En teoría, la vida de Terra debería de ser más fácil ahora. Su hermano kanima ya no está, tiene a los mejores amigos del mundo e Isaac está enamorado de ella. Sin embargo, su vida perfecta está a punto de tambalearse.
El pasado ha regresado por ell...
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—Disculpe —dijo Lydia, poniendo las toallas sobre el mostrador de la recepción—. La tarjeta del tocador dice que la habitación es para no fumadores, pero todas nuestras toallas apestan a nicotina.
La encargada se dio la vuelta lentamente, y Lydia notó que no podía respirar bien por el aparato extraño que tenía en el cuello.
—Lo siento, cariño —respondió.
Lydia trató de no aparentar tan sorprendida como en realidad estaba. Volteó a ver la recepción, tratando de enfocar su atención en cualquier otra cosa, notando un contador con hojas en la pared.
—¿Qué es eso? —Preguntó—. Ese número.
—Es algo interno del motel. Mi marido insististe en mantenerlo.
—¿A qué se refiere?
—Es algo medio morboso, sinceramente. ¿Segura que quieres saberlo?
—Cuénteme.
—No seremos los primeros en la lista de nadie en cuanto a la satisfacción al cliente.
—Evidentemente.
—Pero somos el número uno en California en cuanto a un detalle inquietante. Desde la inauguración, más que ningún otro motel en California, tenemos la mayor cantidad de suicidios entre nuestros clientes.
—¿198? —preguntó Lydia, con voz temblorosa. La señora sonrió.
—Y contando.
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—¿198? —exclamó Allison, escéptica, secándose el cabello con la toalla maloliente después de darse una ducha, tratando de no pensar demasiado en el inusual encuentro con Scott minutos antes.
—Sí. En 40 años. En promedio, 4.95 por año, es decir... ¿Quién conmemora eso con un número enmarcado? ¿Quién hace eso? ¿Quién? —suspiró Lydia.
—¿Todos suicidas?
—Sí. Ahorcados, degollados, empastillados, con los dos cañones de la escopeta en la boca... No sé tú, pero yo... No sé, creo que deberíamos avisarle a Terra y salir de aquí.
—No me responde los mensajes —dijo Allison—. Avisó que venía para acá y preguntó si queríamos algo de la máquina expendedora pero no respondió más. Pensé que te había dicho algo a ti...
—No me dijo nada... —comenzó a decir Lydia, pero se interrumpió a sí misma cuando escuchó un llanto—. ¿Oíste eso?
—¿Qué?
Lydia se puso de pie, siguiendo el sonido del llanto. Venía de una ventila sobre la cama.
