Salí de la regadera sólo porque el tiempo seguía corriendo en mi contra. Me vestí rápido y arreglé unos últimos detalles antes de emprender el camino a la casa de Ana.

Durante el trayecto estuve tenso, aunque intenté relajarme subiendo el nivel de la música y cantando con fuerza mientras meneaba la cabeza de un lado a otro al ritmo de la melodía. Los vidrios estaban cerrados, pero la expresión de los conductores de mi lado me indicaron que el ruido iba más allá de la cabina de mi auto. Sólo me encogí de hombros ante su mirada, y continué entonando la letra a la espera de que la luz del semáforo cambiara a verde.

El resto del sendero fue rápido, aunque no tanto como me hubiera gustado. Sólo quería llegar con Ana, y asegurarme de que todo estaría bien.

Aparqué afuera de su casa y le envié un mensaje para avisarle que estaba ahí. Pasaron apenas unos segundos antes de que abriera la puerta y saliera, dirigiéndose hacia el coche con pasos pesarosos.

A diferencia de otras ocasiones, Ana se veía cansada, con oscuras bolsas debajo de sus ojos y la piel de su rostro más pálida de lo habitual, era una muestra clara de la terrible noche que había pasado en vela. Sin embargo, como rasgo contrario ante toda adversidad, una pequeña sonrisa adornaba su rostro.

Sentí un vuelco en el estómago cuando noté ese significativo gesto, recordándome el porqué Ana representaba la parsimonia de mi vida, una fase de la cual me distancié, pero la que necesitaba tras varios meses de descontrol y arraigada soledad.

Me bajé del auto y caminé hacia ella, desesperado por su tenerla cerca. Su sonrisa se intensificó cuando se percató de mis intenciones y caminó los últimos pasos con mayor velocidad.

Nos encontramos casi a la mitad de su jardín delantero y no pude evitar a rodearla con mis brazos, acercándola a mí tanto como me fue posible. Se dejó guiar por mis cuidadosos movimientos, descansando su rostro sobre mi pecho y respirando profundamente. Acaricié su cabello con los dedos y puse mi barbilla sobre su cabeza, embriagando a mi sentido del olfato con su característico aroma a vainilla, lo que consiguió acelerar mis latidos dentro del antítesis de la tranquilidad que me abrumó.

Esa caricia.

Ese simple momento.

Esa persona.

Aunque transcurriera el tiempo y adquiriera nuevas vivencias y conocimientos, seguiría siendo incapaz de describir las sensaciones que experimenté dentro de aquella escena. Todo mi cuerpo sufrió un estremecimiento, uno agradable, donde por un instante me sentí etéreo, alejado de la tormentosa realidad en la que nos hallábamos, tan distante que hubiera podido jurar que desaparecimos y nos transportamos a otro sitio, donde sólo existíamos nosotros dos. Y me gustaba, podría incluso decir que era la mejor de todas las sensaciones.

No sé cuánto tiempo transcurrió antes de que se nos apartáramos, quizá un minuto o tal vez una hora, pero a ninguno de los dos pareció importarle habernos perdido en esa caricia.

El rostro de Ana estaba sonrojado y su mirada había recobrado un ápice de tranquilidad. Supuse que mi apariencia era similar a la suya, pues se me quedó mirando y se rió por lo bajo de forma cariñosa.

—Hola —dijo en voz bajita.

—Hola —respondí en el mismo tenor—. ¿Cómo estás?

Negó. —Vámonos de aquí antes de que mi padre salga a interrogarte.

—Oh... Entonces ¡corre! —dije con un falso tono alarmado.

Mi siguiente acción fue involuntaria, no me detuve a pensarla ni un segundo, lo hice como un reflejo de la alegría que me causaba estar con Ana: la tomé de la mano y caminé con ella a mi lado hasta el auto fingiendo que estaba huyendo de su progenitor, entonces le abrí la puerta y la ayudé a subirse como un gesto tradicional de la caballerosidad, a lo que se mostró complacida.

Para la chica que siempre me amóWhere stories live. Discover now