6 - Tunesia

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Marduk entra, y, como todos los días, desde que la niña despertó, se sienta en el borde de la cama. Lleva una bandeja con comida, la pone cerca de la niña que permanece sentada en la almohada, en silencio, sin moverse. Marduk también se lleva comida para él. Ya han perdido la cuenta de los días que lleva haciendo esto. La niña casi no come, nunca ha hablado, muchos ya la han dado por perdida. Marduk no.

—Esto está riquísimo. —Da un bocado a una especie de pastel—. Una vez lo pruebes, no vas a poder parar. —La niña, como todos los días, solo lo observa, callada, asustada. Marduk saca un cuento y comienza a leerlo.

Día a día, la niña se atrevía a mirar un poquito más a Marduk, le prestaba algo más de atención, se iba sintiendo más tranquila. Hoy se mueve, y se pone en su regazo a escuchar el cuento. Es algo inaudito. A Marduk eso le alegra enormemente, pero no se deja llevar, y le sigue contando el cuento con cuidado, con mimo, con dulzura. La niña está tranquila. Por primera vez, parece una niña de verdad. El cuento acaba.

—¿Recuerdas mi nombre? Es Marduk —Sonríe a la niña—. ¿Cuál es el tuyo? —Ella se atreve a hablar.

—Lena. —La pronunciación de esas palabras es claramente en demonio, no debe de ser su nombre real, pero así la llamarán. La niña comienza a llorar, como si un interruptor se hubiese activado, como si lo que la había mantenido reprimida tantos y tantos días, ya no estuviera. Marduk la abraza, con cariño, con fuerza. Un abrazo que devuelve a la niña al mundo, un abrazo que nunca olvidará.

Como hace veintiún años, Lena camina sola, perdida. El espacio es completamente negro, sin bordes, sin suelo y sin horizonte.

Si mira hacia un lado, en la distancia, puede percibir el claro donde acaba de estar, donde acaba de estallar. Si mira al otro, también lejos, ve una luz blanca, se distingue un palacio blanco, grande. La sensación que le transmite la luz y el palacio es de paz, de descanso y de tranquilidad, es la sensación de regresar a casa, a su verdadera casa. Así que, atraída por la luz se dirige allí.

Cuando va caminando hacia el palacio, en la distancia, distingue un banco con alguien sentado. La figura se levanta para recibirla. De forma parecida al ejecutor visto en el túnel, sus ojos son rojo esmeralda, brillantes. Tiene marcas negras de infectado. Es imponente. Lena corre hacia él, y cuando llega lo abraza con todas las fuerzas que tiene, mientras llora. Él no dice nada, solo le devuelve el abrazo, y espera pacientemente a que se tranquilice. Cuando se separan, se sientan en el banco. Con un dedo, le limpia las lágrimas de la mejilla.

—Pequeña... —Habla en demonio, su pronunciación se parece a Lena. Hacía tiempo que ella no escuchaba así la pronunciación de su nombre y eso la emociona. Lena lo mira, con una mezcla entre pena y alegría.

—Te he echado tanto de menos. —Lena cierra los ojos, el agotamiento psicológico que sufre es algo que no se puede explicar—. No puedo más...

—Lo sé, pequeña. —Su voz grave la tranquiliza, le da paz. La presencia de Odhin siempre lo hizo, siempre la hacía sentir segura, completa, hasta que ya no estuvo más—. Pero tienes que elegir. —El ejecutor mira a la luz, al palacio, y luego al otro lado, donde se puede percibir el claro donde acaba de estar, donde están sus amigos.

Lena le da un último abrazo, un abrazo de despedida, y se levanta. Comienza a caminar hacia la luz, hacia el palacio blanco, hacia su casa. Puede ver a Marduk, a sus padres, a todos los sacrificios en su camino esperándola en la entrada, esperando para despedirse, para que todo acabe, para que puedan descansar. Lo está deseando. Al poco de avanzar oye la voz de Odhin, que sigue sentado en el banco.

—¿Estás segura pequeña? —Su tono de voz indica que no la cuestionará, decida lo que decida.

—Sí, quiero descansar, quiero poder despedirme y no llorar más. —Lena se encoge un poco, habla como alguien que ha perdido todas las fuerzas, destrozado, resignado — No puedo más.

Hijos de la luzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora