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25 de noviembre, Sydney.

La culpa de que Harry despertase temprano aquella madrugada la tuvo una pesadilla.

Se había incorporado de golpe en la cama, con el corazón acelerado, las mejillas llenas de lágrimas y su cabeza palpitante. Evitó un sollozo de angustia conteniendo su respiración y tirando de su pelo con los codos en sus rodillas, tratando de calmarse a sí mismo.

Inhaló con dificultad cuando miró hacia el lado opuesto de la cama, donde Louis dormía boca abajo con las sábanas sobre su cintura. Se limpió las lágrimas y se inclinó hacia él, dejando un beso en su hombro antes de levantarse de la cama.

Su corazón seguía agitado cuando comenzó buscar la ropa que había volado al suelo la noche anterior, poco después de que hubieran aterrizado en Australia y se hubieran instalado en el hotel.

Ahora Harry se encontraba dando vueltas alrededor de la habitación, conteniéndose las ganas de romper algo para no despertar a Louis y frustrándose hasta el punto de querer morirse cuando se daba cuenta de lo mucho que necesitaba una maldita dosis.

Tenía días malos y días peores; ese día parecía ser del segundo tipo.

Sus períodos de abstinencia tenían fases que Harry conocía muy bien. El bajón después de una dosis era casi inminente, pero pasadas unas horas conseguía acostumbrarse y sobrellevar las ganas de inhalar de nuevo. A medida que pasaba el tiempo sus ganas aumentaban y sus ánimos disminuían, pero solo apenas después de una semana de pesadillas, insomnio y malestar, su mente parecía despejarse de golpe y sentirse mejor en muchos aspectos.

De golpe también llegaba un segundo bajón apenas unos días después de su mejor fase, mucho más fuerte, desesperante y jodido que el primero.

Ahora estaba en esa fase.

Quince días de abstinencia y sentía que la poca cordura que le quedaba iba a desaparecer de su vida si no se drogaba lo más pronto posible.

Eran las seis de la mañana cuando la alarma de Louis sonó en la mesita de noche. Harry había acabado sentado a su lado, mirando la pared de la habitación con una mano ocupada en limpiar lágrimas esporádicas y la otra agarrando la de Louis, quien reaccionó apretándola cuando comenzó a despertarse.

—¿Harry? —su voz sonó áspera, y soltó su mano para frotar su ojo antes de darse cuenta de lo que estaba pasando —. Harold —se incorporó en la cama para mirarle, pero Harry no le miró de vuelta —. ¿Estás bien?

—Sí —asintió con desgana.

Louis alzó la mano hacia la mesita de noche detuvo la alarma de su teléfono con evidente molestia, luego volvió a girarse hacia Harry, agarrando su mano de nuevo.

—¿Has dormido? —le preguntó.

—Sí —Harry le miró a los ojos, apretando su mano —. Pero he dormido poco.

—¿Has tenido otra pesadilla? —inquirió, llevando un dedo hacia la mejilla de Harry y secando una lágrima.

—No quiero hablar.

Louis le miró en silencio durante unos segundos antes de soltar un suspiro de resignación, pero se acercó a él y dejó un beso en su frente. Harry cerró los ojos al acto y en consecuencia una lágrima se arrastró por su mejilla.

Le vio dejarle solo y encerrarse en el baño, al poco tiempo el agua de la ducha comenzó a sonar, y salió de nuevo un rato más tarde, vestido en ropa deportiva y el pelo húmedo.

—Harold, no puedo irme sabiendo que estás así —le dijo en un tono preocupado, acercándose su lado de la cama —. Dime algo.

—Estoy bien —respondió Harry, alzando la mirada a Louis y apretando sus labios en una sonrisa imperceptible —. Estoy acostumbrado. No pasa nada.

Fly me to the moonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora