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29 de noviembre, Melbourne.

Harry había tratado de hablar con él durante todo el día anterior, pero Louis le había dicho con toda la calma que pudo que prefería estar solo, y había malgastado todo su día libre quedándose en su habitación, viendo películas de mierda y durmiendo mucho.

Niall también trató de hablar con él, pero fue mandado a la mierda con poca sutileza y volvió a encerrarse en su habitación junto a su mal humor y su odio a la humanidad.

No podría decirse que estuviera enfadado por algo en concreto. El estrés que llevaba sintiendo durante la última semana se había mezclado con las recientes cosas que habían estado saliendo mal a su alrededor y había terminado por decidir que no quería relacionarse con nadie.

Así que estuvo mandando a la mierda a todo aquel que había tratado de pasarle el tapón durante las horas anteriores al segundo concierto en Melbourne y le daba igual quien se quejase de su mal humor.

Louis era agradable y no solía caer mal a nadie, pero hasta las mejores personas tenían días malos y él tampoco era ningún santo cuando estaba enfadado, así que prefería mantenerse alejado de las personas para después no tener que escuchar reproches por los insultos que podían llegar a salir de su boca.

Pero Harry era Harry. Y si otra persona diferente se hubiera presentado en la puerta de su camerino esa misma tarde con el claro reflejo en sus ojos de que había estado llorando, probablemente no le habría temblado el pulso para mandarle a la mierda y cerrarle la puerta en la cara. Pero era Harry quien estaba ahí, con sus ojos rojos y el ceño fruncido en una expresión triste.

Entonces Louis tuvo que tragarse su enfado y exhalar un suspiro. Le tomó por la cintura y lo atrajo hacia él mientras que su otra mano se encargaba de cerrar la puerta. Harry se aferró a su cuerpo como si estuviera agradecido de que le hubiese dejado acercarse a él y Louis giró su cara para apretar sus labios contra su mejilla, dejando un beso en ella.

—No estoy drogado —musitó Harry contra su hombro, como si tuviera la necesidad de dejarle claro que no lo había vuelto a hacer.

Louis soltó una risita que no mostraba diversión.

—Ya, ya lo veo —le dijo, sus labios rozándose contra su mejilla y aprovechando los espacios en blanco de la conversación para dejar más besos en ella.

No estaba enfadado con él por haberle encontrado drogado después de quince días limpios, estaba decepcionado, por verle resignándose a convivir para siempre con sus vicios en lugar de pensar en la posibilidad de dejarlos.

Asumir que lo necesitaba solo era una mala excusa para camuflar el miedo que le daba intentar vivir sin ello.

—No te haces una idea de cuánto me importas, Harry —suspiró Louis, separándole de su cuerpo lo suficiente para mirarle, pero dejando ambos brazos alrededor de su cintura —. Pero lo único que puedo hacer es ofrecerte mi apoyo, el impulso lo tienes que dar tú.

Vio a Harry tensar su mandíbula en un claro intento de no llorar. Le vio apartándole la mirada, como si sintiera vergüenza de sí mismo. Pero no le vio responderle nada.

Era evidente que Harry no quería dar ningún impulso.

Pudo haberle dicho muchas cosas más, pero Louis no tenía fuerzas ni ganas para intentar hacerle entender que la depresión que estaba arrastrando ya no tenía nada que ver con las decisiones que tomó en el pasado.

Fly me to the moonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora