Con sorprendente agilidad aterrizaron en completo silencio, internándose entre los estrechos pasillos del oscuro búnker.

La líder se detuvo para ordenarle a su equipo que la siguieran. Frente a ellos se abrió paso una amplia estancia, iluminada por la última bombilla de mercurio, cuyo vatios regalaba poca claridad al lugar.

La líder de Kaiwono dio tres paso al frente, revelándose ante un par de docenas de hombres. Uno de ellos salió a dar la cara, sonriendo con suficiencia ante la presencia de los tres encapuchados.

—No pensé que tendríamos acción —comentó uno de los mercenario, soltando una carcajada junto al resto de su séquito.

—Nos salió payaso el abuelo —respondió la líder de Kaiwono, ladeando su rostro y mostrando el dedo del corazón.

El mercenario dio la orden a los suyos y las armas de rayos gamma fueron desenfundadas, pero con la misma velocidad con la que el armamento apareció, los tres Kaiwonos desaparecieron.

Expectantes, los mercenarios buscaron con cautela a los intrusos en toda la habitación, sin siquiera atreverse a dar un solo paso. Mas el recinto estaba solo, o eso creyeron hasta que una nube de polvo opacó, por completo, la bombilla.

No hubo gritos. Todo sucedió muy rápido: bastó un golpe en el pecho, el puño en el rostro y redirigir la mano de uno de los mercenarios para que iniciara la masacre.

Cegados por la oscuridad, aconsejados por el miedo, dispararon sin un blanco fijo.

Los leves gemidos de dolor indicaban que la muerte se estaba dando un banquete con ellos.

Los movimientos de los tres Kaiwonos eran tan veloces que era imposible que un rayo impactara contra ellos.

En un par de minutos todo hubo acabado.

Las partículas de polvo que cubrían la bombilla volvieron a formar una estela en movimiento que terminó por difuminarse, haciendo que la habitación se volviera a iluminar, lo que les permitió ver el fruto de su asalto.

Comenzaron a revisar los cuerpos, en busca de algún sobreviviente.

Ainhara hizo una seña para que abortaran la búsqueda, incluso fue apoyado por Caleb. Al ver que su equipo estaba dispuesto a retirarse, la líder aceleró el paso, desesperada por encontrar a alguien con vida.

Desechando el último cuerpo, dio la espalda para salir con su equipo, cuando una débil sonrisa la detuvo.

Escondido entre los cadáveres, el jefe de los Mercenarios sonreía. Con el rostro ladeado, recostado sobre el estómago de uno de los caídos, no dejaba de burlarse de sus atacantes, a pesar de estar gravemente herido.

La líder de los Kaiwonos caminó hasta este, levantándolo de las solapas de su abrigo hasta quedar con él frente a frente.

—Dime, ¿qué es lo que buscan? ¿Por qué están cazando al Populo del Solem?

Pero el sobreviviente no dijo nada, solo continuó riendo.

Dándose cuenta de que no hablaría, hizo una seña a uno de los suyos para que se acercara. Caleb se acercó, colocando su mano en la sien del mercenario y la otra sobre su líder, de esa forma le trasmitiría toda la información que este guardaba en su interior. 

A continuación, las imágenes se reprodujeron a una velocidad vertiginosa en la mente de la líder de Kaiwono.

Lo primero que observó fue el Cinturón de Orión, reverberando en el firmamento. Acto seguido, se presentaron en su mente, siete aborígenes de distintas étnias, todos pertenecientes a la época precolombina. Estos sujetos unían sus armas, mientras uno de ellos se desvanecía ante un monje de hábito marrón. Esta imagen fue reemplazada por una fuerte explosión y los gritos.

Las saetas del Tiempo - Horas [1er. Libro]Where stories live. Discover now