―¡Cómo pudiste...! ―Golpeé su pecho con uno de mis puños―. ¡No te atrevas a ponerme una mano encima otra vez! ―chillé, totalmente fuera de mis cabales.

―¡Estabas dándole muchas vueltas! ―Puso distancia tomándome por los hombros―. Corriendo el riesgo de que alguien nos viera allá afuera... ¡fuiste tú la que no me dejó otra opción!

Dejé de forcejear contra él, decidida.

―Si crees que después de esto voy a quedarme, estás muy equivocado, ¡¿me oíste?!

―No te preocupes. No pienso retenerte aquí por mucho tiempo.

Elevé una ceja, incrédula, tratando de menguar la rabia que de pronto me había asaltado por su imprevisto actuar. Sí, noté que hizo caso omiso a mis palabras, pero, pensándolo mejor, y ya que estoy aquí y no sufrí ningún ataque colectivo como pensé, pues no hay motivo por el que no le dé algo de satisfacción a la curiosidad que desde hace un buen rato me asedia.

Traté de regular mi respiración tomando una gran bocanada de aire y luego, puse mis manos sobre mi cintura, adoptando una pose desafiante. No podía dejarlo verme vulnerable.

―Habla rápido ―farfullé.

Él evitó mi mirada antes de decir―: Necesito que me ayudes a salvar a Alan.

Solté una risita que reveló el escepticismo que me produjo tal petición.

―¿Cómo? ―contuve un ataque de risa.

―Lo que escuchaste. ―Volvió a fijar su vista en mí, y justo en ese instante fue cuando pude apreciar a la desfachatez encarnada. El muy desgraciado estaba hablando en serio―. Necesito que me ayudes a salvarlo.

―Debe ser una broma. Una broma nada graciosa, por cierto. Dime la verdad, Carlos, ¿tu único objetivo era tomarme el pelo? Porque si es así, debo verme como un auténtico Troll justo ahora.

Me peiné el cabello con la mano de forma instintiva.

―No es ninguna broma. Tu misma lo has visto, ¿no? Parece un espantapájaros con ese aspecto que se trae, y su salud va en decadencia. Él no la está pasando nada bien.

―Lo de espantapájaros no voy a discutírtelo, pero fíjate que hace poco lo vi fuera de las instalaciones de la universidad con una rubia, y la verdad parecía que la estaba pasando bastante bien. No creo que necesite la ayuda de nadie. Además, para qué estamos con cosas... él no merece la ayuda de nadie.

―Azucena, son las drogas ―soltó de pronto, con gesto severo―. Van a terminar matándolo, por eso necesito que me ayudes ―finalizó, esta vez con un tono sumido en desespero.

―Si eso es cierto, el único que tendrá la culpa será él. Ya deja de andar tras sus pasos como si estuvieras en la obligación de cuidarlo. Él ya está grande, y si está tan mal como dices, que se saque de su miseria él solito, ¿no crees?

Por primera vez, el enfado alabeó cada una de sus facciones hasta tornar sombrío su rostro.

―Voy a suponer que es el rencor el que habla por ti ―siseó con el ceño fruncido.

―El rencor y la indiferencia. A mí me importa tanto la vida de Alan como me puede importar la cara de Hulk que me estás poniendo ahora.

El terminal de una de sus cejas comenzó a temblar al tiempo que el fastidio se hacía más evidente en su cara.

―¿Sabes que la adicción a las drogas no es un asunto para tomarse a la ligera?

―Claro que lo sé.

El llanto de una Azucena© | Actualizaciones lentasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora