Balada de Cristal

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Los pies danzaron gráciles sobre la plataforma de cristal. Kirinova era espectacular, fluía con el viento. Miles de personas habrían pagado por verla bailar, pero esa noche, en ese momento, se encontraba ella sola a la luz de la Luna. Nadie había reparado en su presencia, nadie se había dignado a mirar al tejado de uno de los edificios más altos de la ciudad: La Torre de Cristal.

Kirinova sabía cómo burlar la seguridad sin ser advertida. Y aquella noche, como tantas otras, había dejado que su cuerpo bailara con las pulsaciones de una ciudad que hervía de vida a pesar de ser de noche. La Torre era un lugar perfecto: el "skyline" de la ciudad se apreciaba sin problemas, los sonidos quedaban amortiguados por la altura descomunal del edificio, aunque alguna sirena se atrevía a añadir cierta melodía a la balada silenciosa pero, sobretodo, nadie la molestaba. Allí arriba era ella misma, podía dejar de fingir, de poner la cara que todos los medios buscaban. Había saltado a la fama hacía relativamente poco, tal vez dos años atrás, pero ahora era un fenómeno de masas. Se comercializaban perfumes, champús, hamburguesas, ¡incluso fincas! en su nombre. Ya no era una persona, era un símbolo, una marca.

Ella estaba segura que la fama traía consigo la felicidad... Cuán equivocada estaba. Cómo deseaba poder volver al anonimato, poder ir con sus antiguos amigos a una hamburguesería y reír juntos, poder pasear sin ser atropellada por fotógrafos y paparazzis sin escrúpulos, poder reír y hablar sin tapujos... Le sobraba el dinero. Para su gusto tenía demasiado. ¿No había mucha gente en el mundo en condiciones precarias? Cómo le gustaría ayudar, pero no podía... Todo el dinero iba a parar a una cuenta gestionada por sus padres. Kirinova, a pesar de ser inmensamente rica y famosa, no tenía más de 15 años, aún era una cría.

Dejó que los pensamientos siguieran flotando, meciéndose tranquilamente con el viento mientras su cuerpo describía figuras exóticas y bellas, sumamente bellas. Tras un largo rato de relajación, se sentó en el borde de la plataforma de cristal, con los pies colgando.

La noche no era eterna, tarde o temprano, si seguía allí arriba, acabaría viendo el amanecer. Y no sólo eso, si se demoraba mucho más y descubrían que su habitación estaba vacía, un aluvión de llamadas saturarian su teléfono móvil.

Miró hacia abajo, hacia los diminutos y esporádicos vehículos que circulaban a esa hora. Si desenfocaba la vista su visión se tornaba un lienzo plagado de círculos de colores. Suspiró. Estaba muy cansada. Le gustaría poder dormir y, al despertarse, no tener ninguna preocupación más. Una voz, suave como la brisa le susurraba al oído "Salta". No era la primera vez que la oía, no estaba asustada. No era su voz interior, o al menos es lo que ella pensaba. Al igual que otras veces, desechó la idea, no tan rápidamente como le habría gustado. Probablemente alguna influencia sí que estaba ejerciendo sobre ella. ¿Debería pedir ayuda a sus padres o a un psicólogo? No eran horas para tomar decisiones como esa.

Se levantó con cuidado y extendió los brazos en cruz, con los ojos cerrados, como siempre hacía. Sintió el suave viento cálido de esa noche de verano contra sus mejillas. La tranquilizaba, casi podía sentir su alma en armonía.

De repente, perdió el equilibrio y abrió los ojos como platos. ¿Alguien la había empujado? No estaba segura. De lo que sí tenía certeza era de que estaba precipitándose al vacío con gran presteza.

Si era así como debía acabar todo... que así fuera. No gritó, no se asustó. Fue en ese momento que se dio cuenta que no era feliz, ni lo había sido desde que empezó toda esa locura. Volvió a cerrar los ojos y apretó los puños. ¿Le dolería? Muy probablemente. Esperaba que fuera rápido.

El viento cesó. Abrió los ojos muy, pero que muy lentamente. Volvía a estar en la plataforma de cristal. Una figura esbelta, vestida de chaqué, la sujetaba como en la escena del Titanic. "¿Pero qué?" sólo pudo pensar.

Terror a media nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora