El final de las peleas

Start from the beginning
                                    

—¿Están casados por iglesia? —interrogó.

—Si ¿por? —dije pensando que, quizás, no había sido buena idea sentarme a su lado. No me va el rollo religioso.

—Bueno, por lo menos tienen la bendición del Señor. Es una pareja bendecida.

—¡Ah! Por eso —acepté mientras me inclinaba disimuladamente para mirar si había algún bolso debajo del banco.

No lo había. "Bueno, biblias no vende". Me permití arriesgar."¿Y quién vende biblias ahora?" . "Dejá de divagar". me acusé.

Se hizo un breve silencio.

"Hay que hacerlo hablar", volví a decirme.

—No me dijiste ¿Qué hacés a esta hora?

—Digamos que me peleé con mi jefe —el tono fue triste.

—No te preocupes. Los trabajos van y vienen —dije intentando quitar hierro al asunto.

—No. Mi trabajo se mantiene. No me gusta lo que implica —aclaró.

—¡Ah! Reducción de personal. Tenés que echar gente... ¿a muchos? —terminé preguntando como si de verdad me interesara.

—Si —fue algo escueto, como si se le hubiera caído de la boca.

Yo casi me tranquilizo. "No creo que nadie se suicide por tener que echar a varios empleados ¿o si?"

—¿Y cuándo lo tenés que hacer?

—Estoy esperando la confirmación.

Estos son los momentos en que odio la tecnología. Antes tenían que dejarte un mensaje y disponías de un día o más para hacer las cosas. Ahora te ubican en el celular y listo.

Miré el mío y vi que ya eran casi las 7. Y no había noticias de Paula.

"Va a ser mejor cambiar de tema", pensé.

—Nosotros somos hijos de algo o alguien ¿no? Porque nuestros nombres terminan en "el", digo. Gabriel, Miguel, ¿no?

Él rió con ganas. Me gustó como lo hacía. Creo que talvez me sonrojé. La risa, la mirada. Era de una belleza extraña. No podía definirlo. Nunca me había pasado. Una belleza que atraía.

"Y menos mal que no me escuchan mis amigos... van a pensar que me empiezan a gustar los hombres". Pero Miguel tenía algo. En la mirada franca. En la sonrisa tierna. Tenía algo.

—No. Estás equivocado —me corrigió—. Lo que en español determina ser el hijo de alguien, es la terminación «ez». Rodríguez, hijo de Rodrigo, Fernández, hijo de Fernando, así.

—¡Ah! Pero nuestros nombres también significan algo. ¡Estoy seguro! —agregué convencido.

—Si. También. —Aceptó— La terminación «el» en hebreo significa «Dios», por ejemplo, "Gabriel", tu nombre, es "fortaleza de Dios", "Rafael, sanación de Dios", "Uriel, fuego de Dios". Son nombres de arcángeles.

—¡Ves! ¡Lo sabía! —dije chocando las palmas— No me acordaba bien, pero sabía que algo significaban. ¿Y qué hizo el que tiene mi nombre?

—¿El que tiene tu nombre? —esta vez su risa fue algo triste—.¿Soberbia, quizás? ¿No será que vos llevás su nombre?

—Bueno, ya me entendiste...

Y él completó con tono condescendiente.

—Gabriel, entre otras muchísimas cosas, fue el que le comunicó a María que estaba embarazada de Jesús.

—Lo había olvidado. En la familia era mi madre la creyente. Me lo habrá puesto por eso —dije mientras miraba de reojo mi teléfono. Sin noticias de Paula, todavía.

Al levantar mi cabeza nuestras miradas se cruzaron. La profundidad de su mirada me empujó. No podía dejar de mirar esos ojos y esos labios.

El contacto visual se rompió con una brusquedad que no esperaba. Me dolió.

—Me están llamando —sentenció Miguel, mientras se ponía de pie—. Debe hacerse ahora.

No escuché ningún sonido que revelara la llamada, pero yo también me levanté.

Miguel tocó primero mi rostro y terminó apoyando su mano en mi hombro. La calidez de su tacto me subyugó.

—Volvé con tu mujer. No es momento de peleas. ¡Apurate!

—¿Qué? —balbuceé. "De que habla", pensé.

—Te juro que hice todo lo posible para evitarlo. Argumenté lo mejor que pude. Expresé todas las cosas buenas que hicieron. Pero Él entendió que las cosas malas eran muchas más. ¡Volvé con tu mujer!

Miguel se dio media vuelta y empezó a caminar hacia el mar. Hizo un gesto con su mano derecha y una parte del océano desapareció. Simplemente fue reemplazado por la nada misma. No hubo sonidos que evidenciaran lo que sucedía.

Frente a otro gesto de Miguel el cielo desapareció también. La nada no tenía color, todo me parecía de un blanco indefinible.

"¡Paula!". Empecé a correr, echando furtivas miradas hacia atrás.

—¡Paula! —grité. No podía pensar en otra cosa.

En cada mirada veía desaparecer más trozos del mundo. Del universo.

—¡Paula! ¡Paula! —gritaba y corría lo más rápido que podía.

En mi último vistazo vi a Miguel desplegar sus alas y alzar el vuelo.

La gloria del Señor lo esperaba.

El mundo siguió perdiendo color. Desapareciendo.

—¡Paula! ¡Paula! —gritaba sin aliento.

Después, según me contaron, yo también desaparecí.

Cuentos variosWhere stories live. Discover now