El niño perdido.
Tomasito salió de su casa cogido de la mano de Carmen. Sus padres habían ido a ver a unos amigos, luego irían a ver una película con ellos, y más tarde cenarían juntos, por lo que no vendrían hasta muy tarde. Por eso habían pedido a Carmen que lo cuidara hasta que ellos volvieran.
Tomasito no entendía porqué a Carmen la llamaban sus padres La canguro, pues era muy guapa y no iba por ahí dando saltos, y su voz era muy bonita. Era una mujer muy dulce que venía a cuidarlo cuando hacía falta, varias veces al mes. Se llevaba bien con él, pues jugaban juntos muchas veces, hablaba mucho con él, y le había acostumbrado a hablar de cosas de niños, en lugar de estar viendo la tele. A ella no le gustaba la televisión. Decía que no te dejaba pensar. Y muchos días que venía se iban a pasear por sitios de la ciudad que Tomasito no conocía. Ella se lo llevaba en autobús al centro, y cuando se cansaban, volvían otra vez en autobús, le daba la cena, y lo acostaba. Le leía cuentos de un libro, y cuando Tomasito se quedaba durmiendo, ella se iba a la salita. Sabía que ella seguía leyendo otros libros, porque si se despertaba de pronto, él se iba a la salita, y allí la veía leyendo otros libros, de esos de mayores que le leería algún día, cuando él fuera grande y listo como ella.
Aquel día habían salido un poco antes, porque Carmen le había prometido llevarle a él también al cine, a ver una película muy bonita, Pinocho, que era sobre lo que le pasaba a un niño por decir mentiras. Cuando bajaban del autobús, Carmen salía primero, y luego ayudaba a salir a Tomasito. Pero aquel día Carmen tropezó y se cayó de frente al suelo cuando salía del autobús. Su cabeza chocó contra la acera, y Carmen no pudo levantarse. Tomasito dio un salto, y cayó al lado de ella sin hacerse daño. Le dijo Venga, Carmen, levántate y vámonos. Pero Carmen no se levantó. El conductor del autobús se bajó muy preocupado, y le tocó en un hombro, diciéndole que se levantara. Pero Carmen no se levantó. No dijo nada. El conductor, muy preocupado, llamó por radio a una ambulancia.
Tres minutos después estaban allí los camilleros. El conductor le preguntó a Tomasito que quién era la mujer, y él le dijo que era Carmen. Pero había muchas cármenes en la ciudad, y no sabían qué hacer con el niño, porque el conductor del autobús se tenía que ir, y los camilleros también, en la ambulancia. Como la policía no venía, decidieron llevarse al niño también al hospital. Allí lo llevaron con una mujer muy guapa que le dio una piruleta y le dijo que se esperara con ella hasta el médico les dijera algo de Carmen. Se llamaba Eugenia y le preguntó que cómo se llamaba él, cómo se llamaba su padre y su madre, y que dónde vivía. Tomasito les dijo que su madre se llamaba Rosa, y su padre Pedro. Y que vivía en su casa. Pero cuando le preguntó por su dirección, Tomasito se encogió de hombros: un niño de tres años sale sólo con un mayor, que es el que sabe esas cosas. Carmen tenía un bolso con su carnet de identidad, y dinero, pero cuando los camilleros llegaron, el bolso no apareció. Se ve que se perdió o que alguien se lo llevó.
Carmen estuvo tres días sin levantarse de la cama. No pudo ni siquiera decirle Hola, porque no se despertaba. El primer día vinieron unos policías y le hicieron unas preguntas. Eran muy simpáticos. Le hicieron una foto, y le pidieron a Eugenia, que vivía con su marido y con su hermana, que se lo llevara a su casa y lo trajera al hospital todos los días hasta que ellos supieran quiénes eran sus padres. Le hicieron una foto a Tomasito, y dijeron que volverían.
El hospital era un sitio muy grande, y allí había mucha gente, pero muy pocos niños. El primer día, cuando ya estaba aburrido, lo llevaron a un sitio del hospital donde había muchos niños. Pero no eran niños normales. Todos estaban enfermos, o tenían algo roto. Pero hizo muchos amigos. Y se hizo también amigo de los médicos. Tomasito lo preguntaba todo, y los médicos eran muy pacientes con él y le contestaban a todas sus preguntas. Tomasito vio que los médicos ayudaban a las personas, y decidió que cuando él fuera mayor y le dejaran hacer lo que él quisiera, sería médico, para ayudar a todos esos niños. O camillero, para traer enseguida a la gente que, como Carmen, se caía por la calle.
Estuvo viviendo con Eugenia diez días. Era una mujer muy cariñosa, y su marido, Eduardo, era más simpático todavía que los policías. El segundo domingo que estuvo en casa de Eduardo y Eugenia, vinieron los policías, y le dijeron que le iban a llevar a dar una vuelta en coche. Pero enseguida vio el parque donde él jugaba muchos días, cuando su mamá le llevaba. Y al poco rato llegaron a su casa.
¿Cómo sabían ustedes que era mi casa?, les preguntó. Ellos sonreían, y uno de ellos dejó escapar un suspiro. Cuando la puerta se abrió, vio a su mamá. Tenía ojeras, pero se echó a reír cuando lo vio, y lo cogió en brazos y se puso a darle muchos besos. ¡Mi niño, mi niño!, decía mientras bailaba con él cogido en el aire.
Los policías se fueron, y Tomasito se quedó en su casa con sus papás. Ya no venía Carmen, y siempre estaban su mamá o su papá, o los dos, con él. Un día lo llevaron al hospital, cuando él ya tenía siete años. Allí estaba Carmen, más blanca y más delgada. Estaba muy enferma, pero le sonrió y le dio un besito cuando lo vio. Y le pidió perdón. Tomasito no sabía porqué le pedía perdón, porque era ella la que había estado malita, no él.

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Escucha mi contar
RandomEn esta publicación iré poniendo los cuentos que publicaré próximamente bajo el título "Escucha mi contar", que será mi segundo tomo de cuentos. El primero es "Cuéntotelo" y figura en Amazon desde hace varios meses, en la dirección http://viewbook.a...