CAPÍTULO 10: El Hilo de la Vida

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Corrí hasta el centro de la ciudad, sintiendo un nudo en la garganta que no me dejaba respirar

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Corrí hasta el centro de la ciudad, sintiendo un nudo en la garganta que no me dejaba respirar. Sentí el rostro mojado y al llevar la mano a mi mejilla, noté que estaba llorando.

Intenté tragar mis emociones, pero la sensación sólo se intensificaba con cada recuerdo.

Morfeo diciéndome que siempre seríamos amigos.

Morfeo hablándome como si fuese un desconocido.

Morfeo dándome mi primer beso y prometiéndome una vida juntos.

Morfeo habiendo elegido el camino de las pesadillas.

Una tormenta se estaba desatando en mi interior, y no tenía tiempo para ésto. Una de mis mejores amigas estaba herida, quizás de gravedad, por lo que toda mi energía debía estar enfocada en ella.

Junté todos mis miedos, mi desesperación y mi corazón roto, convirtiéndolos en una pequeña bola que guardé en el rincón más oscuro de mi interior, construyendo un muro reforzado de acero para contener todo lo que había allí dentro.

Tomé aliento y comencé a subir con fuerza las escaleras, dirigiéndome a la sala médica.

Podía sentirlo. Dioses, parecía paranoica pero en verdad sentía sus ojos en mí, observándome.

Sabía que él seguía allí afuera, sabía que no se iría. Y también sabía que ésta no sería la última vez que lo vería, él no se daría por vencido.

Con la mente en otro sitio, no me di cuenta que había llegado al piso indicado e ingresado a la sala médica hasta que sentí unos brazos envolviéndome.

Ariadna me abrazó tan fuerte que apenas podía respirar, aferrándose a mí como si su vida dependiera de ello.

En tan sólo un segundo, su perfume de jazmines invadió mis sentidos. Su cuerpo se sacudía en profundos sollozos y pensé lo peor.

Levanté la vista y mis ojos se encontraron con los de mi hermano.

—¿Qué pasó?

Pólux sacudió la cabeza.

—Aún no nos dicen nada. Pero es grave, Lena.

Apreté fuerte a Ariadna, tratando de transmitirle un poco de consuelo. Tratando de transmitírmelo a mí misma.

—Tranquila. Todo saldrá bien, ya verás.

De repente, Ariadna me soltó y se alejó de mí, golpeando mi brazo. Con fuerza.

—¡Au! ¿Por qué hiciste eso?

—¿Cómo se te ocurre quedarte atrás? ¡Pensé que estabas muerta!

—No, Ari. Estoy bien. Te dije que él no me haría daño.

—¿Acaso te haces una idea de lo que pasó por mi cabeza todo este tiempo? ¡Te quedaste sola en un bosque mágico con un dioscuro!

La Prisión de los SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora