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Salió a la calle; alcoholizada de alma y borracha de huesos. Estaba harta, harta de siempre destruirse, de que la destruyeran. Con cada desilusión, con cada golpe bastardo en su corazón. Bombardeaba para sobrevivir, a la muerte.

De sus auriculares sonaba alguna canción que le hacía enternecer el corazón y arrancarle la razón. Siguió su rumbo. Día otoñal; hojas caídas y, luego, pisadas por ella. Observaba su alrededor que era bonito y desolador como su alma, que cantaba melancólica. Chispazos de nostalgia, pura y dura.

El sentimiento que sentía era en un día habitual por aquellos tiempos. Un sentimiento de culpabilidad, de no saber qué hacer con su vida. De querer vivir, volar y flotar para siempre.

Sus pasos se dirigían a un destino no muy lejano, rectilíneo.

Y llegó.

Allí, los ojos, ya los tenía casi rojos. No desistió, intentó disimularlo mientras se miraba al espejo: "Respira, respira". Luego, la puerta entreabierta. Entró y allí, en su habitación, estaba él. Sin camisa y con un pantalón de chándal. Se besaron. Voló, sólo un poco. Aquello creyó.

¿Quién se daría cuenta de su desastre? Ella y sólo ella.

Necesitaba que alguien la salvara, la rescatara de aquel caos en el que se había metido pero ya no había manera.

Ya no.

ALCOHOLIZADA DE ALMA #Wattys2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora