Capítulo 20

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-Vale... ¿Estás bien? - ​preguntó Gabriel dejándome con sumo cuidado sobre el tejado del almacén.

-Sí, no te preocupes - ​me agarré como pude y escalé con sumo cuidado, hasta alcanzar una de las claraboyas -. Puedes​ bajar, a partir de aquí soy un fantasma - ​le guiñé un ojo con una sonrisa.

Asintió con una sonrisa de medio lado y saltó, dejándome completamente sola.

Mi mirada azulada viajó a Azael y Semyazza, quienes estaban lo suficientemente lejos para que no los percibieran fácilmente; los capté muy atentos a todos mis movimientos mientras se mantenían sobre sus motos apagadas. Tomé una bocanada de aire, saqué la navaja del bolsillo de mi pantalón negro y me bajé la capucha de mi sudadera verde oscuro para poder ver mi entorno mejor.

Parecía un charco andante.

Coloqué la navaja de la misericordia entre mis dientes y abrí la claraboya con sumo cuidado para no hacer más ruido de lo previsto. Me asomé un poco, viendo un pasillo de metal en la parte superior que rodeaba todo el almacén por los laterales y un gran pasillo que atravesaba por el medio.

Me quité los zapatos, dejándolos a un lado antes de entrar.

Posé mis pies lentamente sobre el puente de metal.

Aunque era invisible para ellos, podían descubrirme en cualquier momento, ya que entre Arcángeles era muy difícil hacerles esto; salvo si estaban relajados y confiados, según Gabriel y el libro de Luzbel, así que al mínimo fallo, se pondrían en alerta y se irá todo el plan a la mierda.

Me asomé un poco por la barandilla superior de seguridad quitando la navaja de mi boca, viendo a Zedequiel sentado sobre unas cajas sucias mientras limpiaba su famosa Daga. Parecía bastante relajado. A su lado, se encontraba Uriel, a quien por fin pude ver el rostro; tenía el pelo negro y sus ojos eran azul hielo.

Tragué saliva cuando Gabriel se acercó a ellos despreocupadamente, aunque seguramente en el interior, estaría muy nervioso.

Repasé el almacén con la mirada antes de empezar a moverme, dando con mi objetivo: Luzbel. Estaba sin camiseta, aunque no parecía herido a simple vista. Se encontraba colgado de las muñecas por unas esposas de la misericordia, las cuales se aferraban a unas cadenas atadas al puente superior de metal, dejándolo en suspensión a unos dos metros del suelo.

Volví a tomar otra bocanada de aire y apreté la navaja con mi puño, intentando controlar mis pulsaciones alteradas y los nervios. Empecé a andar con pasos lentos pero seguros, hasta llegar a la mitad del puente que atravesaba el almacén por el medio, quedando justo encima del pelinegro.

Me asomé un poco para analizar a Luzbel. Realmente no parecía tener ninguna herida visible; se encontraba con la cabeza caída hacia adelante con los ojos cerrados, relajado. Desde aquí me podrían ver por completo, en cambio a Luzbel lo tapaban algunas cajas y maquinaria vieja tapadas con lonas.

Un punto muerto para él, uno muy visible para mí.

Me senté en el borde contrario al que se encontraba, me puse de nuevo la navaja entre mis dientes y pasé una de mis piernas al otro lado de uno de los barrotes de hierro que sostenían las barandillas de seguridad, dejándolo entre mis piernas. Me agarré con las manos con fuerza, crucé mis tobillos y me dejé caer hacia atrás de espaldas, quedando colgada boca abajo justo frente a él. Me miró precipitadamente al notarme, provocando que su ceño pasara de estar fruncido ha sorprendido en dos segundos. Tomé la navaja con una de mis manos y con la otra me puse el dedo índice sobre mis labios, indicándole que debía mantenerse en silencio.

Volvió a fruncir el ceño y sus ojos grises se centraron en sus hermanos, aunque él no los podía ver desde su posición.

Me concentré en las esposas de la misericordia que lo unían a las cadenas que lo mantenían en lo alto. Miré nuestras esposas al percatarme de que no eran iguales. Probé a forzarlas, metiendo la punta de la navaja en la cerradura con mucho cuidado de no hacerle daño, ya que estas armas sí podían producirle alguna herida grave.

Lucifer (1° Parte) || En Físico ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora