Mesa ocupada

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El frío apretaba. Fernando entró rápido, pero se quedó paralizado un instante al ver que su mesa, la de siempre, estaba ocupada.

«¿Y este?» meneó la cabeza para alejar ese pensamiento. No era la primera vez que pasaba, pero la contrariedad y la sorpresa era difíciles de superar.

No podía definir lo que sentía cuando la veía ocupada con gente que no era de su grupo. Intrusismo, Violación de la intimidad. Era su mesa y no se acostumbraba a verla con otros.

Se sentó a una distancia prudencial para estudiar al invasor.

Canoso, algo mayor, por encima de los sesenta. «Mayor que yo, ¡por supuesto!» Sentenció.

Lo evaluó en silencio.

No tocaba la taza. Solo la miraba. «Ya debe haber terminado, le debe faltar poco para irse»

Descubrió al de la barra interpelándolo con la mirada. Le hizo señas de que esperaría al resto de los muchachos antes de pedir algo.

Se concentró de nuevo en el intruso. Lo vio pedir la cuenta. Una sensación de alivio le recorrió el cuerpo.

Vio como sacaba un billete del bolsillo y lo ponía sobre el ticket. Luego apoyó suavemente el vaso de agua sobre los dos para evitar que se volaran.

Era metódico en sus movimientos. Todavía sentado paseó la mirada por toda la mesa, revisándola como para asegurarse de que todo estuviera en su lugar.

Un vaso ya sin agua sobre un billete y un ticket, una taza de café sobre su plato, la cucharita descansando a un lado. El recipiente de sobres de azúcar y edulcorante. Y un servilletero.

«¿Todo en orden? ¿Te vas de una vez? ¿Qué estás esperando?» Fernando sintió como lo invadía la ansiedad.

En el momento en que el desconocido comienza a levantarse cruzaron sus miradas. Fue una fracción de segundo. Fue una eternidad. Volvió a sentarse.

Fernando maldijo entre dientes.

El extraño separó despacio un par de servilletas y sacó un lápiz del bolsillo.

Le echó una última mirada a Fernando y comenzó a escribir. Apenas 5 minutos que se hicieron eternos.

Dejo el par de servilletas escritas debajo del recipiente de sobres de azúcar. Y se fue.

Fernando se levantó rápido y cambió de mesa.

Suspiró. Una sensación de paz lo envolvió cuando estuvo sentando en su sitio. Con la ventana a su derecha y la pared con espejos al frente.

Solo tenía que erguirse un poco y veía perfectamente su cabeza reflejada. Era estratégico porque le permitía acomodarse el flequillo regularmente. Un toc, seguramente.

Sacó las servilletas con suavidad. Le impactó la letra redondeada, con florituras. Una caligrafía manuscrita realmente bonita, perfectamente legible.

Apenas las miró, Las absorbió de forma instantánea, fotográficamente, casi sin leer. Si se lo piden, aun hoy puede repetir las líneas de un tirón.

Me gustaría poder decirte

          que algún día no se extraña.

Me gustaría poder decirte

          que algún día duele menos.

Solo puedo decirte

          que el dolor aumenta porque se expande

          que la opresión en el pecho muda a una herida incruenta

Pero se aprende a vivir con el dolor y la añoranza.

Aunque en cada paso que des notarás su ausencia

          en cada momento feliz de los que se avecinan

                    (y no podrás compartir)

          en cada momento difícil de los que te esperan

                    (y no esté su presencia para expresar el consejo)

Pero un día... (un día feliz, por cierto).

          verás de reojo su imagen en el espejo

                    o descubrirás un guiño desde una foto

                    o escucharás su voz en un susurro que trae el viento

                    o habrás charlado en sueños durante horas.

Ese día... (feliz, por cierto).

          quizás te olvides del dolor por primera vez.

                    y descubras que no había necesidad de compartir felicidades

                             porque siempre las vivió contigo

                   y que no fue necesario escuchar su consejo

                            porque siempre te acompañó su fortaleza.

Es el día que sentirás que nunca se fue

            porque siempre estuvo dentro.

Fernando volvió a doblar las servilletas. Muy despacio. 

Las apoyó con suavidad sobre la mesa, pero se arrepintió en el acto y las metió apresuradamente en un bolsillo delantero del pantalón.

El texto y la caligrafía flotaban en su cabeza. Veía las estrofas como un holograma y a su contenido grabado en su memoria.

Intentó apartarse el mechón de pelos que había caído sobre su frente, pero al mirarse en el espejo encontró a su padre guiñándole un ojo. Apenas un instante. Sabor a poco. Ganas de más.

Una sonrisa iluminó su cara mientras sus ojos se humedecían.

Con una mano acarició el bolsillo que guardaba las servilletas y con la otra le hizo señas al de la barra.

Sin dejar de sonreír, carraspeó y aclaró la garganta.

—¡Un café... cortado, por favor!

Te lo hago cuentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora