—Eres la peor mentirosa que he conocido, _______.

—No te estoy mintiendo. Es verdad—insistí.

—¿Te gusta el rugby?—dio unos pasos seguros hacia mí y arqueó una ceja. Yo hice lo mismo y me acerqué lo suficiente como para sentir su respiración chocar contra la mía. Contemplé más de cerca sus ojos azules, y me di cuenta de que eran más intensos y profundos de lo que esperaba.

Y por un momento, bajé la guardia.

—Me encanta el rugby. Tanto que puedo darte una patada en el culo justo como al Big Dave y hacerte llorar como una niña.

—¿Ah sí? ¿Estas segura?—Su brazo pasó por encima de mi hombro y lo usó para apoyarse en la pared. Su aroma no tardó en filtrarse por mi nariz y afectarme el cerebro, porque en menos de un segundo, Roger me pareció más... Atractivo de lo normal—. ¿Qué pasaría si te digo que todo estaba arreglado e hice que Big Dave te dejara ganar para que entraras al equipo?

—Tú no harías eso—le dije.

—¿Por qué no?

Me lo pensé por un rato. Él seguía allí, a unos escasos centímetros de mí, con la vista clavada en mi rostro mientras excarvaba en lo más profundo de mi mente alguna respuesta coherente y lógica para su pregunta. Pero no se me ocurría ninguna. Honestamente, lo creía capaz de eso y mucho más.

—_______...—susurró mi nombre con su voz ronca y profunda, me apartó un mechón de cabello de la cara y lo puso detrás de mi oreja. El contacto de su mano con mi piel me generó un escalofrío que recorrió mi cuerpo entero. Su mano lentamente acarició mi brazo desnudo y después se colocó en la curva de cadera. Luego me atrajo hacia él y me hizo chocar delicadamente contra su pecho.

Me pregunté por qué hacía esto y no me dejaba tranquila, pero no lo dije en voz alta. Pude detenerlo de una buena vez...Pude gritarle que parara y encerrarme de un portazo en mi cuarto...Pero no lo hice.

—No trates de jugar con mis cartas, linda—sus labios me hicieron cosquillas en los oídos y sentí cómo las piernas se me debilitaban— no funcionará. Eres pésima, la inocencia es uno de tus mayores defectos y estoy considerando seriamente hacerme... Cargo de eso. ¿Qué crees, preciosa?

Abrí la boca para decirle algo ofensivo y asquerosamente desafiante, pero cuando sus ojos se desviaron hacia mis labios, las palabras de repente se atoraron en mi garganta y amenazaron con ahogarme ante el más mínimo indicio de resistencia que mostrara hacia las intenciones de Roger. Por un momento pensé que iba a besarme, no porque yo le era atractiva, sino para restregarme en la cara de que podía hacer conmigo lo que se le viniera en gana y dejarme claro que era una débil.

Pero se quedó quieto y cuando estuvo lo suficientemente cerca como para escuchar esa vocecita en mi interior pedir a gritos que cortara la poca distancia que nos separaba. Se alejó de mí con su usual sonrisa de medio lado y su mirada triunfante. Ahí fue cuando me abofeteé mentalmente y me maldije por haber sido tan idiota e ingenua. ¿Cómo era posible? ¿En serio me había dejado llevar?

Sólo un segundo. Un maldito segundo bastó para que mi guardia se fuera al carajo y quedara expuesta ante el asecho y peligro que prometía Roger.

—¿De verdad pensaste que caería tan bajo como para besarte?—murmuró entre risas de malicia e impertinencia. La sangre se concentró en mis mejillas y si no fuera porque Reagan se encontraba subiendo las escaleras, lo hubiese asesinado con mis propias manos.

—Roger...—ella se paró delante de él con su radiante y manipuladora sonrisa de niña buena y sus hermosos ojos azules destilando un brillo especial que sólo mi hermana era capaz de adquirir— ¿Podrías ir a mi habitación un momento y explicarme algo de Trigonometría?

—Por supuesto Reg—contestó sin quitarme la mirada venenosa de encima, y ahí estaba otra vez: esa sonrisa—. ¿Hablamos más tarde, _______?

—Seguro—me forcé por no parecer tosca, luego los vi desaparecer detrás de la puerta de la habitación de Reagan.

(...)

Al día siguiente, cuando me encontraba buscando un asiento para almorzar en la salvaje hora de receso, los chicos no paraban de mirarme, lanzarme silbidos y gritarme "¡Hey 69!" o "¿Cuánto cobras por las noches, 69?" y aveces, "¿A la francesa o tradicional, 69?" por no decir otras insinuaciones cuyos significados no comprendía. ¿Qué tenía de especial ser el 69? No captaba el chiste. Todo empeoraba cuando preguntaba qué era tan gracioso, porque se me reían en la cara y hacían señas extrañas con las manos.

¿Cuál era el problema de los ingleses?

Me senté en una mesa aislada de todas las demás, en la cual tenía una excelente vista de la mesa en la que se encontraba a Roger, charlando y riendo junto a unos chicos del equipo de rugby, las gemelas del salón, Paddy y Annie Applegate, y por supuesto, la abeja reina y perra alfa, Michelle Dibenedetto.

Cuando Roger me descubrió mirando en aquella dirección, se paró de su mesa, avanzó hacia mí y se sentó a mi lado. Genial, ¿Y ahora qué?

—¿Y a ti quién te invitó a sentarte?—alcé un hombro con indiferencia e hice una mueca de asco. Roger me miraba divertido y sabía que sus amigos de la otra mesa no nos quitaban los ojos de encima.

—A mí no me engañas, preciosa—soltó mientras me robaba una papa frita y se la llevaba a la boca—. Sé muy bien que estabas mirando cómo Michelle me metía la punta del pie en mi entrepierna. Eres una pervertida, por algo te ganaste ese número, campeona.

—Eres un cerdo de lo peor—espeté—. Pero es obvio que lo estabas disfrutando, ¿Por qué mejor no te vas y me dejas tranquila? Vete a seguir con tu sesión de...

—Estás celosa, Foster. No soportas verme con otras chicas, ni siquera con Reagan. Siempre piensas lo peor y detestas que te trate diferente—se mordió el labio y reprimió una carcajada—. Quieres hacerte la dura, pero en el interior... Sé que te estás muriendo por mi, hermosa.

El pollo se atascó en mi garganta. ¿Hablaba en serio? A mí me daba lo mismo si se acostaba con toda Inglaterra y tenía un millón de idiotas que se bajaban las bragas por él. Eso a mí no me interesaba.

O por lo menos eso creía.

—No me gustas, Taylorr—dije después de toser y tragarme la carne, encargándome de ser lo más clara posible—. Nunca saldría con alguien como tú. Nunca.

—Me tienes miedo—declaró subiendo los codos en la mesa y mirándome a la cara. No lo estaba observando a los ojos pero... Sabía que cargaba esa mirada llena de intensidad. Su tono de voz y la forma en que mi piel se erizaba como la de una gallina lo delataba.

—Por supuesto que no, estás... Loco.

—No fue una pregunta, genio. Sé que me tienes miedo y por eso no quieres saber nada de mí. Vuelvo a repetirtelo, preciosa... Eres muy mala mentirosa y no sabes jugar con mis cartas.

Golpe bajo.

—¿Y si apostamos?—hablé finalmente, entrelazando mis brazos sobre la mesa. Él me miró con interés y se inclinó un poco hacia delante.

—¿Qué quieres apostar?

No lo pensé dos veces.

—Cómo estás tan seguro de que estoy enamorada de ti, si dentro de tres meses YO no te he besado por mi propia cuenta... Harás lo que yo quiera y cuando quiera... Hasta que yo quiera.

Roger frunció el ceño y pareció considerarlo. Esperé a que llegara a una conclusión y cuando lo hizo, no balbuceó y fue directo al punto.

—Me parece justo, eres muy infantil, no debes querer la gran cosa—imbécil—. Pero si yo gano, que sé que lo haré, deberás modelarme lencería de Victoria Secret y hacerme un stripper privado. En tu habitación. ¿Trato hecho?

Me econgí en la silla y se me calló la mandíbula al suelo: casi olvidaba con quién trataba. Decidido, arrogante y firme, Roger me ofreció la mano para sellar el trato y yo la miré vacilante, pero recordé que esta había sido mi idea y no había manera de echarme para atrás. La tomé y estrechamos nuestras manos, uno de los dos caería y esa no sería yo.

—Buena suerte, _______. La necesitarás.

ᴛʀᴏᴜʙʟᴇ ʙᴏʏ| ʀᴏɢᴇʀ ᴛᴀʏʟᴏʀWhere stories live. Discover now