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No se como tenía tanta fortaleza cuando mi mundo se acababa de derrumbar. Aún así hablé con mi consejero y el pensaba lo que yo, no le podía prohibir a una madre acudir al entierro de su hijo pero debía dejar claro que era por mi marido, nunca por ella.

Una vez que tenía el cuerpo de mi marido en el salón del trono, todo el mundo acudía a darme su pésame. Cuando su madre llegó, escoltada por dos guardias, atada de pies y manos, se puso al lado de Edgar. Me levanté del trono, cogí el ramo de flores que tenía en su trono y fui a dejárselo en el pecho, después de acariciarle la cara.

-Te quiero tanto cariño – susurré esperando que el me fuera a escuchar – nunca te olvidaré.

-Perdóname hijo. – dijo ella llorando y yo la miré.

-Disfruta de tus últimos días, aunque tu no tendrás un entierro, será una fosa común, te enterraré junto a todos los que consiguieron sobrevivir al ataque. Te mereces estar con ellos.

Un guardia se acercó a mi, minutos después para decirme que ya tenían en los calabozos al asesino de mi marido. Abandoné la sala y fui ahí.

-Por que lo hiciste?

-Señora, le pido clemencia. Voy a ser padre dentro de poco.

-Y mi marido también tiene un hijo de camino y otros vivos y no pensaste en ello no?

-Sus últimas palabras fueron dirigidas a usted –dijo el llorando.

-Que dijo?

-Que le perdone.

Con lágrimas en los ojos fui de vuelta al salón de trono, pero antes de entrar me las limpié y con la cabeza bien alta, lo que se esperaba de una Reina, velé a mi marido.

Dos días después, con la pequeña Victoria de la mano, que mi suegra la tuvo escondida, íbamos caminando detrás de la carroza que llevaba el cuerpo. Lo enterramos al lado del que fue mi abuelo y según los nobles, yo no debía tener un hueco ahí, yo debía casarme y sería enterrada junto a mi nuevo marido pero desobedecí y dejé un hueco.

-Esta misma tarde todos los culpables serán castigados en la plaza del pueblo. – dije antes de salir del cementerio real.

Me senté en la cama y recordé sus ultimas palabras, os amo a los tres y volveré en menos de lo que canta un gallo. No podía llorar, no se el por que pero ninguna lágrima salía de mis ojos, eso si, el corazón lo tenía destrozado, dolorido, enfadado.

Dejé a las niñas con la niñera y me puse un vestido negro. Llevaría luto durante mi embarazo o hasta recuperarme de el, después debía buscar un buen marido, pero ya no me importaba el marido, quería un hombre bueno para mis hijos. Uno que diera ejemplo de valentía, de nobleza, bondad.

Bajé las escaleras y junto a mi guardia y a los nobles acudimos a la plaza del pueblo donde todos estaban ya con la horca colocada.

-A la mujer no, a ella no se le ahorca – miré hacia el guardia al que le pedí traer la espada de Edgar – gracias.

La cogí y subí al escenario que colocaron ahí en medio.

-Esta mujer es mi suegra, si la madre del Fallecido Principe – todos se asombraron – gracias a ella y a su mente enferma, decidió matarme a mi en una emboscada pero no se dio cuenta de que su hijo lucharía codo con codo junto a la guardia real. Con tal mala suerte de que daría su vida por defenderme a mi y a nuestros hijos. Hoy – la miré a ella a los ojos – no me voy a manchar las manos con tu sangre, por que por tus venas no hay sangre sino veneno.

2.Elsbeth- Saga BethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora