Cuando llegaron al paraíso tuvo a la mitad de las huestes de su lado diciendo que la ayudarían y la otra mitad querían quemarla, si no hubiera sido por Miguel, a ella misma le hubiera tocado matarlos y conseguir otros.

En esos momentos estaba maravillada con el tocar de su amado alado, distrayendo su mente junto al corazón; no quería ponerse triste pensando en sus niñas, cosa que era inevitable. Pero al acabar con la pieza musical, el ángel y ella guardaron silencio por un rato, hasta que la curiosidad le hizo leer los pensamientos de su querido celestial.

Por favor, déjame ser el único que te haga mujer... Me muero de miedo al saber que tú, mi princesa de ojos verdes, amas más al bastardo de Lilith que a mí.


—¿Estás preocupado? —preguntó ella parándose de un cojín de terciopelo azul real. Esa casa era muy parecida a la arquitectura de las comarcas de Luzbel y Ezequiel.


Daniel sonrió mostrando sus labios delgados y sus ojos azules que eran, a veces, dos puñales en el alma inmortal de la Diosa.

—Me conoces tan bien... —suspiró —sí, aunque estoy más asustado que preocupado.

Ella de inmediato, lo hizo girarse para que dejara el piano y poner su rostro iluminado en sus rodillas, reconfortando a su adorado rey; él colocó las manos en la cabeza de su reina, acariciando su cabello.

—¿Qué sucede? —preguntó ella aún sabiendo muy bien qué le pasaba a su celestial.

—¿Lo amas más a él? —respondió con una pregunta dolorosa—. Dime, ¿es cierto? —volvió a la pregunta—. Sabes que aunque lo ames a él, nuestras almas están enlazadas. Y que yo también te amo mucho, mujer de mis ojos.

La hija de la reina Claríz, sentía la desconfianza en su voz y sus ojos. ¿Cómo hacerlo entender que para ella no había preferencias?, que sin ambos no hubiera resistido el martirio de estar sola por no casarse con Duks, que nunca en la vida se sintió más libre que cuando se unieron para siempre; lo amaba por sus muchas atenciones con ella, y que él sí le era fiel a su piel, no como el otro que veía una falda y comenzaba una cacería para poderla empalar. Le agradecía enormemente haberla guiado y amado desde que nació.

—No, Daniel, a Esteban yo lo adoro— el peli castaño claro frunció las cejas, cuando sintió como la mujer de sus vidas se quitaba las sandalias y sentaba arriba de él con las piernas bien abiertas, haciendo que sus instintos humanos salieran rápidamente—, pero yo a Daniel lo adoro también, y creo que esto me ayudará bastante para que el rey de los siete arcángeles no desconfíe de su reina. —Lentamente y, sabiendo lo que traería, movió las caderas hacia el pubis de el ángel, como arte de magia sintió la virilidad de su Guardián tratando de salir de su escondite.


De repente, y muy innato en ellos dos, Daniel la besó fuerte, haciendo que la reina comiera de sus labios.


—Necesito de ti —gruñó él, sintiendo como su esposa se movía más rápido y lento; provocando algunos deliciosos espasmos. De esa manera la alzó, llevándola hacia su habitación decorada con colores pastel y cortinas transparentes.

Al llegar cerraron las puertas de un soplido. Sentados en la mitad de la cama comenzaron de nuevo a besarse, ahora de una manera más lenta, exquisita.

—Tócame y verás lo que vos me hacéis sentir —exigió su reina al correr el cabello para que le desatara un vestido largo color palo rosa, semi transparente. El celestial obedeció, no sin antes besarle el cuello en dónde él tenía conocimiento que le encantaba y que la encendía como fuego de Dios en sus manos. Sophia dejó la tela caer, prediciendo la excitación entre sus piernas, mostrando su escultural cuerpo lleno de pequeñas cicatrices causadas por las batallas y guerras muertas.

El hombre al verla tan dispuesta a él, la tiró en la cama, admirando el cuerpo de la reina y señora suya, observando las alas blancas de la mujer que en ese momento deseaba con el alma que la tocara. Lo veía en la manera que ella mordía sus labios, en el verde de los ojos y en el calor que hacía a fuera.
Entonces, de repente él se zafó de una ala una pluma y comenzó con la hermosa tortura, acariciando cada parte sensible de la muchacha. Sus preciosos pechos aún hinchados, el camino hacia el ombligo, las costuras hechas por los diferentes ángeles y, cuando ya iba a llegar ese triángulo eterno, lamió sus labios antes de hincarse para quedar justamente en la parte baja y que su boca pudiera tocar el botón divino.

—¿Qué quiere su majestad? —preguntó de nuevo, deshaciendo sus ropas o bueno lo que quedaba de ellas, que era un bóxer algo manchado. Sophia sonrió del placer causado y a pesar de lo difícil controlarse, dijo con voz necesitada, observando que estaba listo para comer.

Cadenas Eternas (18+)Where stories live. Discover now