Capítulo 29.

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La boda de mi hermana fue sencilla, privada. Flores blancas, una capilla pequeña, los Peterson y los Malhore. Nadie más y, a decir verdad, no hacían falta. Su vestido era impoluto y de encaje, el cabello le caía en ondas a los lados y las flores rosas combinaban con el color que también tenía en sus labios.

Ahora estamos en la modesta fiesta de celebración. Liz baila con papá y el general se acerca para invitarme una pieza. Me sonríe, genial, pero en el fondo sé que aquel llamado esconde algo mucho más profundo.

—¿Qué es lo que está ocurriendo, Daniel? —Me atrevo a preguntar cuando comenzamos a movernos.

—Stefan, te lo contará esta noche —habla con sigilo —. Me pidió que dijese que te esperará en el bosque Ewan a media noche. Es el único momento en que puede escaparse del palacio.

—¿Tú lo has visto? ¿Cómo está?

—No quiero ser yo quien cuente cosas que no me corresponden. Asiste esta noche y él te dirá todo lo que deseas saber. Está muy ansioso por reunirse contigo.

—Solo dime una cosa, una cosa y te juro que el tema morirá aquí.

—Que así sea.

—¿La señorita Camille y su madre volvieron de Lacrontte? —Asiente, mirando hacia los lados con un gesto amable que ayuda a ocultar nuestra conversación —. ¿Y el hermano de la reina?

—Emily, no te vayas por ahí.

Esa respuesta me lo confirma todo. El rey Magnus ha cumplido lo que aseguró en la carta.

—Su cuerpo llegó esta mañana. Murió de forma muy cruel, al parecer.

No pregunto más por qué no quiero saber de qué manera falleció. No soportaría otra escena tétrica en mi cabeza. Nada más el hecho de saber que lo asesinaron como para recompensarme, es suficiente martirio.

****

Camino nuevamente con la capa negra sobre mi cabeza hasta el bosque Ewan. La oscuridad de las calles me causa terror. Miro hacia cada lado, desconfiada, recordándome que los dos hombres que atormentaban mi vida en Palkareth ya no están. Uno está en prisión y el otro murió.

Al llegar al bosque Ewan, los guardias que custodian la entrada me permiten el paso sin mediar palabra. Marcho en las profundidades hasta el claro en el que una vez nos vimos.
No está demasiado lejos, por lo que en unos minutos encuentro la figura de Stefan iluminada por la luna, quien ya se alza majestuosa.

—Emily —se levanta de aquel tronco que una vez nos sirvió de asiento.

Detengo mis pasos, incrédula una vez logro verlo a detalle. Su rostro está completamente amoratado, hinchado, golpeado.

—Silas es una bestia —Suelto, impotente.

—No hemos venido a hablar de eso. Recuerda que no tenemos mucho tiempo, debo volver antes del amanecer.

Siento tanta ira en este instante. Me hubiese encantado haber acertado sobre el paradero de su padre y que así el rey Magnus se hubiese encarado de él. No merece el título que tiene, la esposa que lo acompaña ni el hijo que procreó y mucho menos merece tener la vida que les ha robado a tantos.

Me toma la mano y me lleva hacia su cuerpo. Me cubre en un abrazo que evidentemente necesitaba. Se queda en silencio unos segundos, sintiéndome, respirando.

—Te quiero, Stefan —murmuro con la cara escondida en su cuello —. En verdad te quiero.

—¿Lo dices en serio o solo por el estado en que me has visto?

El perfume del Rey. [Rey 1] YA EN LIBRERÍAS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora