I. Huyendo

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LIBRO PRIMERO - COMIENZOS –

«Hay otros mundos, pero están en este» Paul Éluard


CAPITULO I - HUYENDO


      El silbido Ronco de la flecha sonó a medio palmo del oído de Athim, sintió como una ráfaga de viento helado erizaba el cabello detrás de sus orejas hasta llegar a la nuca.

      —¡Maldita Sea! —Exclamó fuera de sí.

      Corría con la agilidad de un felino. Evitaba los diversos puestos que por falta de espacio, se apretaban unos contra otros más o menos de manera ordenada en forma de tenderetes ambulantes, en ellos se exponían los enseres a la venta. En algunos, pócimas milagrosas, en otros; grandes remedios para casi cualquier cosa. Los tenderos alzaban las voces intentando llamar la atención del comprador. Los vinateros aseguraban a los posibles clientes los mejores vinos de las tierras fértiles, en otros puestos se exponían piezas antiguas, en otros medallones, talismanes, fetiches...

      Algunas varas detrás del muchacho varios hombres corrían tras él y acortaban distancia.

      Sus perseguidores arroyaban todo cuanto encontraban, personas; cosas o puestos eran empujados y arrastrados a su paso, creando revuelo y agitación, dejando desconcierto, provocando un rastro de caos tras ellos.

      Los que intentaban alcanzar al chico, aquellos que lo perseguían, a pesar de su corpulencia, eran ágiles y resolutivos. Si tenían que llevarse algo por delante lo hacían. No había que ser muy despierto, para ver que eran cazadores de grandes piezas y el joven, apenas era un cervatillo. O al menos la sensación era esa.

      El trecho entre ellos menguaba. Ahora treinta pasos, un instante después veinte.

      Aquel muchacho, conocía cada palmo de la ciudad, su vida había transcurrido en sus calles. Sus condiciones físicas eran excelentes, incluso cualquiera que lo conociera diría que rozaban el límite de lo normal. Siempre lograba salir airoso de este tipo de situaciones. Era un chico activo, le gustaba participar en aquello que llamaba su interés. Muchas veces debido a esto, lo buscaban para darle alguna lección de compresión de la causa. Cabe decir, que era dado al estudio, no al aprendizaje que los grandes maestros ni los más lustrosos círculos, más bien al estudio de la calle y observación de sus vecinos, de la denominada sabiduría popular, de la que ya, a pesar de su corta edad, era bastante buen conocedor y dicho de paso, como era todo un caballero, cuando surgía algún tipo de conflicto evitaba "una nueva discusión". Ese juego lo había llevado a cabo muchas veces. Poseía una capacidad casi insultante para despistar y librarse con facilidad de aquellos que intentaban "hacerlo entrar en razón".

      Por algún motivo, sentía que los que en ese momento iban tras él, eran distintos. El corazón le latía con fuerza. No los había visto nunca, aunque intuía quienes eran y con sólo pensarlo se estremecía, no era un joven cobarde. Hasta ahora, apenas lo había sentido, pero en ese momento a modo de latigazo, una sensación de inquietud le sacudió el cuerpo. Un instinto primario se apoderó de él. Notaba la sangre bullir en sus venas, una extraña y ajena percepción de angustia se extendía por todo su cuerpo deprisa, muy deprisa, de pronto lo supo, estaba asustado.

      Desconocía el número de los que intentaban darle caza, sabía que no eran muchos, dos eran los que lo perseguían, pero podían ser más, tampoco quería saberlo, En ese momento todos y cada uno de los músculos de su cuerpo, respondían a viva voz al mensaje de la huida, buscando con carácter de urgencia dar esquinazo a sus mortales perseguidores.

EL CUARTO MAGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora