Sheila se acercó al panel de gráficas que mostraban el funcionamiento de las torres emisoras de gases que circundan toda la instalación. Les echó un vistazo por las cámaras y mientras anotaba unos números en el panel táctil le dijo a su esposa:

—¿Almorzamos algo?¿Preparás la comida?

—Si, ahora. ¿Ponés la mesa?

—Si. Dame un segundo que termino de pasar unos valores a la bitácora y se lo paso a la colonia europea y la africana. Quiero que los comparen con los suyos. ¿Qué vas a hacer de comer?

—¡Sorpresa!

—¡Si, claro! Un sorpresón... No sé para qué pregunto—dijo entre risas mientras se concentraba en su pantalla.

La comida comenzó tranquila. Carla le contó que había recibido un correo electrónico de su madre en Buenos Aires. Que todo seguía igual. Que la colonización de Marte había dejado de ser la primera plana de los diarios.

—Creo que tenemos que informar que la cosa va mal —agregó después de un corto silencio.

—¿Al centro Buenos Aires o a Ciudad de México? —preguntó Sheila levantando la vista de su plato.

—A Buenos Aires. Si ellos quieren informar a Mexico que lo hagan...

—Ah. Si me decias México te respondía directamente que: ¡no! Igual no sé si es buen momento. Por lo que cuenta tu vieja, todo indica que el tema de la colonización de Marte se congela por un tiempo... ¿para qué vamos a echar más leña al fuego? Somos unos pocos desperdigados por aquí. Nos queda Marte para nosotras.

—Es que este prototipo no va. Se están gastando una fortuna para mantenerlo activo y es inútil.

—¡No! ¿Por qué va a ser al pedo? ¿Acaso estamos mal? ¿Preferís estar en el kilombo de Buenos Aires? Estamos solas, como queríamos ¿no?. Yo estoy bien acá. Espero que dure algunos años más —y agregó mirándola fijamente— ¿Qué? ¿Vos estás mal?

Carla no hablaba. Seguía con la mirada perdida en la mesa. Sheila extendió la mano intentando tomar la de su mujer que se levantó rápidamente de la mesa esquivando el gesto.

—Pará. Pará. ¿Toda esta escena es por el invernadero o es por nosotras?

—Por la colonia, claro. ¿Qué decís? —se indignó Carla.

—En serio, boluda, si es por nosotras me lo decis y lo hablamos. Dale ¿Qué te pasa?

—Es por la colonia te dije. No creo que podamos cumplir con ninguno de los pedidos

—¿Y qué? Nosotras hicimos lo que nos dijeron y esto no funciona. Los ingenieros que planificaron todo se equivocaron. Nosotras somos ingenieras de campo. Los teóricos metieron la pata ¿Y la culpa la vamos a tener nosotras? ¡Dejate de joder! ¡Es más! Muy probablemente vamos a ser nosotras las que les vamos a decir dónde están los errores. Así que la guita está bien gastada... y si es en nosotras:mejor —sentenció Sheila.

Un tenso silencio las envolvió mientras Carla llevaba los platos al lavavajillas.

—Al final mi primo tenía razón —dijo ahogando la frase en un suspiro.

—¿Qué primo?

—Gustavo.

—¿Y Gustavo qué sabe? Si es un chupaculos del gobierno. El boludo fue el primero que festejó cuando se aprobó la reforma que instaló a las computadoras como consultoras del gobierno.

—Por eso, porque está en el gobierno, sabe.

—¿Ah, sí? ¿Y qué sabe?

—Me dijo que todo esto era al pedo. Que había visto los cálculos y que los resultados estaban en rojo.

—¿Que rojo? ¿No te entiendo? —se quejó Sheila.

—Que las validaciones de las computadoras salieron en rojo. Que es inviable la colonización de Marte, pero que el gobierno tomó la decisión igual por razones políticas.

—¡Ah, mira vos! ¡Vaya novedad! Sigo sin entender a dónde querés llegar. ¿O me cambiaste de tema? Estábamos hablando de nosotras. ¿Estamos bien? Porque si no estamos bien me gustaría saberlo.

—Si tenés que preguntar no es buen síntoma... —dijo Carla dejando morir la frase y mirando distraídamente al lavavajillas.

—¡Ugh! No me hagas la discusión psicológica. ¡Vos empezaste! Yo te pregunté cortito y claro: ¿Es por nosotras?

—Y yo te conteste igual de clarito: ¡no!. Es por la colonia.

—Bueno, fin del tema, entonces. Y basta de indirectas.

—Eso, fin del tema —coincidió Carla.

—Entonces... me preparo un café y me voy a dar otras vueltas a ver si encuentro un lugar donde la composición de los gases sea una buena noticia ¿Te preparo uno?

—Si, dale —dijo Carla mientras le besaba la espalda al pasar por detrás.

Sheila la detuvo tomándola de la mano.

—¿Sabés que yo estoy donde vos estés? —dijo mirándola seriamente.

—Que sí. No pasa nada.

Sheila se enfundó en el traje de exterior y caminó hacia su tractor.

Se sentó, encendió los motores y pudo ver a Carla saludándola por el ojo de buey del iglú del invernadero.

Levantó su mano para corresponder el saludo cuando escuchó el crujido. Miró su tableta transparente que ahora tenía un indicador en rojo intermitente hacia el norte de la colonia.

Levantó la vista al mismo tiempo que veía implosionar la gigantesca torre sobre sí misma. Una masa de polvo envolvió lo que antes era una columna generadora de gases. Respiró aliviada. Una nube de polvo era perfectamente tolerable y no afectaría a ninguno de los iglús.

En ese mismo segundo su tableta se puso en rojo nuevamente. Toda.

Primero no entendió. Después todo estuvo claro. La falta de una torre descompensa al sistema completo.

Todas las columnas generadoras de gases comenzaron a resquebrajarse y a caer.

Presionó el botón de emergencia que alertaba a todas las colonias sobre Marte y bajó del tractor.

Miraba fijamente hacia la construcción donde estaba su mujer cuando el trozo de una torre impactó sobre el invernadero. La explosión siguiente no dejaba lugar a ninguna duda.

Comenzó a correr hacia su iglú, el hogar que ya no existía, primero, despacio, luego dando grande zancadas.

Se quitó la máscara y gritó mientras no paraba de correr.

—¡Que planeta de mierda!

Quizás dio seis pasos. Cayó muerta a un metro de los gigantescos escombros que obstruían la entrada.

La torres siguieron cayendo.

Nunca encontraron los cuerpos.

Es posible que ni siquiera los buscaran.

Cuentos: Construyendo un mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora