Capítulo trece

4.4K 459 84
                                    

Emma:

El día libre de ayer se había pasado volando y me quedé con ganas de seguir disfrutándolo viendo alguna peli o simplemente pegada a la cama, durmiendo un par de horas más.

Me levanté de la cama maldiciendo entre dientes y me fui directa al baño a tomar una ducha. Me vestí con unos leggins de color negro y una camiseta algo desgastada que hace mucho no usaba. Tomé mis zapatillas y me las coloqué a los apurones cuando vi que se hacía tarde para ir al colegio y que apenas iba a tener tiempo para desayunar.

Como supuse, no pude comer ni tres tostadas porque mis padres ya me estaban apurando para que me subiera al auto. Subí las escaleras para cepillarme los dientes y me di cuenta de que casi me olvidaba de meter el teléfono en la cartera.

Cuando me subí al auto, el viaje hasta la escuela se me estaba haciendo de lo más rápido, todo lo contrario a mis deseos; quería tardar todo lo posible así no pisaba tan pronto la cárcel. ¿Por qué cuando esperabas que el tiempo pasara rápido éste transcurría tan lento y por qué cuando querías que se pasara lento éste se pasaba volando?

Rodé los ojos al pensarlo.

—¿Hoy verás a ese chico...?

Miré a mi padre.

—¿A Aiden?

No me miró de frente pero sabía que lo estaba haciendo de reojo. Dobló en una esquina mientras asentía con lentitud y hasta creo que con algo de disgusto.

Papá ya se estaba haciendo la cabeza y no quería que después me saliera con sus cosas. De todas formas entre Aiden y yo no iba a pasar nada, así que él no tenía que preocuparse por que su hija anduviese de noviecita con algún muchacho del colegio. Podía estarse tranquilo, Aiden había dejado en claro con sus actitudes que gustaba de otra. Además... repito: no lo conocía de nada.

—No sé.

—¿No sabes?

—Quizás no venga al colegio.

—¿Hablas con él por mensaje?

Suspiré silenciosamente.

Papá y sus celos.

—No.

Mi respuesta pareció agradarle, no sonrió ni nada, pero conocía a mi padre lo suficiente como para saber cuándo algo le disgustaba y cuando algo lo dejaba más relajado.

—Y eso, ¿por qué?

—Porque no somos cercanos, sólo me pidió ayuda. Apenas he hablado con él, papá.

—¿Apenas has hablado con él y ya quieres invitarlo a la casa?

Negué con la cabeza.

Detestaba cuando se ponía así.

—Si lo invito es para ayudarlo con matemática, no para otra cosa, ¿puedes creerme, papá? Además, tú vas a estar vigilándonos de cerca, no tienes por qué hacerte drama.

Bien, sabía que eso me iba a traer mucha incomodidad a la hora en que Aiden y yo estemos en el comedor estudiando, ya me imaginaba a papá sentándose con nosotros para vernos sin vergüenza alguna o poniendo alguna excusa para quedarse cerca.

Los próximos dos minutos de viaje él se quedó en silencio y yo lo imité. Detuvo el auto frente al instituto y me acerqué para darle un beso en la mejilla.

—Emma —dijo cuando salí al exterior y bajó la ventanilla para que pudiera escucharlo con una mejor claridad.

—¿Qué pasa?

La tristeza de sus ojos  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora