—¿Y qué sugieres? —preguntó Max.

—Yo... —ella miró a Alice, que seguía teniendo la cabeza agachada—. Mira, sé que esto es una mierda. Y ojalá no tuviera que ser yo la que lo dijera, pero... son muchas vidas. Muchísimas. Y apenas podemos defendernos.

Se interrumpió a sí misma y apartó la mirada de nuevo.

—¿Y qué nos asegura que no nos atacarán cuando entreguemos a Alice? —Tina apareció, cruzada de brazos.

—Pueden atacarnos cuando quieran —dijo Davy—. Independientemente de lo que decidamos.

—Exacto —Tina asintió con la cabeza—. Podrían atacarnos cuando quisieran. Y ganarían. Pero no lo han hecho.

—Porque están esperando nuestra respuesta —dijo Trisha.

—¿Tienen cara de estar aquí para hablar? —preguntó Rhett bruscamente—. Lo único que hace que ese... hombre... no nos ataque es que tiene a sus dos hijos aquí metidos.

—¿Y por qué molestarse en parlamentar si quiere matarnos? —preguntó Davy, confuso.

—Para sacarlos de aquí sin preocuparse de que salgan heridos —le dijo Tina—. Así, tiene la ciudad para él. Tiene mucha tecnología aquí. No creo que quiera desperdiciarla.

—Además, ha dicho que necesita gente para crear una nueva generación de androides —dijo Rhett—. Nos necesita. Muertos.

Empezaron a hablar todos a la vez de nuevo. Charles sonreía, mirando a su alrededor. Max se pasó las manos por la cara.

—Ya es suficiente —interrumpió bruscamente—. Esto es una reunión de guardianes, no un patio de colegio. Deberíamos tomar una decisión.

—¿Y ellos no tienen derecho a elegir? —preguntó Rhett.

—¿Ellos? —Trisha enarcó una ceja.

—Jake y Alice. Ellos son los que se entregarían.

Hubo un momento de silencio. Todos se giraron hacia Alice, que ni siquiera estaba escuchando. Max negó con la cabeza.

—Informaremos a Jake a su debido tiempo, pero esta decisión incumbe a la ciudad entera, no solo a ellos. Por poco que nos guste, su opinión, ahora mismo, no es relevante.

—¿Y cuál es el plan? ¿Que nosotros decidamos por todo el mundo? —preguntó Davy.

—Ese es, precisamente, el plan —murmuró Max.

—¿Y no deberíamos informar a los demás? —preguntó Trisha.

—Les comunicaremos nuestra decisión, no os preocupéis. Pero primero, debe haber una.

Como si se hubieran coordinado para ello, todos se sentaron en sus sillas correspondientes. Alice notó que Rhett se sentaba justo a su lado, pero no levantó la cabeza.

—Muy bien. Entregarlos. ¿Quién quiere empezar la votación? —preguntó Max, en voz más seria de lo habitual.

Nadie dijo absolutamente nada.

—¿Yo tengo voto? —preguntó Charles, sonriendo.

—Tú estás aquí en representación de los invitados, Charles. Esto no te afecta.

Él levantó las manos, como si se rindiera.

—Yo no puedo hacerlo —todos miraron a Tina cuando empezó a hablar—. No puedo entregarlos así como así, y menos sabiendo que no podemos asegurar nuestra supervivencia aunque lo hagamos —ella negó con la cabeza—. No puedo hacerlo. Lo siento. Yo, Tina, digo no.

Ciudades de Humo (¡YA EN LIBRERÍAS!)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora