65 - (LSDCristal) No me Destruyas

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Yo conocí a Caramel en primero de secundaria. Nuestra amistad fue inevitable, ya que ambos nos sentamos juntos, además, de inmediato tuve una gran afinidad con él. Me sentí muy cómoda desde el primer día que lo conocí, muy especial, pero mi orgullo no me dejó decirle mis sentimientos, por eso me mantuve en silencio por mucho tiempo.

Caramel siempre tuvo un bajo autoestima. Eso no me gustaba porque él era una persona realmente hermosa, amable, respetuosa y perfecta para mí en todos los sentidos. Caramel no se comparaba con Max, su mejor amigo, a quien no aprobé desde la primera vez que lo vi. La posición de chico guapo que Max tenía en el colegio siempre opacó a Caramel, por eso a veces me molestaba que fueran mejores amigos.

Ellos dos, Caramel y Max, eran muy diferentes en todo. Caramel era un chico calmado, alegre. Él sabía cuándo las cosas iban en serio y cuando se podía seguir una broma. Caramel era un chico muy respetuoso con las chicas, todo lo contrario a su amigo, quien tenía como pasatiempo cambiarlas a cada rato. Yo no quise acercarme a ese chico que se creía perfecto, un rey, admirado, superficial; pero de todas maneras mi amistad con Caramel influyó que yo fuera amiga de Max. Caramel siempre estaba con él porque eran muy buenos amigos, mejores amigos desde muy pequeños.

Las chicas de mi salón de clases y de los otros salones, me empezaron a odiar. Yo era una chica común y corriente, como solían decir incluso delante mío, tan corriente como para andar junto a Max, el chico más apuesto del colegio; y a Caramel, otro chico apuesto, aunque él no lo creía. Todas me tenían marcada, estaban celosas porque andaba bien juntita al príncipe Max, como algunas locas descerebradas vestidas de rosa lo llamaban. No podía negar que su atractivo era increíble e imposible de pasar desapercibido, no podía negar que Max me gustó la primera vez que lo vi, pero ese gustar fue de: "Qué bonita cara tiene este tipo". De qué valía su agraciado aspecto si no sabía el significado de la palabra respeto.

Pero la persona que realmente me enamoró por su personalidad fue Caramel.

En cuarto año de secundaria perdí mi preciado orgullo cuando me declaré a Caramel. Lo que sentía por él me asustaba mucho porque nunca había tenído sentimientos tan fuertes por nadie. Incluso sentía que lo quería más que a mis padres, más que a mí, más que a todos. Esperé que terminara el primero año de secundaria, el segundo de secundaria y el tercero de secundaria con la esperanza de dejar a un lado ese sentimiento tan doloroso que me provocaba al verlo, pero nunca desapareció. Él me siguió gustando cuando inicié el cuarto año de secundaria.

Fui tan feliz cuando Caramel me aceptó. Él y yo íbamos a salir como enamorados. Era algo increíble para mí. Con toda esa alegría también comencé a sentir inseguridades que no pensé sufrir con respecto a mi cabello y ropa de deporte, ya que pensé que estos no eran suficientes para Caramel. Empecé a entender porque las chicas enamoradas se ponían rubores en sus rostros para verse bonitas. Todos esos esfuerzos de estar bonita eran por ese sentimiento tan fuerte que sentían por el chico que les gustaba. "Ni loca", pensé cuando me paré frente a un mostrador de faldas cortas en un centro comercial. Odiaba las faldas porque no me gustaba mostrar las piernas, pero Clara, la amiga que conocí en segundo de secundaria, me dijo que era hora de usarlos para que me viera más femenina junto a Caramel, mi enamorado, a quien quería mucho sobre todo lo demás. No tenía nada más importante que él, por eso dejé los pantalones jean para forzarme a usar faldas de pliegues y brillo de labios. Quería estar bonita y gustarle más. "Estas linda", Caramel me dijo cuándo aparecí por primera vez frente a él con una faldita color negro entero que tenía la basta sobre mis rodillas. Era muy corta. "No mientas, gracioso", le dije disimulando mis nervios cuando sentí la briza en mis piernas desnudas.

Todo era perfecto. Caramel era mi novio y tenía muy buenos amigos: Clara y Max. Ser la enamorada de Caramel me hacía sentir muy feliz a pesar de que nadie lo creía, porque yo no era de esas niñitas melosas que se pasaban de resbalosas en público con su novio para que todos se enterasen. Yo era muy feliz con tan solo caminar tomados de la mano, siempre a su lado, sabiendo que él y yo salíamos juntos.

Así como Caramel me había hecho sentir feliz, también me mató. Nunca pensé que él, mi intachable Caramel, me iba a hacer sangrar tan dolorosamente. Él me destruyó por dentro porque sentí que me acuchillaba y desgarraba todos mis órganos sin piedad hasta dejarme vacía por dentro, sin sangre a mi corazón.

Yo estaba enamorada, muy enamorada de Caramel, aunque no se me notaba por fuera. Consideraba que él era el único capaz de matarme con una sola palabra si quería. Mi única defensa era mi orgullo, el cual fue hecho añicos con el pasar de los días desde que lo conocí. Ese amor tan fuerte que sentí por Caramel logró que dejará caer mi escudo, pero fui feliz porque él me aceptó.

Caramel me mató.

"Voy a seguirlo", pensé, "Lo voy a asustar, me reiré un poco y al final nos reiremos los dos juntos".

Nos reiremos juntos, pensé, pero...sólo tú te reíste de mí con tu rostro de niño bueno, y sentí que te seguías riendo cada vez que me mirabas. Pero yo te amaba, por eso, esa cruel risa tuya fue disminuyéndo cada día, hasta desaparecer y dejarme frente a tu hermosa sonrisa, como eras: intachable y perfecto.

"Voy a seguirlo al baño de hombres"

Nunca me importó que me vieran dentro del baño de hombres. No era una niña tonta que se escandalizaba cuando veía a alguna chica entrar al baño de hombres. Eso nunca me importó. Sólo era un baño, una habitación, no un lugar tajantemente prohibido para las chicas. No me importaba si un compañero de cualquier clase aparecía y me descubría. Pero no, nadie llegó, solo fuimos los tres desde el principio...

Max y Caramel encerrados en un cubículo del baño, solo los dos, y yo en el pasillo.

Yo no era ninguna idiota, no lo era, pero lo amaba, por eso dejé que me hiciera sangrar en ese pasillo mientras los escuchaba susurrar. No, no era una idiota, pero era yo quien estaba quieta junto al cubículo donde los dos estaban encerrados, donde Caramel estaba riéndose de mí con su mejor amigo, de lo simple que era, poco femenina, fea, poco mujer.

Yo lo amaba, pero él me mataba cada día que pasaba, me desgarraba la piel, me desangraba sin piedad.

Te seguí sin hacer ruido cuando fuiste al baño de hombres durante la clase de filosofía. Mi plan era esperarte en un cubículo hasta que salieras del tuyo y luego sorprenderte para asustarte. Una mujer en el baño de hombres, ¿acaso eso no es gracioso? Nos reiríamos juntos. A penas desapareciste de mi vista, esperé un poco antes de entrar a los servicios higiénicos. El pasillo de los cubículos estaba desierto. Nadie estaba en aquel lugar, solo los dos. Caminé lentamente mirando por debajo de los cubículos para encontrarte, pero tus zapatos no fueron los únicos que vi.

Caramel y Max en un cubículo y yo no era ninguna estúpida.

Sentí que mis manos se volvieron de hielo y que mis rodillas se esforzaban por seguir sosteniéndome. Fue muy difícil aceptar que los dos estaban encerrados en un cubículo del baño, riéndose de todos nosotros y de mí. No era una confusión mía ni imaginaciones. Me derrumbé, pero apreté los puños de inmediato. No pude hacer otra cosa en ese instante que protegerme con mi orgullo. Yo era su enamorada, me había elegido a mí, yo era una mujer, yo podía darle una familia. Era imposible que Max fuera mejor porque él no podía darle nada.

Soy la única que le puede dar una familia, no Max. Caramel me eligió, por eso yo sería su familia, porque lo amaba.

Regresé a mi salón y me senté para seguir escuchando la clase de filosofía. Al poco rato regresó Caramel, y aunque sentí que se seguía riendo de mí, esas risas fueron disminuyendo con el pasar de los días, poco a poco, hasta volverse nuevamente intachable, perfecto, el que no lastima a las chicas, el que me amaba, el que me había elegido.

Fue el único que destruyó mi orgullo cuando me le declaré y cuando me callé lo del baño. No le dije nada porque lo amaba y porque para mí era perfecto. Mi orgullo me mantuvo fuerte, fue mi máxima defensa frente a Caramel a pesar de que él era el único en destruirlo cuando quería.

Ese día Caramel me derrumbó en el baño, me hizo una herida profunda en la piel, desgarró todos mis órganos, me dejó sangrar lenta y dolosamente cada día que pasaba. Traté de convencerme que me amaba, pero las heridas que me provocó no dejaron de sangrar. Tiñó de rojo mi vida, cada paso que daba cuando lo buscaba, mis deseos de ser amada por el único que destrozó mi orgullo, todo teñido de rojo. Él me dejó sangrar hasta dejarme morir.

AUN SIEMPRE SERAS TÚ |1RA PARTE|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora