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Lunes 2 de abril, 2001

Una horrible sensación en la garganta hizo que Draco se enderezara de golpe en su cama. Sintió como las espinas raspaban su tráquea sin pidead, lastimándole crudamente mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.

Lamentablemente sabía qué era lo que seguía. Le venía pasando desde hacía meses y lo odiaba. Sus platinados cabellos se sacudieron levemente cuando comenzó a toser y toser, escandalosamente, a la par que sus pulmones silbaban por la perfumada intromisión dentro de éstos. Mientras tanto, unas gruesas y amargas lágrimas caían por su pálido rostro de porcelana, totalmente compungido y retraído por el dolor.

Maldición, al día siguiente debía dar un concierto, no podía estar vomitando flores en medio del espectáculo.

Porque lo que salió de sus finos labios al toser fue eso, flores. Unas hermosas flores rojas que, acompañadas de algunas gotas carmesí, fueron a parar a su cama. Más bien se trataba de pequeños retoños, no de rosas completas con tallo y todo. Pero aún así las espinas se sentían inexplicablemente, como recordándole que algún día llegarían.

Draco ahogó un grito de frustración, cerrando fuertemente los ojos, haciendo que las lágrimas cayeran más deprisa y sus párpados dolieran.

Odiaba todo aquello. Odiaba a las rosas, tanto como odiaba llorar, gritar y sufrir a causa de ellas. ¿Por qué debía ser justo él el que padeciera de la estúpida enfermedad aquella?

Sobre todo ¿por qué a su estúpida alma se le había ocurrido enamorarse perdidamente de alguien que nunca le correspondería?

No podía ni siquiera intentar amarlo en sus sueños y aunque sea disfrutar de un mundo imaginario en donde era amado locamente por aquella persona la cual era dueña de su eterno sufrimiento. Cada vez que pensaba en aquellos ojos esmeralda, una espinosa presencia le recordaba que todo eso era simplemente imposible. Que nunca sería amado con la misma intensidad con la que el amaba, y por supuesto, moriría a causa de eso.

El más joven de los Malfoy sollozó amargamente mientras un remolino de sentimientos desgarrantes se formaba en su demacrada mente. Flexionó sus rodillas hasta que éstas quedaron a la altura de su frente y así, en aquella encogida postura, siguió escupiendo aquellos malditos pétalos rojos que tanto le enloquecían.

Nadie sabía de aquello, a excepción de sus más íntimos amigos, los cuales se habían pasado días buscando una solución alterna a su problema. Pero Draco sabía que no iban a lograrlo nunca, y que su destino ya estaba sellado.

Parece que la muerte sí que se había enfadado cuando en su sexto año escolar no pudo llevárselo con ella.
Y también parecía ser algo ya predestinado que Potter sea el que acabe con su vida de alguna manera u otra.

Porque era Potter el responsable de que él esté vomitando flores cada vez que la simple imagen de su rostro, de sus ojos tan verdes como las hojas que salían de sus pulmones, venía a su cabeza.

Desde hacían ya ocho meses exactamente que había empezado a sufrir de aquel malestar.

La maldición con la que cargaba tenía un nombre. Hanahaki Desease, el mal del amor no correspondido. Toda la información sobre éste mal la había encontrado en un libro abandonado de la biblioteca de su ya también abandonada mansión. Todo tipo de relatos estaban presentes en ese ejemplar. Y todos tenían tres finales distintos.

Por ejemplo, en Rusia, una joven muchacha, dulce como la miel y encantadora como ninguna había estado expulsando claveles de su boca hasta que las raíces de aquella planta llegaron hasta su agonizante corazón matándola por completo.

Otros casos acabaron con el amor del enfermo siendo correspondido, sanándolo totalmente.
Y otros con una operación que costaba muy cara. No en el sentido material, más bien, la peste era extirpada, pero junto a ella se iban los sentimientos del que la padeció, dejando el alma de la persona totalmente vacía y carente de emociones.

Draco se sorbió la nariz en un intento de dejar de sollozar, sin éxito. Sus llantos entrecortados se perdían con el ruido que se oía detrás de la puerta de la habitación. El hotel en el que se estaba hospedando estaba bastante concurrido al parecer.

Demasiado ruido para sus noches en vela, en las que lo único que hacía era pensar. Fantaseaba con aquellos ojos, imaginando que lo miraban desde las sombras de su cuarto. Los recuerdos que llenaban su mente se resquebrajaban junto con sus esperanzas y lo mataban de a poco, literalmente, porque luego de eso se ponía a toser y vomitar aquellas asquerosas rosas.

Draco las aborrecía. Con toda su alma, pero no podía hacer nada para dejar de verlas todo el tiempo.

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El sol empezó a colarse por la ventana de la pieza lentamente, inundando el lugar con su calidez, desde el suelo hasta los rincones.

El de ojos grises se sentó en el lecho, casi con pereza y observó el espantoso cuadro a su alrededor. Las blancas sábanas de seda estaban repletas de pétalos de rosa, los cuales se confundían con las manchas de sangre que también hacían presencia. El carmesí contrastaba con el blanco de la tela, como si quisiera hacerse notar y recordarle su desdicha.

Parecía como si el colchón estuviera hecho de rosas y el hubiera dormido sobre ellas, aunque, en realidad fue lo que hizo. No se atrevió a quitarlas de allí. El simple hecho de pensar en agarrarlas le provocaba náuseas. En cambio, sollozó hasta quedarse dormido, procurando pensar en cualquier cosa que no sea en el idiota azabache.

Una amarga sensación recorrió su espina dorsal, como un breve escalofrío. Sus días estaban contados, no había encontrado una solución aparte de las existentes.

Pansy había recomendado la operación, pero su determinación se vio afectada cuando se enteró de las secuelas que dejaría. No la culpaba, no quería convertirse en un ente carente de sentimientos, como lo fue Voldemort una vez. Porque era eso en lo que pensaba cada vez que contemplaba la idea de deshacerse de modo quirúrgico del perfumado parásito que llevaba consigo; en lo que fue ese monstruo sin amor ni emociones, además de sed de sangre y sufrimiento ajeno.

No quería convertirse en lo que alguna vez odió. Además de que, al hacerlo, tiraría por la borda al esfuerzo de Potter por demostrar su inocencia y liberarlo de todos los cargos que se le habían sido otorgados por su papel en la guerra.

Se maldijo. Pensar en el moreno traía desgarradoras consecuencias.

Las sábanas de su cama se llenaron de más rosas y sangre.

Je dors sur des roses Donde viven las historias. Descúbrelo ahora