UN ARMARIO SIN PUERTAS 1.5

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El sábado por la mañana, Mirko ya había terminado todos los libros pendientes que tenía en su biblioteca. Odió su capacidad devoradora de libros. Sin celular ni internet y sin sueño por culpa de Tomás, la única distracción estaba en las páginas y páginas de historias ficticias.

Se paró frente a los tomos del pasillo hasta dar con alguno que no hubiera leído y le llamara la atención. «Los niños de Brasil» de Ira Levin fue la elección, era un ejemplar viejo de páginas amarillas y tapa dura, de la época en que su abuelo compraba al círculo de lectores.

El ladrido estridente de Ofelia lo sobresaltó. Corrió hacia la cocina, casi tan feliz como su perra.

—¡Nadia! —Salió al frente. Su hermana bajaba del auto de Havryl, quien la había ido a esperar a la terminal.

—¡Hermanito! Cuánta euforia —se sorprendió la chica. Aprovechó sin cuestionamientos el cambio y lo abrazó. Mirko se apuró a bajar las valijas—. No te hagas ilusiones, no traje regalos esta vez —bromeó.

Lena salió a recibirla con otro abrazo y beso. Alexei tenía las manos manchadas de carbón, recién comenzaba a hacer el fuego para el asado del mediodía.

—Hay chinchulines —le dijo a su hija a modo de recibimiento.

—Este hombre me conoce —rio Nadia.

—¿Mate? —propuso Mirko. Cuatro pares de ojos claros se fijaron en él con sorpresa, el chico no los notó, empujaba el carry-on de su hermana con una mano, y la valija de veinte kilos con la otra.

—Dale.

—Yo voy a buscar a Sofía —comentó Havryl antes de volver a subir al auto—. ¿Necesitan algo?

—Trae pan, Havi.

—Y un tinto —pidió Alexei—, que me quedó una botella sola y no sé en qué estado está.

—Ese vino debe estar picado —comentó Lena.

En la cocina, Mirko ya había puesto la pava, llevado los bolsos a la habitación y estaba limpiando el mate. El libro que llevaba en las manos minutos atrás reposaba en la mesada.

Alexei lo miró con interés, lo giró con la punta del dedo para no mancharlo de carbón, y volvió junto a la parrilla.

Nadia fue a la alacena y buscó algunas galletitas.

—¿Vos estás comiendo bien? —inquirió Lena, preocupada. Los rumores sobre las dietas extremas de las modelos siempre la asustaban.

—Sí. Bueno, más o menos. A veces me da cosa comerme un jabalí frente a las chicas que se matan a dieta, pero en general, bien.

—El único que reniega de estos genes —acotó Alexei desde el patio—, es tu hermano.

—No me quejo más, por lo menos tenemos ojos claros —se defendió el aludido. Lena sonrió. Nadia no salía de su asombro.

—¿Tiene novia? —vocalizó desde la espalda de su hermano menor.

—Después hablamos —respondió Lena del mismo modo.

Mirko se giró y se sentó de un salto en la mesada. Su madre lo reprendió y se bajó con la misma agilidad.

—Contame de Mar del Plata —pidió Nadia y se metió una Criollita en la boca.

—Fue genial, bah, excepto porque estoy en penitencia por culpa del pelotudo del profesor —relató.

—Sí, del profesor es la culpa —agregó Alexei y volvió a dar viento al fuego para que creciera.

Al otro lado del miedo (Libro 1 Y 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora