TWO.

Las sirenas de la policía comenzaban a escucharse cada vez más cerca del café. Dylan le puso el seguro a su arma, pero la mantuvo en su mano por precaución.

    Su niñez se rigió por la ley de la selva: el que no corre, mata o escapa, no sobrevive. Fue exactamente por eso que su primer instinto fue apresurarse hacia la puerta para huir, creyendo que la chica que corría casi tanto peligro como él haría lo mismo, pero no. Madelaine permaneció inmóvil, y algo en el inconsciente del muchacho le recordó que muy probablemente ella no se haya criado de la misma manera que él.

    "Arriba, Madelaine," le ordenó, viéndola aun temblar en el suelo como una hoja de papel, pero sin moverse de su lugar. "¡Hey!" llamó su atención con menos paciencia de la que ya tenía. "Morirás si te quedas aquí."

    La chica lo miró con sus grandes ojos verdes, ahora hinchados y rojos por el llanto. Su vista se turnaba en ver su rostro y el revólver en su mano, y Dylan siquiera le dio tiempo a recuperar completamente el equilibrio cuando se reincorporó con pánico. Con una mano en lo bajo de su espalda, la guió hasta salir por la puerta de la cafetería con rapidez meintras Madelaine intentaba no tropezarse torpemente con algun vidrio, bebida o alguna de las personas que se encontraban cubriendo sus cabezas con ambas manos en el suelo.

    En la calle todos parecían igual de conmocionados que dentro del lugar. En cuanto dieron el primer paso fuera, un hombre de cuarenta años aproximadamente se acercó a ellos agitando las manos con desesperación. "¡Hey! ¿Qué haces?" gritó con su vista enfocada en el revólver y en la mano de Dylan ubicada en la espalda de la chica, sin considerar el peligro que podía correr por meterse en el medio de una situación así. Dylan puso los ojos casi en blanco, queriendo correr y no tener que discutir. Odiaba que la gente lo retrase con conjeturas erróneas cuando sus intenciones eran claras para él. Era consiente de que el mundo no podía leerle la mente, pero a pesar de que la situación se vea extraña en ojos ajenos, no pensaba dispararle a Madelaine. El arma estaba en su mano como precaución, el barril apuntando al piso. Si él apuntaba un arma era para matar. Esa era su forma de actuar. No daba vueltas con amenazas inútiles ni esperando milagros o treguas que nunca se daban. Si quería asustar a alguien, disparaba al aire. Ese era el mejor susto. El sonido del revólver hacía retroceder a todo aquel que se cruce en su camino —y eso mismo fue lo que sucedió cuando apretó el gatillo en dirección al cielo. El hombre rubio se alejó dando pasos de espaldas mientras se llevaba las manos al pecho, finalmente dejándolos en paz.

    El estruendo y la ola de terror que la recurrió fue todo lo que le bastó a Madelaine para darse cuenta de que debía obedecer por más pánico que tuviera. Caminaba por inercia, dudando de cada paso pero sabiendo que no había nada que pueda hacer para revertir lo que estaba sucediendo. La suerte estaba echada y su destino escrito, por lo que no podía hacer otra cosa más que rogar que el hombre que la arrastraba hacia el auto con un arma en su mano  —y que había visto demasiadas veces en la última semana— sea realmente del FBI —y que sus intenciones sean tan buenas como él decía.

    Dylan apuró sus pasos hacia el vehículo, revisando que nadie los siga a sus espaldas. "Sube al auto." Todo el cuerpo le tembló aún más cuando ella negó frenéticamente con la cabeza en respuesta. Dylan gruñó. "No voy a lastimarte, ¿Si? Entra," ordenó, pero ella permaneció petrificada. "Escuchas eso ¿Verdad? —llevó su mano libre a su oído y luego señaló al aire la dirección de la que provenía el sonido—. La policía está por llegar. Sabes que todos allí están comprados. Te venderán a la mafia como a un pedazo de carne. Sube al auto, Madelaine. Estarás bien."

FEARLESS,      dylan o'brien.Where stories live. Discover now