Capítulo 1

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Los cascos del caballo retumbaban en el suelo de piedra del castillo

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Los cascos del caballo retumbaban en el suelo de piedra del castillo. Un joven escapaba de unos soldados como si le fuera la vida en ello; y en realidad, así era.

El príncipe Caspian era el heredero legítimo al trono, pero su tío Miraz quería apoderarse de él. El reciente nacimiento de un varón descendiente de Miraz había provocado que Caspian resultara innecesario. Su tío ordenó su muerte esa misma noche y aquello le obligó a huir. Sin embargo, tuvo que dejar atrás a su profesor; el único en quién realmente podía confiar.

Los soldados lo persiguieron hasta el bosque, en el que solo se atrevieron a entrar bajo la amenaza de su superior. Los telmarinos conocían las historias acerca de aquello que habitaba en los bosques. La mayoría decía que eran cuentos de fantasía; aunque nadie se había dignado a corroborarlo.

Caspian creyó que los había despistado y se confió. Estuvo demasiado tiempo comprobando si le seguían que no se dio cuenta de que se acercaba a una rama baja. Al girarse se golpeó al instante y se cayó del caballo; aunque este siguió arrastrándole haciendo que se golpeara con cualquier cosa que hubiera en el camino. Algunos de esos golpes acabó dejándolo inconsciente.

Le despertó la luz del sol y el suave murmullo del agua. Al abrir los ojos se encontró a si mismo estirado al lado de un río.

—¿Cómo habré llegado aquí? —soltó la pregunta al aire.

—Te golpeaste la cabeza —le respondió una voz femenina haciendo que se asustara y se pusiera en guardia.

Ante él se encontraba una chica rubia que no parecía tenerle ningún miedo. Eso le dio la confianza de relajarse un poco.

—¿Me has traído tú? —la muchacha asintió guardando todo lo que había usado para curar sus heridas—. Gracias.

Asintió de nuevo y le dedicó una sonrisa afable.

—Dime una cosa —habló ella todavía sin mirarle ya que seguía guardando sus cosas—, si eres el futuro rey ¿por qué tú ejército quiere matarte?

Caspian suspiró y se apoyó en las piedras que bordeaban la orilla.

—Es por mi tío —soltó con la mirada perdida—. Siempre ha querido el trono. Si he vivido tanto es por qué no tenía ningún heredero.

—Entiendo —comentó la chica con una sonrisa que reconfortó a Caspian—. Por cierto, me llamo Carolina; pero puedes llamarme Carol.

El príncipe abrió los ojos sorprendido. Su profesor le había hablado de los antiguos reyes de Narnia, de los cuatro hermanos que derrotaron a la bruja blanca; pero también le había hablado de una reina, que reinó sin ningún sumo monarca para restablecer la paz en un momento de incertidumbre y guerra.

Ahora la tenía ante sus ojos y la miraba con admiración. Ella sola había liderado todo un reino y lo había mantenido a salvo por muchos años.

Carol suspiró al ver la mirada de Caspian.

—Supongo que has oído hablar de mí —comentó sin mucho entusiasmo—. Quizás en su tiempo fui la reina de Narnia, pero ahora es tu turno. Solo he venido para ayudarte.

—¿Ayudarme? —preguntó Caspian confuso—. ¿Eres consciente de que solo somos dos personas contra todo un ejército? 

Ella se rió de sus ocurrencias y negó con la cabeza.

—¿Quién dice que seamos solo nosotros dos? —preguntó con burla—. ¿Acaso nunca has oído hablar de los Narnianos?

Por la expresión de Caspian, ella intuyó que conocía de su existencia.

—Ellos se pondrán de tu parte, ya verás.

Los dos emprendieron la marcha adentrándose de nuevo en el bosque, a la espera de que la ayuda tan esperada apareciera entre los árboles. 


La hija de AslanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora