Harry exhaló un dramático suspiro y giró la cabeza, todavía recostada, hacia el otro lado. Saaghi se removió y decidió que se merecía otro toque con la cara escamosa y la lengua, y él no se movió. Luego la pequeña serpiente volvió a enrocarse.

Cuando la bruja joven que les hizo la instalación de la telefonía, terminó su trabajo, le pasó por un lado en su camino a la salida, despidiéndose también. Las cortinas de la puerta y vitrina bajaron, solas, detrás de ella en cuanto cerró al salir.

Quedaron en silencio, Draco añadiendo el pago de la telefonía al libro de contaduría que llevaba del local, sin dirigirle la mirada, a diferencia de Harry, que tenía los ojos puestos en él desde hace rato y no dejaba de hacer pucheros. No era justo que estuviese tan serio, cuando la noche anterior le mencionó que quería casarse con él.

En ese momento, Draco había parpadeado, claramente aturdido, y luego de unos instantes, en los que aguardó una explicación adjunta que no llegó, le replicó:

No puedo tener un enlace mágico mientras esté maldito, quién sabe lo que te haría.

Y Harry, ingenuo, se encogió de hombros en respuesta.

Podríamos casarnos como civiles, muggles —La propuesta hizo que Draco arrugase la nariz en señal de disgusto.

Mi padre se revolcaría en su tumba, y mi madre volvería del otro lado, hecha cenizas, sólo para maldecirnos.

Era demasiado exagerado y ambos lo sabían. Draco no se juntaba con muggles, pero tampoco los despreciaba. Luego el tema se dio por zanjado y no lo volvieron a tocar en el resto de la noche, ni durante el desayuno.

Harry se lo contó a Ze apenas llegó. Su amiga se limitó a reírse y comentar que era curioso que un momento dejaba el apartamento, enojado, y unas horas más tarde, decía que quería casarse con la persona responsable de ese enojo. No era una situación muy distinta de lo que consistía su relación, en general.

Cuando se cansó de aguardar en vano, Harry resopló y se enderezó en el asiento, apoyó los codos sobre el mostrador y la barbilla en la palma. El rasgueo de la pluma era lo único que llenaba la tienda hasta que habló.

—Draco —Llamó. Este continuó un instante, luego se detuvo, dejó la pluma de lado e imitó su postura, desde el otro mostrador. Harry, con la boca seca, carraspeó—, sobre lo de anoche...

Cuando intentaba dar con las palabras apropiadas para llevar la conversación por donde quería, Saaghi se desenroscó para alzar la cabeza y siseó a la nada, con los ojos ciegos puestos en un punto determinado del local. Las barreras de la tienda vibraron. Medio segundo más tarde, los dos estaban de pie, las varitas en ristre, y Dobby gimoteaba sobre una intrusión.

El intruso quedó colgado de cabeza nada más Aparecerse, metido en un círculo de runas venenosas, y sin posibilidad alguna de escape. Sólo por el hecho de entrar así al Inferno, se reducían las posibilidades de quién podía o no ser.

En ese caso, en particular, ni siquiera fue una verdadera sorpresa encontrar el rostro aniñado y risueño de Marco cuando se acercaron.

¡Draaaaa-aaa-aaaco! —Lloriqueó, sacudiéndose, de modo que daba vueltas en el amarre mágico—. Suéltame, Draco, no seas así, suéltame, anda...

Draco estrechó los ojos. El muchacho se retorció y emitió un sonido agudo, mitad risa y mitad alarido, cuando le lanzó una maldición punzante.

—Eso es por la maldita serpiente mortal que nos dejaste —Soltó, en un tono mordaz, que lejos de espantarlo, hacía que Marco lo observase con ojos atentos y brillantes. Otra maldición lo hizo saltar entre las cuerdas—, y eso por creer que no me daría cuenta.

Para romper una maldiciónWhere stories live. Discover now