—Si —respondió de forma tajante.

—Bien. He seguido tus vidas pasadas. Para entender qué es lo que intentabas hacer. ¿Sabes? Una de mis funciones es entender a los humanos. Me gusta intentar hacerlo. A veces no lo consigo, claro... y cuando alguien se sale de lo estándar, viola la ley o hace lo que sea que no sea usual, bueno... me propongo seguirlo, no desde muy cerca, para que no note mi presencia... y, a propósito, tú no la notaste ¿verdad?

—No.

—Pues a eso me refería. Quiero comprender la psique humana desde la experiencia. Dejando actuar a los distintos. Tú eres distinto. Tú has hecho algo que no es usual. ¿Me gustaría saber qué te inspiró? ¿Qué pensamientos te guiaron?

—Nada en particular —se ofuscó Karlo. Todo le parecía una violación de su intimidad. Estoy cometiendo un delito, pensó, pero ¿tiene derecho a meterse en mi cabeza?

Sus pensamientos fueron interrumpidos por la continuación del monólogo de Mei

—Quiero decir, no has aprovechado tus nuevas vidas para aprender nada distinto. Y si bien esto no es tan inusual, luego de la segunda vida el ansia se va apagando y los humanos cambian el foco de interés. Pero en tu caso no ha sido así. El ansia por seguir haciendo lo mismo sigue intacta, reforzada, diría yo. Te has dedicado a hacer exactamente lo mismo en las tres vidas. A replicarlas casi exactamente... entonces ¿qué buscas?

—Nada en particular.

—Si, si, eso ya lo dijiste. Prueba otra vez. La verdad estaría bien.

Karlo volvió a elegir el silencio.

—Creo que intentas pasarte de listo. Y la verdad es que ese intento conmigo es vano. Soy varias veces más inteligente que tú y dije "varias veces", sin especificar un número para evitar ofenderte. Así que, por favor, ayúdame a entender tus motivaciones. Para mi es importante hacerlo.

—Soy un seguidor del camino del guerrero —soltó Karlo de pronto.

—Lo sé, lo sé, pero ¡explícame! ¿qué buscas con esto de los combates? ¿no has ganado ya los suficientes? ¿No has demostrado acaso lo bien que se te da?

—Busco conocer mis límites —dijo Karlo intentando dar con una respuesta que la convenciera.

—Entiendo eso. Parece loable. Es bueno conocer nuestros propios límites. Pero los límites no están solo en una dirección. Los que han buscado conocer sus límites, según he comprobado, en la segunda o tercera vida cambian el ángulo, quizás, la meditación, la introspección. O ¡escalar una montaña!, por poner un ejemplo, ¿no te permitirían conseguir el mismo resultado? ¿Qué sentido tiene matar a otro para encontrar tu límite?

—Yo no mato a otro —dijo Karlo con tono ácido, costándole disimular su enfado—. El otro muere en su búsqueda por encontrarse o validar sus límites. Fracasa. Yo triunfo. Siempre triunfo.

—Has repetido durante tres vidas lo mismo. Y vas a intentarlo una cuarta vez. Me pregunto: ¿Cuánto más te falta aprender? Por eso he decidido intervenir. Quiero la verdad.

Karlo miró al holograma fijamente. El nivel de detalle que representaba a la joven china era impresionante. Si no la hubiera visto aparecer del disco podría confundirla con una persona de carne y hueso.

Era Mei. La más alta autoridad mundial. Conocía lo que se decía de ella. Desde ser la más crítica de la especie humana hasta la más admiradora de toda la humanidad.

Las opiniones sobre ella abarcaban todo el espectro posible y ahora la tenía cara a cara.

Karlo se creía único. Y Mei también lo era. Tal vez ella entendiera.

Cuentos: Construyendo un mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora