25 de diciembre

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Se habían entretenido un poquito más de la cuenta con «el acto del amor prenavideño» y parte del mismo se había convertido en «el acto del amor navideño». Cuando Clarke se acomodó sobre su mujer y besó su hombro desnudo de forma suave escuchando cómo Lexa recuperaba la normalidad de los latidos de su corazón ya eran más de las doce y cuarto. 

—Feliz Navidad, Lex —le dijo la rubia alzando un poco la cabeza para poder mirarla.

—Mmmm... —fue todo lo que pudo contestar la morena y Clarke rio suavemente colocándole de nuevo aquel gorro de Papa Noel que había caído cama abajo hacía mucho, mucho tiempo.

—Venga, tenemos que bajar los regalos del desván —le animó la rubia tratando de levantarse, Lexa se lo impidió abrazándole con fuerza y la convenció, sin necesidad de palabras, de que se quedaran allí un poquito más.

—Feliz Navidad, Clarke.

—Doce navidades juntas —indicó la rubia.

—¿Ya van doce? —fingió sorprenderse.

—Ya van doce —Su chica lo sabía de sobra, incluso podría decir el tiempo que llevaban juntas con años, meses, días y horas, pero le gustaba hacerla rabiar—. ¿Te acuerdas de cuando éramos solo tú y yo?

—Claro...sin lloros, sin peleas, sin nadie preguntándome que es eso del «acto del amor» ...

—Suena a queja —le informó y Lexa sonrió besando su pelo.

—Tómatelo como una observación. No cambiaría esto por nada del mundo —aseguró inspirando el olor del champú que utilizaba Clarke.

—Ya lo sé —admitió la rubia incorporándose un poco y le colocó bien el gorro —. Vamos, Mamá Noel, debemos bajar los regalos del desván —le animó escapando de sus brazos.

Se levantó de la cama y recuperó su pijama, que se encontraba desperdigado por las cercanías de la cama. Lexa hizo lo mismo y pocos minutos después la morena descorría el pestillo de la puerta de la habitación de ambas con mucho, mucho sigilo.

—Lex... ¿estarán dormidas? —susurró a sus espaldas.

—Claro, estaban agotadas. Les he cansado hoy: carreras, guerra de bolas de nieve, hemos hecho un muñeco...

—Buen trabajo, cariño —le felicitó la rubia besando su nuca.

Salieron de la habitación tratando de no hacer ni el más mínimo ruido. Si Emily se despertaba y escuchaba movimiento era más que probable que saliera a conocer a Papá Noel. Avanzaron por el pasillo y Lexa escuchó la risita de Clarke detrás. Todos los años pasaba lo mismo. Se volvió hacia ella.

—Clarke...silencio —lo ordenó, pero el gorro de Papa Noel que llevaba puesto no le otorgaba ni autoridad ni seriedad a sus palabras.

—Lo siento —se disculpó la rubia y Lexa tuvo que sonreír, porque Clarke siempre se reía cuando estaba emocionada o nerviosa, o nerviosa y emocionada a la vez, y a ella le encantaba.

La besó fugazmente y luego la tomó de la mano guiándola hasta las escaleras que llevaban al desván. Todo estaba oscuro y silencioso y Lexa accionó el interruptor que controlaba la bombilla que iluminaría su ascenso hasta la puerta.

—Va a ser difícil bajarlas sin hacer ruido, son regalos muy grandes —dijo Clarke.

—Querían bicicletas. ¿Crees que les gustaran las que hemos elegido?

—¿Quieres decir las que Papá Noel ha elegido? —inquirió la rubia.

Lexa sonrió alcanzando la puerta del desván. La parte más difícil de la misión era aquella. Los goznes chirriaban así que debía tener una dosis de cuidado extra. Clarke contuvo el aliento mientras su chica abría muy muy lentamente aquella puerta que emitió un leve chasquido y ligeras protestas a medida que Lexa la forzaba a cederles el paso. Una vez que estuvo abierta de par en par las dos chicas esperaron en silencio unos segundos, por si una de sus dos hijas se había percatado de lo que estaban haciendo. ¡Madre mía! ¿Quién iba a pensar que jugar a ser Papá Noel cada Navidad disparaba la adrenalina de ese modo?

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