Capítulo 10: Susurros (parte III)

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El cuerpo de Germanus se interponía entre la anciana y la habitación de una forma violenta; pero a esta no parecía impacientarle. De hecho, le mostraba los dientes amablemente dejando en ridículo la actitud que el muchacho estaba teniendo.
Después de un tiempo y no sin antes marcar su imponencia, la dejó pasar.
Ar avanzó inspeccionando a Fhender, sin sacarle un segundo los ojos de encima; y se sentó en un banco que Bori rápidamente le había ofrecido.
Antes de cerrar la puerta, quien la había abierto, dio unos cuantos vistazos, asegurándose de que esta vez nadie los escuchaba.

—¿Cómo es que puede ayudarnos? —preguntó ingenuo el joven, lo que generó que la anciana riera; aunque al instante debió cortar su humor ya que nadie la había seguido. Al contrario, solo recibía caras de duda e incertidumbre.

—Bok me dijo que eran desconfiados —tocía cerrando sus ojos y volvía a hablar—. Pero desconfiar de una débil anciana como yo... —como si reflexionara—. Por lo que habrán pasado... —asintiendo.

—Disculpá —se apresuraba a decir Oriana al ver que Germanus comenzaba a impacientarse—. Es que hace horas nos enteramos que alguien que formaba parte de nuestro grupo, era un traidor.

El rostro de Ar se volvía más sereno aun del que habitualmente llevaba, como si lograra empatizar con su sentimiento.
Bori abría la boca para hablar, pero al instante se arrepentía.
Los ojos del grupo se concentraban en la señora, que parecía estar acostumbrada a soportar la presión de muchas miradas a la vez.

—En principio... me quiero disculpar por el comportamiento de mi hijo. Orwen —como si contase un chiste—. Es igual a su abuelo —nuevamente las caras no acompañaban el empeño que esta intentaba poner—. Creo que debemos ir a lo importante... Conocí a Rigal —de repente algunos ojos comenzaron a hacer destellos, destellos de felicidad—. Conocí a Rigal... —los destellos se apagaban uno a uno; el tono había cambiado, la angustia invadía.

Zies y Aphela se encontraban volviendo junto a Kog que alardeaba el precio al que había podido vender su carreta. "Un diente azul y cinco marrones por una carreta vieja", "los Dhal'ar no saben nada de negocios", decía. Llevaba entre sus brazos al animal, con el que aunque no quería admitirlo, se había encariñado. No así con el joven, estaba convencido de que al llegar a la taberna, se despediría para siempre.

—Ese chico lo único que nos ha traído, fueron problemas —se quejaba—. Mirá —mostrando un cartel pegado sobre un lujoso almacén—. Todos los solados del mundo —extendiendo sus brazos hacia arriba—. Buscan al chico.

El papel que ahora se encontraba entre las manos de Kog, describía de pies a cabeza a Fhender; ofrecía recompensa por cualquier tipo de información; y penaba con el título de "traidor" a quien lo cubra. En todos los reinos, se sabía que esa pena se pagaba con la vida.

—Y pagan... —seguía hablando ostentoso—. Tres dientes azules —sorprendido—. A quien... Oh, no —la risa de las muchachas se hacía un eco de la desgracia del tipo.

—Se recompensará —Zies sacaba el papel de las manos de Kog y se ponía a leer en voz alta—. Con tres dientes azules, en principio —remarcando esa frase—. A quien proporcione información sobre el paradero de la carreta con la que cruzaron de Noinor a Rasgh... —haciendo fuerza con su garganta para engrosar su voz—. "Los Dhal'ar no saben nada de negocios" —se burlaban.

En la habitación de la taberna la conversación seguía ahora un poco más relajada; Med le había alcanzado una taza de té a cada uno y luego sin querer ocasionar molestias se había retirado.
Todos parecían más dispuestos a escuchar y a concentrarse en lo que la anciana tenía para contarles; aunque Germanus seguía oponiendo su resistencia habitual. Los sorbos que la anciana daba, inundaban la habitación e impacientaban aún más a este; después de cada uno, levantaba la mirada y sonreía, como si lo estuviera poniendo a prueba.

Fhender: La rebelión de los Vahianer ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora