Capítulo Ocho

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Capítulo ocho.

April.


Hoy es un día como cualquier otro...En mi vida. ¿No es difícil adivinar de lo que hablo, verdad?

Llantos, peleas, juguetes regados, disputas, llantos de nuevo y mucho popo. Oh, sí, hoy siento que estoy criando pequeños patos que defecan todo lo que comen, al menos no es diarrea.

Observo como esos pequeños monstruos corren uno detrás del otro por un biberón de agua, veo hacia el suelo donde descansa otro biberón de agua impecable. ¿Qué tiene entonces el otro de especial? ¿Por qué se comportan de forma tan aterradora y no de manera adorables como bebés de comerciales?

Rasco mi cuello y siento la humedad de mi camisa, sí, tengo algo de papilla de bebé ahí y podría ser que un poco de ello se encuentre en mi cabello. Dejo de ver la película de terror ocurriendo frente a mí y me acerco a la pelea salvaje de pequeños leones.

Llevan unos buenos minutos en una lucha por el biberón de oro.

—Basta. ¡Zoey no tires el cabello de Nathan!

— ¡Mimi! —Nathan lloriquea—. ¡Es mío!

Zoey se siente acorralada, lo sé porque su táctica se convierte en llorar. Su pequeña boca tiembla, Nathan solloza y de repente no estoy simplemente en mi casa: me encuentro en un concierto de llanto y nunca pedí estar en la fila VIP.

Escucho el timbre sonar, ¿Quién quiere unirse a este concierto? Porque no me quedan dudas de que yo quiero escapar.

— ¡Es mío, mimi! ¡Es de la bebé! —grita Zoey llorando.

Paso las manos por mi cabello ocasionando que muchos mechones salgan del moño reteniéndolos. Estoy a poco de enloquecer mientras interfiero cuando Nathan empuja a Zoey, quien de manera magistral aterriza de culo sobre el suelo y se deja caer acostada llorando. Nathan llora más fuerte aferrando el biberón a su pecho como un animal a sus crías.

Tomo a Nathan en brazos para alejarlo de la venganza de Zoey, quien sé que cuando termine de llorar intentará venir con todo. Como buena madre intento enseñarles que la venganza no es buena, pero solo tienen dos años y en este momento parece que desquitarse es algo en su naturaleza que no pueden evitar.

Recuerdo, entonces, que el timbre estaba sonando porque Dios me ha enviado a un ángel que tomará prestado a mis hijos y me hará tomar un descanso de esta guerra nuclear de llanto. Muchas veces escuché a personas decir que la tercera guerra mundial sería a causa de la lucha por el agua, no esperaba que esa guerra sucedería en mi casa por tal recurso natural.

Abro la puerta dispuesta a entregar al llorón número uno, pero la súplica de ayuda se queda atascada en mi garganta cuando observo al muñeco que me observa desde el otro lado.

No. Puede. Ser.

Intento entender la situación o este panorama mientras desde la casa, la cantante principal del concierto de llantos se esfuerza por ser escuchada en la máxima potencia. Por su parte, el corista decide silenciarse y ya sabes, pienso que es una cosa buena hasta que me doy cuenta de que la razón de tal acto de bondad se encuentra frente a mí.

De una forma dramática, de la que Ethan estaría muy orgulloso, Nathan deja caer el biberón sobre mi pie, maldigo ante el dolor, ¿Y sabes lo que descubro o recuerdo? Que no era agua, se trataba del jugo – no es que eso vaya a justificar la guerra infantil que se desarrollaba segundos antes – y sorbe sus mocos, bajo la vista de manera breve para ver la manera en la que las pupilas de mi hijo se dilatan mientras observa a Kurt. Y me asusta tanto que por un momento quiero dejarlo caer porque lo mira de una manera que no es normal para alguien de apenas dos años.

Enloqueciendo a Kurt (BG.5 libro #4.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora