mascullo al tiempo que amplio la distancia entre nosotros. Mis piernas chocan con el sillón que tengo detrás provocando que pierda el equilibrio y que me siente de forma poco decorosa.

-Sí, mejor que tomes asiento – me pongo de pie abochornada. El calor sube por mi rostro, no entiendo qué está pasando. Tiene el mismo sentido del humor que su hijo, son muy parecidos. - ¿Quieres algo para beber? – Niego con rapidez. El hombre se sirve un whisky de un mini bar que se encuentra en un rincón cercano.

Muñeca del Destino [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora