Capítulo 4

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—María.

¿Que yo era... suya? ¿Suya?

Cuando mi lento cerebro por fin pudo procesar aquellas palabras, grité enfadada.

-¡Yo no soy de nadie!

Por supuesto, ya era demasiado tarde y nadie me oyó.

No podía creer lo que estaba pasando. Me tendrían aquí, encerrada como si fuera una maldita mascota.

Agradece que no te vayan a prostituir.

¡Ni hablar! No podía quedarme aquí.

¿Qué pasaba con la universidad? ¿Mis amigas? ¿Y mi padre?

No había derecho, pensé, sintiendo como nuevas lágrimas se deslizaban con lentitud por mis ojos. No tenían ningún derecho a arrebatarme mi vida de esta manera.

Grité, rabiosa.

Mi madre siempre había encontrado mi forma de descargar la ira con gritos increíblemente insoportables.

No me importó, y volví a gritar.

Yo no era suya. No era de nadie.

No supe cuanto tiempo estuve allí, gritando, llorando y golpeando las almohadas, pero pareció una eternidad.

Tuve que callarme de golpe cuando la puerta se abrió con brusquedad.

-Si sigue gritando de esa forma, no pienso atenderla. -Un hombre de unos cuarenta y tantos años, de cabello negro como el carbón, me observaba desde el marco de la puerta-.

-¿Usted es el doctor?

-Lo soy.

Una nueva esperanza floreció en mi interior, y corrí hacia el como una demente.

-Señor, debe sacarme de aquí, me están reteniendo en contra de mi voluntad, por favor. -El hombre sacudió la cabeza mientras entraba en la habitación y cerraba la puerta detrás de sí-.

-Señorita, no me interesan los motivos por los cuales está aquí. Yo sólo vengo a examinarla, nada más.

Me paré en seco.

¿Este hombre trabaja para estos delincuentes? Pues no parecía un delincuente.

San Román tampoco lo parecía.

Cierto, ese hombre parecía sacado de una pasarela. A excepción de su mirada. Sí que tenía la mirada de un delincuente. Fría, despiadada y peligrosa.

Caí en la cuenta de que no conocía el nombre de pila de San Román, pero después de todo, ¿Para qué necesitaba saber su nombre? Huiría de aquí en cuanto tuviera oportunidad.

Y esta parecía ser una.

-¿En dónde esta lastimada? -Volví la vista hacia el médico y obedecí cuando me indicó que le sentara sobre la cama-.

-En el estómago. Y las piernas, creo.

-Levántese la remera. -Con ciertas reservas, me levanté la playera hasta debajo del busto, revelando unos hematomas inmensos a la altura de mis costillas. El doctor torció el gesto y palpó mis costillas- Nada roto. -Susurró. Luego se arrodilló frente a mí, examinando mis piernas-.

Aprovechando que su cabeza estaba inclinada, tome la lámpara que descansaba sobre el buró, y se la estampé en la cabeza.

Miré horrorizada como su cuerpo caía como un peso muerto sobre mis piernas.

Con una mueca, me lo quité de encima y me puse de pie.

¿Lo habré matado? De todas formas, no había sido amable conmigo. Y trabajaba para unos secuestradores.

Mientras me convencía a mi misma de que se lo merecía, llegué a la puerta de la habitación y la abrí lentamente.

Miré a ambos lados del corredor.

No hay moros en la costa. Vamos, vamos, vamos.

Mi maldita conciencia insistía en ver esto como un maldito juego de espionaje, pero mi pulso acelerado y el miedo que sentía me indicaban que era todo lo contrario.

¿Qué harían si me encontraban intentando escaparme? ¿Me pegarían? ¿O me asesinarían directamente?

Con estos positivos pensamientos, vagué por los pasillos e interminables escaleras de la casa, deslizándome en la dirección contraria cada vez que sentía alguna voz o movimiento cerca.

Luego de unos veinte minutos, logré llegar a lo que parecía cocina, pero tenía el tamaño de mi departamento.

¿Quién necesitaría tanto espacio para preparar unas galletas?

Ignoré el exagerado tamaño de la habitación, y caminé decidida hacia lo que a todas luces parecía ser una puerta de salida.

Elevé un agradecimiento al cielo cuando el pomo giró sin problemas, y la puerta se abrió frente a mis ojos.

Estaba a sólo unos cuantos pasos más de ser libre de nuevo.

Nunca más volvería a ver al secuestrador ese de San Román.

Ignorando la inexplicable punzada en el pecho que me causó ese pensamiento, caminé con sigilo alrededor de la casa, pegada a la pared y con las rodillas flexionadas.

Supuse que sería tarde, pero no podía estar segura. Nunca había sido muy buena en eso de calcular la hora del día de acuerdo a la posición del sol, y me maldije por no haberle prestado atención a mi padre mientras me lo explicaba.

Despejando mi mente de esos pensamientos, clavé mi vista en unos enormes arbustos que se alzaban frente a mí, apoyados sobre un increíblemente largo cerco de alambre.

Recé para que mis dos pies izquierdos no tropezaran en medio de mi carrera. Si llegaba ahí sin que nadie me viera, podría cavar un hueco en la tierra y salir de allí.

Me pregunté si eso era posible, o si yo había visto demasiados dibujos animados, pero por el momento, esa era mi única vía de escape, así que rezando en voz baja, eché a correr.

Dios quiera que no estén electrificados.

Ese pensamiento me hizo vacilar y frenar mi ritmo, pero luego volví a correr con desesperación hacia la cerca.

Prefería morir electrocutada a quedarme allí.

Sí, claro.

Mi mente quedó en blanco cuando un fuerte ladrido sonó a mis espaldas, e intenté correr a más velocidad, pero no fui lo suficientemente rápida.

Perdón, perdón, perdón. ¡Lo siento por demorarme tanto! Tenía muchísimos deberes en la escuela, pero ya los terminé y vuelvo con toooodo. ¿Qué creen que pasará con María? ¿La matarán? Ah no 😂 Denme una estrellita 🌟 si les gusto. Y a las nuevas ¡Síganme! ¿Qué esperan? Las quiero chiquitas, vuelvo pronto. 😘

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⏰ Last updated: Dec 12, 2018 ⏰

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Suya {Adaptación}Where stories live. Discover now