Capítulo II

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– ¡ESTO ES TU CULPA! ¡Tenías que estar con ella! ¡ES TU MALDITO TRABAJO!

– ¡Hice lo que pude! ¡También estaba luchando! ¿Sabes?

Había pasado un par de horas del ataque y Guillermo aún estaba rojo de rabia, ahora dentro del castillo, peleaba con el joven escudero de su hermana, Frank, quien como él y todos los soldados, aún estaba ensangrentado y débil.

– ¡Debería colgarte por esto! – gritó el dolido Díaz, acercando tanto su rostro a Frank que podía sentir su caliente respiración.

– ¿Y eso le devolverá la vida? – lo desafió con la mirada – pensé que era inteligente, señorito.

– ¡Eres un...!

Guillermo se lanzó sobre él y lo tiró al piso, donde comenzaron una innecesaria lucha que verdaderamente no arreglaría nada, pues sin importar cuánto fuera el dolor, Guillermo sabía muy en su interior que tenía el juicio nublado por la pérdida y que el fiel hidalgo de su hermana no tenía culpa alguna.

– ¡Basta ya! ¿Qué vulgaridad es ésta?

El Gobernador entró con paso firme, su imponente voz y su determinado andar hizo que todos los presentes guardaran silencio y se inclinaran en señal de respeto. Pero no Guillermo, no cuando la furia y el dolor aun recorrían sus venas. El Señor Díaz hizo un ademán con las manos y los guardias que los rodeaban separaron a ambos chicos.

– Guillermo, cálmate – habló el hombre con pesar, intentando acercarse a él.

– ¿Qué me calme? ¡Está muerta! – gritó sin control.

– Lo sé – su padre bajó la mirada y suspiró, todos en el salón guardaron silencio, podía sentirse su tristeza, esa que por los años manifestaba de forma muy diferente a la de su acalorado hijo – pero no podemos pelearnos por cada hombre o mujer que perdemos en batalla.

– ¿Qué? – elevó las cejas – ¡Era Carol! ¡Tu hija! ¡Tenemos que hacer algo, ir a por esas malditas bestias, recuperar su cuerpo y darle un entierro digno!

– Guillermo, por favor. Lloramos su muerte y la de los otros que esta noche han caído. Pero no voy a arriesgar a mis guerreros en una batalla sin sentido.

– No... – no lo creía, se soltó a la fuerza de los que lo tenían de los brazos y dio un par de pasos hacia su padre – ¿Sin sentido? Se llevaron a mamá, se llevaron a Carol ¿para ti vengarlas es una batalla "sin sentido"?

– ... – el hombre no respondió, solo se le quedó mirando con la cabeza en alto, inquebrantable, solemne.

– No puedo creerlo – Guillermo no se movió – Ella peleó por el pueblo ¡Peleó por ti!

– Carol sabía los riesgos, como todos los soldados – dijo serio – No eres el único que ha perdido a alguien en esta guerra, ellos también – señaló al grupo de personas que los observaban – Si vas a gobernar en mi lugar algún día, lo primero que debes aceptar es que siempre perderás hombres en el camino, pero no vas a sacrificar a veinte por salvar a uno.

Hubo un silencio, uno en el que él y Guillermo no despegaron la mirada, en un reto que el muchacho sabía que de todos modos perdería.

– ¡Y esa es mi última palabra! Honraremos a los que hemos perdidos esta noche con plegarias y flores, no con espadas. Pues quien va en busca de venganza, solo encontrará muerte.

– Como ordenes, padre – gruñó cada palabra para el gobernador.

Guillermo le dio una última mirada de odio a Frank y una de reproche a su padre antes de marcharse pisando fuerte, dejando un ambiente bastante tenso en el salón que tomaría un tiempo poder amenizar.

La Bestia de Lupbosc - WigettaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora