Capítulo uno

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Qué será de ti

  New York. Época actual

Recordar, aquellos días en que despertaba, cada mañana en África; me hacían imaginar tu rostro lleno de pecas. ¡Candy, mi bella Candy!
―Y pensar que hoy te entregaré a otros brazos. Ahora, lamento no haber confesado, antes, mis sentimientos. Pero, ese día... sí, ese día en el Blue River: te vi sonreír, felizmente, junto a él; suspiré y me alegré por ti. Me fui con el corazón destrozado, sin siquiera despedirme. A los días, te escribí una carta desde África... Me pregunté varias veces: si habías notado mi ausencia; si te habías escapado del colegio para visitarme. Fueron tantas las preguntas que me hice. Hoy sé que jamás tendrán respuesta; porque, hoy te unirás a otro ―se decía Albert, mientras se acomodaba la corbata. Tomó su auto y se dirigió a la residencia de Eleonor Baker en New York.
Ahí, una rubia de ojos verdes observaba entrar uno a uno de los invitados. Los nervios la tenían intranquila, esperaba ver a su mejor amigo y confidente.
― ¿A quién esperas con tanta ansiedad y alegría, Candy?  ―preguntó la hermana Lane.
―A un amigo, un buen amigo ―respondió Candy, observando el piano― ¡El vendrá! Me prometió que lo haría... No puedo salir sin él estar presente.
― ¿Te refieres a Albert?
― ¡Sí! ¿Lo ha visto entrar? ¡Está en algún lugar que yo no me haya dado cuenta?
Candy, con los nervios a flor de piel, se había prometido no casarse; si Albert no estaba presente el día que ella consideró que sería el más importante de su vida.
Llegó la hora: el novio hizo su aparición; caminaba frente al altar del brazo de su madre, la famosa actriz: Eleonor Baker.
― Candy, hija, es hora ―dijo la hermana Lane―. ¡No! No puedo... Él tiene que estar aquí, presente, en este día. Me lo prometió.
― ¿No será que te has arrepentido y lo usas de excusa?
― ¡No! Claro que no, hermana Lane. Es solo que tenemos un pacto, un pacto que prometimos hace mucho tiempo.
Ante la negatividad de Candy, la hermana Lane salió, una vez más, en busca de Albert; cuando de repente, la marcha nupcial inició. Se podía escuchar desde una esquina, donde se encontraba el piano.
Y, ahí estaba él. Era Albert tocando una preciosa melodía para Candy, su mejor amiga, su única amiga.
Al escuchar aquellas notas, el corazón de Candy palpitó rápidamente. Sacó un poco la cabeza y observó al galante hombre que lucía un cabello recortado, un smoking negro y una camisa blanca.
Él, con una tierna sonrisa, la miró. Y, con una dulce y suave voz, le preguntó: si estaba bien. Candy lo observó, embobada; movió su cabeza en señal de confirmación.
Albert continúo tocando el piano para la hermosa novia. Candy, ansiosa, entró (nuevamente) a la carpa colocada en el jardín y salió por la parte trasera; cuando de pronto, la hermana Lane se acercó a Terry para decirle unas palabras al oído
― ¡QUÉEEE?... ¡No es posible! ―Albert se puso de pie, al escuchar el grito de Terry. El reducido número de invitados no comprendían la reacción del novio― ¡Por favor, vayan por ella! ―dijo moviendo su cabeza de un lado a otro.
Albert tomó su auto y salió en busca de Candy; mientras encendía el motor de su automóvil, su móvil comenzó a sonar.
―Albert, ¿por qué me haces esto? Creí que, lo nuestro del pasado, había quedado aclarado ―expresó Terry,
Por favor, regrésame a Candy ―se oyó una voz entre cortada, casi en llanto y en súplicas.
― ¿De qué hablas? Yo no sé dónde se encuentra. He tomado mi auto para ir a buscarla ―respondió Albert, sorprendido ante la acusación de Terry.
― Las cámaras, de la residencia, la grabaron subiendo a tu auto —se oían las recriminaciones de Terry. 
― Pues, no está conmigo. Déjame ir a buscarla; creo que deberías hacer lo mismo, en vez de estar preocupado por la prensa o camarógrafos. ¿Qué le has hecho esta vez para que haya huido en plena boda? ―inquirió Albert, alzando la voz.
― ¡Sshh! Estoy bien. No digas que estoy aquí contigo, por favor ―era la voz de Candy, hablándole suavemente al oído―. ¡Candy! ―expresó sorprendido.
― Terry: Candy, está bien, la regresaré contigo ―le aseguró Albert, tras escuchar el sollozo llanto de Terry; colgó su móvil. Candy entrecerró los ojos, desaprobando lo que Albert había dicho.
― ¡Por favor, salgamos de aquí! Llévame a un lugar donde pueda tomar aire fresco.
Albert la observó con ternura. No podía negar que lo que estaba sucediendo aliviaba su corazón herido. Manejó y estacionó su auto frente a una tienda―: Bajaré a comprar un tranquilizante, por favor, quédate aquí. No hagas nada descabellado―. Albert salió del auto y entró a la tienda para comprar el calmante.
Al salir de la tienda, se encontró con una Candy triste; sentada en la cera, frente a la puerta del mini súper. Él, suspirando, se sentó junto a ella. El pavimento estaba caliente; sin embargo, no le importó.
― ¿Qué te sucede? ¿Volvieron a discutir?
― No.
― Entonces: ¿por qué has huido?
― Porque tardaste en llegar ―no me cambies el tema― replicó Albert; poniéndole, en sus manos, una botellita de tranquilizante para los nervios.
― Y ella, ¿dónde está? Creí que vendría contigo ―indagó Candy, recibiéndole la botellita, rápidamente.
― ¿De quién hablas?
―De la enfermera que conociste en África.
― No quiero hablar de eso, Candy ¡Quieres?
Candy se puso de pie y preguntó―: Albert, ¿estaré haciendo lo correcto? ¿Y si me estoy equivocando?
―Eso, lo sabrás con el paso del tiempo. Me pides consejos, pero, a veces siento que no me escuchas. Además, esta es una decisión que solamente tú puedes tomar.
La conversación entre ellos se había tornado interesante; tanto que, no se dieron cuenta de que el auto estaba siendo levantado por la grúa.
―¡NOOO! ¡El auto!, ¡esperen! ―gritaba Albert; corriendo detrás del vehículo que habían enganchado a la grúa―. Candy sonreía, pidiéndole disculpas.
― Albert, lo siento ―dijo cubriéndose la boca para que él no se diera cuenta de que lo sucedido le había resultado gracioso.
― ¿De verdad, lo lamentas? O, ¿te estás burlando? — escudriñó sonriendo; causando así que la rubia riera a carcajadas.
Albert tomó su mano. Corrieron, cruzando, bajo el puente que conducía en dirección al río. Candy se quitó sus zapatillas y de un jalón el velo de novia.
Le pareció estar soñando; volando entre el cielo y la tierra, corriendo de la mano con su mejor amigo. Reían felices. La sonrisa de Albert la hechizaba, y ella aún, no comprendía la razón.
Dos horas más tarde―: ¡Los declaro marido y mujer! Puede besar a la novia ―dijo el licenciado civil, quien había oficiado (finalmente) la boda entre Candy y Terry.
Albert fingía estar feliz frente a todos, pero, por dentro una parte de él se iba con Candy. Ella al contrario no sonreía. No mostró ni una pizca de felicidad.
Según, comentarios de la prensa, el distanciamiento entre Terry y Candy había comenzado desde hacía 6 meses. La causa tenía nombre y apellido: Susanna Marlowe.
Solo la presencia de Terry y Susanna juntos, en el escenario, hacía que todos los boletos se vendieran en menos de 48 horas.
La prensa los catalogó como la pareja del momento, la pareja romántica del año.
Esos comentarios habían hecho mellas en la relación de Terry y Candy.
Albert se acercó a felicitar a la pareja. Terry le estrechó la mano, le agradeció por haber regresado a Candy sana y salva.
― Cuida bien de ella. Ahora, es tu responsabilidad.
― ¡Lo haré! Te lo prometo, gracias, amigo― aseguró, dándole unas palmaditas en el hombro.
Terry siempre había sentido la rivalidad de Albert, no podía comprender la conexión entre Candy y Albert; algo que ni el mismo tenía con ella. Candy se acercó a ellos, abrazó fuertemente a Albert. Él la cargó y la hizo girar como en un carrusel.
― ¡Se feliz, pequeña! ¡Llámame, escríbeme! Debo regresar hoy mismo a Chicago. Tengo un nuevo proyecto, quizás pronto, deberé mudarme a Boston. Pero, te lo haré saber más adelante.
― ¿Vendrás a vivir más cerca de mí? —dijo ella con una tierna sonrisa.
― Candy, prométeme que continuarás con tu carrera profesional y no te quedarás de ama de casa o solo viajando con Terry en sus funciones teatrales.
― Sí, te lo prometo.
― Mírame —le pidió él, sin importarle que Terry lo escuchase. Candy alzó su rostro.
― Te lo prometo —dijo, una vez más, dándole un suave beso en la mejilla.
Albert se despidió de la hermana Lane y salió rumbo a Chicago.

Continuará.
Gracias por la espera.
¡Bendiciones XO!

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