V (primera parte)

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Alemania, 3 de octubre de 1944

Seguimos traqueteando por el camino hasta poco después del amanecer. No había una sola luz en todo el camino, y la única forma de ver hacia dónde íbamos era por los faros de la camioneta o de otros autos que pasaban por la misma ruta. El sube y baja a través de las montañas me hacía dormitar, pero todavía me retorcía los dedos cada vez que pasábamos cerca de un auto o un jeep, como si pudieran descubrirnos.

Llegamos a las afueras de Berchtesgaden cuando el sol ya bañaba cada centímetro de las montañas a nuestro alrededor. Nos detuvimos en la entrada de una pequeña granja en el medio de la nada. El césped del patio delantero estaba perfectamente cortado y tenía unas pocas flores rojas a los costados; a lo lejos se podía oír el canto de las gallinas.

Una mujer de mediana edad apareció en la puerta de la casa cuando Peter apagó el motor. Harold se desperezó y dio un profundo bostezo.

—Esta es su parada, chicos —dijo con voz ronca. Parecía que apenas podía mantener los ojos abiertos, aunque ninguno de los cuatro podía hacerlo—. Nosotros seguiremos de largo. Mañana por la tarde alguien pasará a buscarle, Adelina.

Asentí, sin fuerzas para articular una palabra.

Gavin nos saludó con la mano y se acurrucó más contra la pared de la camioneta. Vincent me ayudó a bajar y abrió la verja para mí. Me dolían las piernas luego de estar tanto tiempo sentada y hecha un bollito por el frío. El vehículo se fue y nosotros caminamos sin prisa hasta la mujer. Ella, con una sonrisa y sin decir nada, se hizo a un lado para dejarnos pasar.

La casa era pequeña, casi precaria, pero muy acogedora. Desde la entrada se podía ver la cocina y la puerta de entrada de a una habitación, a nuestra izquierda estaba el comedor y a la derecha había un sillón y una mesita, donde una niña de no más de diez años nos miraba con los ojos bien abiertos. Le sonreí lo mejor que pude.

La mujer nos habló. Tenía una voz profunda y un acento muy cerrado, por lo que no la pude entender a la primera y me tuvo que señalar la habitación y empujarme ligeramente para que caminara. Sin replicar, arrastré los pies hasta la habitación y me dejé caer sobre el colchón, ya con los ojos cerrados.

°°°°°

Desperté sin saber muy bien dónde estaba. Me senté de golpe, palpando las mantas con las que alguien se había molestado en cubrirme. Los últimos rayos del sol se deslizaban entre las montañas y entraban por la ventana abierta a mi derecha... Me refregué los ojos y me masajeé las sienes, sentía que la cabeza se me partía a la mitad. Al pie de la cama había ropa limpia y, sobre ella, una nota que decía a grandes rasgos "hay baño pasando la cocina".

No recordé la última vez que había tomado una ducha caliente: fue como tocar el paraíso con las palmas de las manos. Abusé un poco de la hospitalidad de aquella mujer (a la cual debía preguntarle el nombre) y me quedé unos minutos más debajo del agua caliente, sólo disfrutando el agua deslizándose sobre mi espalda. Me sentía otra persona al salir, incluso no me importó llevar el pelo mojado.

Vincent, sentado en el sillón, hablaba en voz baja con la mujer mientras la niña dibujaba algo en el piso. Detuvieron la conversación al verme y Vincent me sonrió. Tenía una taza de café en la mano. Parecía que también se había bañado: el cabello húmedo apuntaba a cualquier parte y llevaba una camisa blanca debajo de una campera de cuero abierta y pantalones grises, nada que lo identificara con cualquiera de los dos bandos.

—¿Cómo dormiste? —preguntó dulcemente en inglés.

Le devolví la sonrisa y crucé los brazos sobre el pecho.

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