Capítulo 1

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La ceremonia había sido una completa farsa y el banquete también. Aún así los invitados parecían pasárselo en grande, ¿quién los culpaba? Era una fiesta en la que había comida y alcohol, yo también estaría feliz si no fuera por el hecho de que con veintidós años mis padres habían decidido casarme, con un hombre que realmente yo detestaba. Su posesión en material y todo su dinero parecía habérsele subido a la cabeza, andaba completamente recto, con la cabeza en alto y mirando por encima del hombro a cualquiera con menos bienes que él. Lo detestaba, a su forma de ser y a él. Y lo peor es que estaba unida a él por medio de un jodido papel firmado.

Nos subimos a la limusina y el chófer arrancó. Es curioso cómo de pequeña soñaba con el día de mi boda y me imaginaba mi vestido, muy largo con un velo larguísimo también, me imaginaba a mi príncipe azul esperándome girado en el altar y sonriendo al verme, soñaba con mi luna de miel en las Bahamas. Era curioso cómo ahora todo era diferente, un vestido bastante simple al igual que el velo, no había príncipe azul, ni me esperaba girado sonriendo y mi luna de miel se basaba en una noche en el hotel más caro de la otra punta de la ciudad. Yo me dedicaba a mirar por la ventana tintada mientras Albert algo pasado de copas intentaba meter la mano bajo el vestido. La noche iba a ser un infierno.

Al llegar a nuestro destino bajó y ni siquiera me abrió la puerta, Óscar, el chófer, me ayudó a bajar y anduve hasta la puerta del hotel, él entró delante sin ayudarme, otra vez. Cogió las llaves en recepción y volvió sobre sus pasos hacia mí, me agarró del brazo y me condujo hasta el ascensor, una vez dentro pulsó el número de nuestra planta y esperamos, el seguía agarrándome y tiró de mí por el pasillo cuando las puertas se abrieron. Metió la tarjeta y entramos a la habitación. Cerró la puerta con el pie y me agarró por la cintura, logré soltarme y me metí al baño, sabía lo que venía a continuación y quería retrasarlo lo máximo.

Me lavé la cara con agua muy fría hasta quitarme todo el maquillaje, desenredé las horquillas de mi pelo y me deshice el moño dejando el velo tirado en un rincón, me senté sobre la esquina de la bañera haciendo tiempo, no quería salir, quería quedarme toda la noche durmiendo en la bañera hasta que llegara la una del medio día y nos echaran. Unos golpes sonaron en la puerta. Me quité lentamente los zapatos, solté un suspiro de alivio cuando me deshice de los tacones. Intenté alisar el vestido lentamente, pero eso no iba a hacer que la situación cambiase, respiré hondo varias veces, cogiendo aire por la nariz y soltándolo por la boca. Oí que la tele se encendía.

Cada vez sentía más repulsión hacia la idea de tener a ese hombre encima mía, me daban nauseas solo de pensarlo. Volví a empaparme la cara y miré al espejo, apoyando mis manos en la cerámica del mueble, miré mi reflejo preguntándome interiormente qué había hecho, en qué me había metido. Abrí el agua de la ducha y dejé que la bañera se llenase, asegurándome de poner bien el tapón. Cuando el agua ya estuvo lo suficientemente alta cerré el grifo y rebusqué entre los paquetes de sales aromáticas, vertí el de vainilla y frambuesa dentro y lo removí. Me quité el vestido tirándolo sobre el suelo. Introduje un pie en el agua y luego el otro para finalmente acabar cubierta hasta el cuello, era relajante y por un rato me olvidé de todo. Cuando me di cuenta de que casi me quedaba dormida salí y me envolví en la toalla blanca con el nombre del hotel, me sequé y luego me di cuenta de que no tenía ropa ahí. Me senté sobre la tapa del inodoro y calmé mi respiración, me ajusté la toalla, recogí todo y salí, esperándome lo peor.

Albert yacía dormido sobre la cama y agradecí al alcohol que se lo hubiese llevado al mundo de la inconsciencia. Me vestí rápidamente los jeans, la blusa y las deportivas que había llevado en un bolso como ropa de recambio, cogí la tarjeta y salí cerrando la puerta con cuidado.

Recé para que este hotel no tuviese un horario de entradas y salidas y casi suelto un grito de victoria cuando comprobé que, efectivamente, no lo tenía. El aire fresco me golpeó en la cara, era la una de la mañana y no sabía a donde ir. Crucé un par de calles hasta que me topé con un cartel que anunciaba "Calle 64", era famosa por sus bares así que seguí hacia abajo en esa dirección, entré en uno de ellos sin mirar siquiera el nombre, pero pude verlo luego al sentarme en un hueco libre en la barra. "Dreamless". El camarero se acercó a mí y pedí un ron con cola, cuando posó el vaso frente a mí ingerí la mitad de golpe y lo posé de nuevo sobre la madera oscura. Con la vista perdida y deseando emborracharme para no recordar nada de este día.

64th Street [c.h.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora