Día 2 - Bajo ramas de nieve

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~Day 2 - White lilac: youthful inocence, memories~

Sorey entró a la habitación de la posada en silencio, procurando hacer el menor ruido posible. Estaban en una ciudad cercana a la antigua Ladylake que recibía el nombre de Aspio, explorando unas ruinas bastante afamadas entre los arqueólogos de renombre de aquellos tiempos por contener registros del período inmediatamente anterior a la Era del Caos. Durante la expedición habían acabado agotados y Mikleo había resultado herido en una refriega con los monstruos que acechaban por allí. El repunte de infernales en aquellos tiempos de paz preocupaba al serafín de tierra pero, en palabras de su amigo, era el ciclo natural de las cosas. Había visto el mismo proceso repetirse ya unas cuantas veces a lo largo de los siglos. Lailah había hecho un nuevo pacto con un joven Pastor llamado Jude y estaban de viaje, explorando el mundo juntos. Quizá en un futuro no muy lejano se avecinasen problemas, pero de momento ellos solo querían seguir con sus travesías en paz. Aquella jornada tuvieron mala suerte, pero no salieron mal parados. No demasiado, por lo menos. El poder remanente en su sangre hizo que lograsen vencer a los infernales con cierta facilidad y sin tener que lamentar nada.

Las heridas de Mikleo no eran graves, pero el uso de artes tanto de ataque como curativas y la exploración anterior lo habían dejado agotado. El no tener un artefacto divino como receptáculo quizá también contribuía a que acusase más el cansancio y la presencia de la malicia, incluso cuando sus dominios se habían vuelto poderosos con los años. Siendo así, en cuanto llegaron a Aspio y se registraron una posada, el serafín de agua se retiró a la habitación a descansar. Sorey, siempre tan lleno de energía, prefirió comer y salir a dar una vuelta por las calles de aquella llamativa ciudad que parecía tallada en roca azul. Al cabo de una hora, cuando subió a su hospedaje, las predicciones hechas durante su caminata se cumplieron. Mikleo dormía plácidamente en la cama doble de la habitación que habían encargado a medias, tumbado en una postura un tanto extraña. Su cuello estaba doblado de mala manera, reposando su cabeza sobre las páginas de un libro en vez de sobre la mullida almohada. Tenía el brazo derecho retorcido bajo el cuerpo mientras que el izquierdo caía sobre la colcha que no se había molestado en retirar. Una sonrisa cariñosa cruzó los labios del rubio. Aquello le recordaba a cuando eran niños pequeños. Mikleo, contra todo pronóstico, dormía en las posturas más raras jamás imaginadas, y cuando los dos descansaban juntos la cosa empeoraba. Todavía se acordaba de la bronca que recibió cuando su amiguito serafín despertó con uno de sus pies en la cara. Le acusó ante el abuelo de haberle metido el dedo gordo en la nariz a propósito, y nada más lejos de la realidad. Ante aquellos recuerdos de su inocente y lejana juventud, no pudo retener una risita.

Sorey se quedó unos minutos así, de pie en el marco de la puerta mientras le contemplaba dormir. Llegó a la conclusión de que no podía dejarle en esa postura mucho rato o acabaría haciéndose daño, y luego sería él quien tuviese que solucionar con masajes sus dolores de espalda. Que lo haría encantado, pero prefería darle masajes por puro placer, sinceramente. Con sumo cuidado de no despertarle ni molestarle, apoyó su cabeza sobre la almohada, acariciando los sedosos mechones albinos. Luego retiró el libro de la cama. Sus ojos se posaron en la portada, en un título que no conocía de nada. Letras azules rezaban:

"Los años perdidos:
De la verdadera historia del Caos y de cómo nació la luz"

Nunca había visto ese libro, y su curiosidad lectora le hizo fruncir el ceño. Segundos más tarde, descubrió el por qué de la mano del nombre del autor. En cursiva, imitando la bonita letra que tenía el escritor, se anunciaba un nombre sin apellido que conocía mejor que el propio. Manteniendo la misma expresión sonriente, pero esta vez quizá con unos añadidos un tanto amargos, Sorey se sentó en la cama. Ojeó el libro por encima, notando en cada frase la forma de hablar y de expresarse de Mikleo, refinada pero directa. Aquel libro narraba los verdaderos sucesos que les acontecieron durante la Era del Caos en forma de novela trepidante, contado todo desde el punto de vista del mismo serafín de agua, como el eterno amigo capaz de seguir al verdadero protagonista hasta el fin del mundo. Contenía la verdad sobre sus sentimientos en todo momento, todos sus recuerdos estaban ahí plasmados. Y si bien Sorey conocía aquel cuento de primera mano, la versión de su compañero añadía mil detalles que para él siempre fueron un misterio, añadía un amor que había ardido desde el primer día, desde que pusieron un pie fuera de Elysia juntos. Por un momento, sintió como se le encogía el corazón. Esa emoción se acrecentó cuando —en su rápido paso en líneas generales por las páginas— llegó a la sección de agradecimientos al final. La tipografía era la misma que la de la portada. En mitad de una página en blanco, solo había una línea escrita.

"Sin ti no sería quién soy hoy. Gracias. Te quiero, Sorey."

La última parte, el "te quiero" estaba escrito a mano con tinta azul marino. Era único de esa copia, era algo que Mikleo había puesto en un momento dado en su propio libro y que no había incluido en el resto de ejemplares, pero de lo que aun así necesitaba dejar constancia.

-Así que al final lo escribiste, ¿eh? -Musitó el serafín de tierra, contemplando aquellas palabras.

-Fue una de las primeras cosas que hice cuando Alisha y Rose se fueron. -El susurro que le llegó desde la cama, la voz todavía levemente ronca y adormilada, le hizo dar un respingo. Sorey dejó el libro sobre la mesilla de noche, al lado de un jarrón con un ramo de lilas blancas-. Fue mi forma de recordarte. Sentía que, si esperaba más, los recuerdos comenzarían a diluirse. Olvidarte era lo que más miedo me daba en aquel momento.

Más serio de lo que solía estar, el serafín rubio le acarició uno de aquellos mechones del color de la nieve, colocándolo tras su oreja. Tiempo atrás, Mikleo habría odiado ese gesto —en secreto le habría encantado— y habría apartado su mano de un manotazo. Quién sabe si fue por el sueño o por todos los años que habían pasado, templando las llamas de la candorosa juventud, pero el serafín de agua no le rechazó. Todo lo contrario, sonrió con unos ojos que todavía no terminaban de distinguir sueño de realidad y tomó su palma, apretándola contra la propia mejilla. En vez de acariciarle desde lejos, Sorey prefirió tumbarse en la cama con él, abrazándolo y permitiendo que una vez más sustituyese a la almohada, esta vez por su brazo.

-No lo hiciste. -Habló en voz muy baja una vez pudieron mirarse a los ojos.

-No, no lo hice. En su lugar, escribí un bestseller.

-¿Se vendió bien?

-Ni te imaginas cuánto. En Hyland se estudió durante algunos años, incluso cuando lo planteé como una novela. A un descendiente en particular de Alisha le encantaba, sobre todo por el concepto del amor entre humanos y serafines.

-Parece que esas cosas van en la sangre. -Bromeó Sorey-. Todavía recuerdo cuando nos dijiste que querías escribir un libro. Fue hace tanto...

-Fue cuando buscábamos la Historia de Arcilla, ¿verdad?

-Sí. Dezel todavía estaba con nosotros incluso. Me da la impresión de que ha pasado una eternidad.

-Lo ha hecho, Sorey. El mundo se ha movido de formas que ni siquiera imaginábamos en aquel momento. Qué inocentes éramos.

El serafín de tierra asintió, segundos antes de notar a Mikleo acurrucándose en su pecho. En realidad sus sensaciones eran contradictorias. Sí, le parecía que realmente se notaban los mil años que les separaban de aquellos momentos de emocionante juventud. Pero al mismo tiempo, quizá por habérselos perdido en un letargo de purificación y posterior muerte, para Sorey aquel viaje había ocurrido ayer mismo. Si lo pensaba demasiado tiempo la muerte de Dezel, la de Mayvin, la de Muse, la de Eizen, la de Zenrus... todavía eran sucesos recientes en su memoria, todavía eran espinas que tenía clavadas y que en ocasiones dolían más de lo que le gustaría admitir. Sin embargo, el mundo se había movido mucho, había dado saltos gigantes que de niño solo pudo soñar. Todos habían superado ya aquellos golpes, y él, con la ayuda de Mikleo, estaba dispuesto a seguirse moviendo.

La respiración del serafín entre sus brazos volvió a ser constante y acompasada. Con un toque agridulce, sonrió. Luego posó los labios sobre su cabeza, aspirando el agradable aroma a lilas blancas que perfumaba la habitación.

The Languaje of Flowers [SorMik Week 2019]Where stories live. Discover now