CAPITULO I: Escrúpulos.

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—No lo hagas por favor. Haré lo que me pidas —acto seguido, se limpió las lágrimas con ambas manos y luego las deslizó lentamente por sus hombros, dejando caer a su paso los breteles de su vestido hacia abajo y de forma insinuante.

El hombre se quedó inmóvil por unos segundos, pero de inmediato, el silencio que se había instalado fue interrumpido por una carcajada seca proveniente de debajo del abrigo. El sujeto levantó el cigarro y le dio la última fumada suavemente, retirándolo y con su dedo mayor lo lanzó al suelo, después alzó su mano izquierda y con la derecha se apuntó el anular. Ella se quedó perpleja, sin darse cuenta lo había puesto en evidencia, justo cuando posó sus manos sobre sus hombros; entonces llevo la mirada hacia sus palmas extendidas, palpando sus dedos, lenta y recelosamente, se sacó un vistoso anillo de brillantes, dándole a su vez, una mirada de molestia al tipo. Era obvio que no quería entregarlo, la joya era ostentosa, lucía muy valiosa. Pero él seguía intimidándola con la poco visible pero aguda mirada y aguardando a que se lo quitara. Finalmente lo hizo y se acercó para depositarlo sobre la mano que el sujeto mantenía extendida. Pero cuando se hallaba cerca de él, se lo aventó fuertemente hacia la cara y aprovechó la confusión creada por el ataque para escapar. El tipo emitió un quejido de dolor, pero volviéndose de inmediato la detuvo, colocando su pie frente a ella y así logró que tropezara y cayera al suelo, luego la tomó por el cabello y la obligó a ponerse en pie nuevamente. Al erguirse, un quejido gutural y algo ahogado salió de la garganta de la pelirroja, el golpe de bruces le había provocado una hemorragia mayor en la ya muy lastimada nariz, de la cual brotaba sangre a borbotones.

—¡Estúpida! —se le oyó vociferar con desprecio —¿Sabes lo que me va a costar remover esto? Voy a tener que quemarlos —murmuró el tipo, tocando una pequeña mancha de sangre que se divisaba en su pantalón.

Sin más, la arrojó con violencia contra la pared en donde culminaba el callejón y la cabeza de la colorada se azotó con violencia contra el muro, dejándola caer en cuclillas y más maltrecha de lo que ya se encontraba. De inmediato, el sujeto se palpó el bolsillo del abrigo, ella se tambaleó intentado ponerse de pie luego del golpe que acaba de recibir, pero no lo logró, despabilándose, volvió la vista en dirección a él y abrió los ojos con terror al tiempo que dejaba salir un alarido ahogado:

—¡Por favor déjame ir, no voy a decírselo a nadie! ¡Te lo ruego!

Pero él hizo caso omiso de las súplicas, tomó el arma del bolsillo derecho, le dijo adiós sarcásticamente con su mano izquierda y disparó dos veces a quemarropa. El olor a pólvora llenó el ambiente de inmediato mientras que la mujer se desplomaba sobre varias bolsas de basura que se encontraban acumuladas allí. Un grito desgarrador atravesó la oscuridad y una vez que el cuerpo tocó la superficie comenzó a convulsionar, sacudiéndose con fuertes espasmos y escupiendo sangre a su vez. El tipo la observó durante unos segundos y sin meditarlo demasiado disparó una vez más directo a la garganta, fue éste proyectil el que la remató, provocando que se quedara inmóvil al instante pero con una espeluznante mueca en el rostro, con la boca y los ojos muy abiertos. Él levantó la cabeza en dirección al cielo, con el fin de chequear si desde los alrededores alguien lo observaba, pero era tal cual lo suponía, a nadie le importaba, la muerte de una prostituta era moneda corriente por esos lugares.

El asesino se inclinó para ver el impacto de los proyectiles. La observaba con la misma magnitud con la que un cazador admira a su presa y sin tocarla, notó que los dos primeros disparos impactaron en el pecho y el tercero atravesó la carótida. Suspiró, luego volvió a erguirse, se giró y divisó un objeto brillante a solo unos pasos de distancia, caminó lentamente en esa dirección y lo recogió del suelo, se trataba del anillo. Entonces lo contempló embelesado, lo frotó con su mano y se lo guardó en el bolsillo. Volvió una vez más hacia el cuerpo, ahora sin vida, de la pelirroja para observarlo detenidamente por algunos segundos más. Miraba de forma fría y carente de remordimiento, cómo aún goteaba sangre de su boca y nariz. Tranquilamente, sacó un nuevo cigarro de uno de sus bolsillos, lo encendió, le dio la primera bocanada y arrojó el humo sobre la tiesa cara del cadáver. Solo entonces, se alejó.

Leyenda, arma alada: El pactoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora