Semana Santa

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Aterricé en Barcelona. Esta vez le pedí a mi hermano que no me hicieran ninguna fiesta. Mi ánimo no estaba como para tirar cohetes. Lo único que me apetecía era estar con mi familia y pasear, tranquilamente, por las calles de mi ciudad.

Respiré hondo cuando salí del aeropuerto. Sentirme en casa, sentirme en paz, era la mejor sensación que había sentido en las últimas semanas.

Mi hermano vino a buscarme y al verlo, corrí hacia él. Nos fundimos en un abrazo.

- Aquí estarás bien-. Me dijo, aún sin haberle contado nada. Teníamos mucha conexión. Supo que no estaba bien. Supongo que mi sonrisa forzada se lo indicó.

Llegamos a casa. Estoy segura de que a mi madre le debió costar no venir a recogerme pero al llegar a casa, estaba toda la familia allí. Sin ganas los besé, abracé y saludé uno a uno.

Después de comer, alegando que estaba cansada por el viaje, pude retirarme a mi habitación a descansar. La sensación de tranquilidad que me daba aquel dormitorio no la había sentido jamás en ningún otro lugar. Todo seguía tal cual desde que me fui en Navidad. Deshice la maleta y me tumbé sobre la cama con mi tablet. Divagué por internet esperando encontrar alguna actividad qué hacer durante esos días. Barcelona jamás descansa y siempre hay conciertos, obras de teatros, musicales... creo que algo de todo eso le falta a Palma.

El sábado por la noche decidí ir a ver un musical. Llamé a Noa y le dije si me quería acompañar. Lo dudó unos segundos, ella no era de teatros, le gustaba más tomar un par de cañas en un bar. Pero claudicó y quedamos a las ocho.

Fuimos al teatro Diagonal. Daban el musical de "Hoy no me puedo levantar".  Mecano, nos encantaba, si íbamos al karaoke siempre estaba en nuestro repertorio la canción Bailando salsa y el momento estelar era a mitad de la canción cuando decían,

Que te pongas los zapatos de tacón y taconeaaaaa

Ay que te pongas los zapatos de tacón y taconeaaaaaa

Eeeeeee eeeeeeeeee eeeeeeeee eeeeee eeeeeeee...

Yo procuraba no alzar mucho la voz en ese momento ya que mis "gallos" salían de mi garganta a borbotones. En cambio Noa cantaba entonando perfectamente. Pero por las risas que disfrutamos, valía la pena pasar por aquel momento vergonzoso.

Al salir del musical, fuimos a cenar a Les quinze nits, era nuestro restaurante favorito. Subimos al piso de arriba y nos sentamos en una mesa al lado de la cristalera que daba a la plaza. Cenamos de lujo y puedo decir que por unas horas me olvidé de todo lo que me traía de cabeza.

Al llegar a casa, me entró la morriña. Seguía sin saber nada de Raúl y me moría de ganas de tener alguna noticia. Pero lo que hacía estaba bien, era lo que debía hacer o al menos estaba convencida de ello.

Mis padres procuraron no preguntarme por él y ni si quiera sacaron el tema de Vicente. Mi madre estaba encima mía todo el día. Más que de madre, hacía de criada, cosa que yo odiaba.

- ¿Estás bien cariño?-. Preguntó mi madre preocupada. - Te he hecho tortitas con sirope de chocolate y zumo de naranja natural, como a ti te gusta. Me encanta tenerte en casa-. Dijo acariciándome la mejilla y dándome un beso maternal en la frente.

-Estoy bien mamá-. Sé que estaba preocupada. - Gracias por el desayuno continental, ¡me encanta!-. Dije acercándome el zumo a los labios.

- Ayer me encontré a Vicente y le dije que estás en casa. Me ha dicho que te llamará para veros-. Dijo como quien no quiere la cosa, mientras ponía los vasos del desayuno en el lavavajillas.

Te beséDonde viven las historias. Descúbrelo ahora