Prefacio: Lágrimas que fortalecen [Segunda Parte]

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Ese día se había despertado tardísimo. No sabía a qué hora se había acostado ni cuánto tiempo se la había pasado llorando luego de escuchar, toda la noche anterior, aquellos pequeños gemidos que, combinados con los suyos, se conjugaron en las más dulces melodías que no había escuchado desde hacía tiempo atrás.

No fue hasta que se cerciorara que había dado de lactar lo suficiente para que su bebé se durmiera tranquilo en su regazo, que lo había acostado en su incubadora y no se había despegado de su lado, aun cuando las enfermeras le recomendaran que lo mejor era descansar.

Había tenido un parto prematuro y todavía se hallaba débil, pero eso no significaba que lo fuera de corazón.

Debido a las complicaciones que un embarazo en una adolescente como ella, sumado a su depresión grave de los primeros meses, su bebé había nacido débil y antes de tiempo. Y el verlo dormir plácidamente en la incubadora, más pequeño y delgado de lo que se imaginaba, le partía el corazón.

No pudo evitar volver a llorar y a maldecirse por lo que sus errores producían en terceros. Su embarazo precoz, su depresión extrema y sus ganas de no querer alimentarse durante los primeros meses de su gestación le enrostraban las consecuencias de ello en aquel inocente que tenía delante de sí.

‹‹Perdóname, por favor››, se decía mientras decenas de lágrimas seguían cayendo de ella, pero no eran suficientes para dejar ir todo el pesar de la culpa que sobre sus hombros cargaba. No obstante, estaba dispuesta a volverse fuerte, a resarcirse y a construir un mundo armonioso para aquel que la necesitaba.

Era cierto que había querido no vivir. Era cierto que había querido ya no sufrir. Era cierto que había querido por siempre dormir, pero... mientras veía cómo aquel pequeño niño soltaba un  gemido mientras dormitaba, se juró que haría lo imposible por tratarse, por mejorarse, por curarse para ser la madre que él necesitaría, a diferencia de lo que a ella le había tocado vivir.

Cuando el niño despertó y empezó a llorar, lo alzó y lo arrulló en brazos, al tiempo que le decía ‹‹Siempre estaré aquí para ti. Seré fuerte por ti››, mientras decenas de lágrimas seguían cayendo de sus ojos al tiempo que se sincronizaban con las de su bebé.

Hubiera seguido llorando de no ser porque una voz femenina conocida hizo su aparición en la habitación. Al verla, levantó al niño y se lo mostró:

—Abuela, te presento a mi bebé. Este es Marquitos —dijo con una radiante y orgullosa sonrisa. 

 

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Sincronías y Armonías [Saga Ansías 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora