Te quiero, mamá

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Una vez cuando tenía diez años me caí encima de un montón de cactus, se me clavaron pinchos por todos lados.

Samantha me los quitaba uno a uno, lentamente, mientras sonreía y me contaba que el inútil de su hijo siempre se hacía daño subiendo a los arboles más altos. Recuerdo que yo lloraba, me hacía mucho daño, gritaba y le decía que los sacara todos a la vez, ella me dedicó su tierna sonrisa y me dijo que no podía, que tenía que sacarlos uno a uno. En eso momento pensaba que nunca experimentaría un dolor tan atroz como ese.

Pero cuando el nombre de Evan sale de los labios de Gabrielle, es como si todos los pinchos que Samantha me quitó ese día, se me volvieran a clavar en el corazón, mientras que alguien me los quita lentamente uno a uno.

—¿Evan ha muerto? —Pregunto sorprendentemente manteniendo mi voz firme, aunque por dentro estoy rota y no sé cuanto tiempo podré seguir manteniéndome en pie.

Gabrielle me mira con tristeza.

La aparto y me acerco donde está todo el mundo, doy codazos abriendome paso.

Cuando llego, veo a Evan sobre un colchón, está pálido, muy pálido y se encuentra sin camiseta y lleno de sangre.

Grace está a su lado con un trapo sobre lo que parece la herida, en el abdomen.

Seth y Alex están sentados uno a cada lado del colchón, los dos con la mirada perdida. Al lado de Evan hay una chica que le coge la mano y no había visto antes, es rubia y tiene el pelo recogido en un moño mal hecho, tiene mechones de pelo manchados de sangre. Como si se lo hubiera recogido con las manos manchadas de sangre. Lágrimas le ruedan por sus ojos y caen sobre la mano que le tiene cogida.

Vuelvo la vista hacia Evan y entonces lo veo, un movimiento, una respiración pequeña.

Sigue vivo.

Aparto a todo el mundo y echo a correr hacia fuera.

Oigo como Charlotte grita: —Huye cobarde, esto es lo que hace tu gente.— No le hago caso y sigo corriendo tan rápido como no lo había hecho nunca

Al principio pienso que está lloviendo hasta que me doy cuenta de que son mis lágrimas que bajan por mis mejillas y eso me sorpende, no soy de llorar.

Corro tanto como nunca había recordado hacer y en cuestión de minutos ya estoy corriendo por dentro de la fabrica y hasta que no paso por la reja no me doy cuenta que no he cerrado la plataforma metálica. Ahora es demasiado tarde para volver, tampoco me importa. Ahora mismo me da todo igual.

Salto el muro sin vigilar si hay soldados, cosa muy imprudente teniendo en cuenta la seguridad que hay últimamente.

Pero no me importa nada.

Hay un solo pensamiento en mi mente, solo uno: Evan va a morir si no hago algo.

Cuando entro a casa no hay nadie como ya suponía, busco por todos lados hasta que encuentro la llave de mi madre de su enfermería particular.

La abro, entro y enciendo la luz.

Cojo una bolsa de deporte y empiezo a meter de todo.

Un par de pinzas, vendas, muchas vendas, guantes de látex, un tubo que no se de que sirve, un paquete de agujas para heridas, tiritas, hilo, cuatro compresas de hielo, una mascarilla de aire, dos botes de alcohol y tres de agua oxigenada, una botella de yodo, un bote de espray antibacteriana, jeringas.

Abro un cajón y veo pequeños botecitos de un liquido, leo la etiqueta.

Anestesia.

Meto un par en la bolsa de deporte. Veo una nevera portátil la abro y hay un montón de bolsas.

OASISDonde viven las historias. Descúbrelo ahora