El esclavo

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Un niño se encontraba observando sus pies, sucios, al igual que sus piernas, llenas de lodo, ¿por qué tenía que ser pobre? ¿por qué? no tenía familia, ni amigos, solo dormía bajo algún local mal enlonado del pueblo, era un simple niño pobre.

Poseía un cabello rubio como el oro, sin embargo la suciedad le opacaba todo, lleno de lodo, tierra y carente de conocimiento higiénico no hacía más que seguir luciendo sucio, sin embargo, no era tan fuerte motivo para que la gente dejara de decirle "bonito" inclusive más bonito que una chica. Comía las sobras que le daban, su ropa solo era una bata que le llegaba a las rodillas sucia, gastada y algo rota por el tiempo, no podía hacer mucho para ayudarse a sí mismo, después de todo no sabía cómo hacerlo, nadie lo había tratado con amor, nadie le había dicho que amar era un hermoso sentimiento y nadie había cuidado de él. ¡Nadie!

Caminaba descalzo por el pasto verde, se había alejado un poco del pueblo donde vivía, muy pintoresco para él, se tiró al suelo observando el cielo, no pensaba en nada solo en las formas que tenían las nubes y en cuan bonito era el cielo, no había nada más en que pensar.

Todo cambió cuando escuchó pasos, unos pasos muy fuertes y marcados, se incorporó para ver que sucedía, gran error, sintió unas fuertes manos apresar su cintura, los gritos no fueron suficientes, no hubo nada más que gritos por parte del chiquillo pero eso no le ayudó para nada al ser arrojado a la parte trasera de una carroza, donde al darse cuenta no era el único, habían más pequeños ahí, de su misma edad, menores o mayores, y sin embargo aun así, se sentía solo, desorbitado y sin alguien que le dijera que todo estaría bien...

—¡Vendido! —Gritó un hombre quien le quitaba aquellas cadenas al niño rubio —¡Al mejor! —sonrió amplio al tener un puñado de monedas de oro.

El pequeño solo se movía torpe, caminó con lentitud pero dos manos le empujaron con fuerza por la espalda sin hacerle caer, caminó por orden hasta llegar a una carroza de madera y lona.

—Sube, que ya te estarán preparando todo —dijo un soldado con la armadura bien pulida— ¿Eres niña, cierto?

A lo cual el rubio solo negó ocultando los ojos, escuchó un suspiro y un quejido.

—No le servirá al príncipe, lo matará rápido —comentó a su compañero con igual armadura.

—¿Crees? —se burló el otro— quien sabe, se ve como niña, tal vez y su corazón se ablande al verlo.

—¡HA! —echó a reír el otro— ¿Choi Minho, siendo blando? Por favor, no digas idioteces, él lo matará a la primera falla.

El rubio solo se encogió abrazando sus piernas mientras se acomodaba mejor en la carroza, sintió el peso de los dos soldados al frente, mientras escuchaba las pisadas de los caballos.

¿Estaba condenado a sufrir más?

Hundió su cara entre sus piernas, el camino fue algo largo, por lo que se quedó dormido cuando veía el pueblo a lo alto de un gran monte, ¿Dónde lo llevarían?, observó sus pies sucios, sus manos llenas de mugre y su ropa rasgada, no tenía idea de lo que le esperaba.

Al caer la noche la carroza se detuvo en seco, ambos soldados bajaron y se asomaron al ver el cuerpo inmóvil del menor, le movieron con brusquedad.

—Despierta, ya llegamos.

El pequeño bajó de la carroza, y lo primero que observó fue un gran castillo, enorme, con algunas ventanas iluminadas, caminó por aquel gran jardín oliendo a rosas y a frutos, no dijo nada, su curiosidad estaba al máximo, caminó hasta rodear el castillo, llegando a una puerta de madera, ambos soldados abrieron la puerta, haciendo que el menor entrara primero.

Esclavo perfecto «MinKey»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora