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Podía sentir como cada parte de mi vida se iba destruyendo. Todo. Mis sueños, mis anhelos, mis recuerdos parecían unos simples borrones, manchas que tenía en mi cabeza. Cada momento feliz y fugaz que había vivido con mi mamá se iban desvaneciendo y desapareciendo como la arena entre las manos.

Lo único que podía hacer era mirar el piso, intentando aclarar mis pensamientos y mis ideas. Me sentía desorientado, no sabía hacia donde dar el siguiente paso, como si intentara salir de un laberinto pero con los ojos cerrados.

Sentía como los ojos de Joseph no se separaban de mí, y la ira comenzó a florecer de entre el torbellino de sentimientos que tenía. Levanté lentamente la vista y puse mis ojos en los de él.

-te dije que te alejaras- dijo con tono de victoria. Mi cerebro no tuvo tiempo para pensar. Me puse de pie y de un salto, me abalancé hacia el muchacho, propinando puñetazos en la cara con toda la fuerza que poseía, si tenía que romperle cada hueso en su delgaducho cuerpo, me importaba poco o nada.

Pero Joseph no se defendió, simplemente dejó que descargara mi ira en él, hasta el punto en que la nariz y la boca le sangraban copiosamente. No pude más. Me aparté de él, sentándome en el piso, con las lágrimas corriendo sin poder detenerlas y con mis manos moradas y llenas de sangre. Joseph se incorporó y se limpió la cara con su antebrazo.

-cuando estás tan roto por dentro, los dolores físicos ya no te lastiman- dijo el chico esbozando una sonrisa que más parecía una mueca, entre la sangre y sus hinchados labios.

-eres un imbécil- dije escupiendo las palabras con todo el desprecio que me era posible.

-bienvenido a mi mundo- dijo él. Como pudo, se puso de pie y salió de la casa. Me quedé en silencio. Me sentía sucio, dañino e incluso tóxico. Me sentía anormal, casi como un monstruo. Empecé a repetir en mi cabeza que ser gay no estaba mal, pero nada podía hacer que desapareciera de mi mente la imagen de decepción de mi mamá. Sentí pasos en la cocina y de pronto, apareció mi Nani. A través de mis lágrimas, pude divisar que tenía los ojos rojos, obviamente también había llorado por la noticia.

-Chris- dijo ella con la voz entrecortada. No tenía la valentía para mirarla a la cara. Sentía una vergüenza enorme, sentía que era la oveja negra de la familia. Mi Nani se acercó a mí, se puso en cuclillas y me quedó mirando.

-Christopher, ¿es verdad lo que dijo el niño?-. Su tono de voz me hizo llorar con más fuerza. Sentía que estaba rompiendo lo más preciado de mi vida, sentía que estaba dañando a más no poder a la persona que siempre me había ayudado cuando nadie más lo había hecho, era un sentimiento de lo más horrible en la vida y solo quería que desapareciera de una vez.

Sin muchas fuerzas, asentí solo moviendo la cabeza. Mi Nani dio un pequeño respingo, y contrario a todo, me abrazó con fuerza. Sus brazos temblorosos me enrollaron y me cobijaron con cariño. Ahí estábamos los dos llorando en el piso del comedor, pero juntos.

-Chris- volvió a decir mi Nani cuando ya me había calmado un poco, apartándose de mí, sujetando mis ensangrentadas manos y mirándome. Mis lágrimas salían en silencio –quiero que me mires.

-no puedo- dije con la voz embargada en tristeza.

-si puedes- volvió a decirme. Sin saber a qué me enfrentaba, levanté la vista, encontrándome con unos hermosos y brillantes ojos verdes –pase lo que pase, sigues siendo mi nieto y lo más importante de mi vida.

-pero Nani, soy gay- dije con rabia. En ese momento solo sentía asco hacia mí mismo.

-podrías ser una planta y aun así te seguiría amando- respondió ella, haciendo caso omiso a mis palabras –sí, la noticia es fuerte, pero el hecho de ser gay no te quita tu cualidad ni calidad como persona… y eres una de las mejores personas que conozco-. No pude evitar esbozar una sonrisa y me volví a cobijar en sus brazos.

Guarda mi secretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora