Por algún motivo una de aquellas tardes no había nacido únicamente para serle relatada a Louí, ni para que se apoderase de ella y me la devolviese llena de sentido y limpia de culpa. Y me encontré con Beth que estaba apoyada contra una pared gris, cubriéndose el rostro con las manos. Pasaba mucha gente por allí a esa hora; tanta que su figura pequeña y temblona podría haberme pasado desapercibida, pero es que parece que las cosas no podían haber sucedido de otro modo.
Antes de descubrirla a ella me había encontrado con un hombre; renqueaba despacio, encorvado hacia delante, como protegiendo un envoltorio de papeles de periódico que llevaba entre las manos. Era un día espléndido, pero de su muñeca derecha colgaba un paraguas. Enfundado en un jersey de lana y un pantalón demasiado grande parecía mucho más viejo de lo que era. Tenía además las cejas blancas aunque su cabello brillaba negro, abundante y hermoso. Pero su gesto, sus ojos perdidos que parecían buscar algo inexistente, me asustaron cuando pasaron sobre mí sin verme y sin ver a todos los demás, a los hombres y mujeres que corrían de un lado para otro inmersos en sus propias búsquedas. Jean me esperaba ya, pero el patetismo de aquel rostro, la enfermedad incurable, me paralizaron.
Sin duda fue aquel hombre quien me preparó para socorrer a Beth. No había intentado siquiera hacer nada por él, a pesar de que podría haberle preguntado si efectivamente buscaba algo o estaba perdido. Me dio miedo y asco. Me esforcé en sentir un poco de compasión, pero no la encontré por ningún sitio. Al contrario, me invadió una alegría casi insana, el alivio por saber que entre el hombre y yo mediaba un abismo. Pero la mala conciencia y mi necesidad de compensar el sentimiento de culpa debían quedar satisfechas. Por eso apareció Beth contra la pared, llorando en silencio, temblorosa y delgada.. Y bella.
Porque era bella y porque me sentía sucia me acerqué a ella a pesar del sentimiento de injusticia. Beth lloraba cuando las lágrimas estaban prohibidas en mi mundo. Yo acababa de dejar a Louí porque Jean me había llamado. Acababa de salir del único lugar del mundo en el que me sentía un poco feliz y no lloraba, yo vivía encerrada en la jaula de oro mejor ideada de la historia y no lloraba, yo había perdido a mi familia, a mis amigos, mi vida toda y no lloraba. Pensé que sólo había un motivo por el que no lo hiciera, y que si las lágrimas de la mujer morena con la cara oculta no eran justas, tampoco lo era juzgarla si no tenía los mismos datos que yo. Por eso me acerqué a ella y le conté la historia de la señora de la muñeca con la que Louí me había salvado.
Caminé hasta colocarme frente a ella y le quité las manos del rostro. Era más que bella. Incluso anegada en lágrimas su belleza me sobresaltó. Estaba acostumbrada a mirarme en el espejo todas las mañanas y ver un rostro hermoso, pero el suyo era indescriptible: resplandeciente, claro, casi angelical, con aquellos rasgos tan delicados y perfectos: el pelo rubio y la boca fruncida en un rictus de tristeza tan conmovedor que me costó contener mis propias lágrimas. Y aquellos ojos grises como la pizarra e impermeables también, aunque entonces estuvieran húmedos.
No quise marcharme sin decirle lo que había ido a decirle y comencé a hablar. Me sorprendió ser capaz de hacerlo sin tartamudear, sin vacilar. Me sorprendió haber conservado intactas mis capacidades. Beth me escuchaba sin pestañear, como si me hubiera estado esperando, y asentía de vez en cuando. Poco a poco dejó de llorar, y cuando terminé me abrazó. La piel de su cara era suave y estaba caliente, como la de los niños cuando acaban de salir de la escuela. Me cogió de la mano y me llevó a un jardín cercano. Nos sentamos en un banco verde y me sonrió con toda la boca, hasta con los dientes, impecablemente blancos. Se convirtió en sonrisa y yo se la devolví porque era imposible hacer ninguna otra cosa.
- Nunca me habían dicho nada tan bonito. No volveré a llorar nunca. Te lo prometo.
- Me alegro. Es una historia que me contó alguien a quien quiero mucho. Una vez me salvó. Dijo que no podía verme sufrir. A mí me ha pasado lo mismo.
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Lugares equivocados
Mystery / ThrillerParís no existe. Casi nada de lo que aparecerá en estas páginas existe. A veces parece que sí, a veces las mujeres se vuelven egoístas y los hombres se vuelven tangibles. Pero no, en realidad nada existe. Excepto el olor a melocotón y un cadáver hu...